Durante estos días, mi oficio de escritor rinde luto
a sus maestros, amigos y colegas. Tal vez lo mejor sería el silencio, pero
cuando se tuvo la oportunidad de sentir los consejos interesantes de un mentor,
el alumno desde su adolescencia debe saber escuchar y atender cualquier tipo de
recomendaciones. Todavía es, totalmente fundamental, si logran señalarle a uno
los errores antes de que otros lo reconozcan y aumenten, de acuerdo a su
interés de impresionar o inquietar al atento discípulo.
Por lo que siento, la necesidad
de continuar con los obituarios sobre los que parten antes que nosotros hacia
la eternidad, que es la nada. En este caso, se trata de dejar algunas
condolencias por la muerte de Emmanuel Carballo. Aunque resulte preocupante la
exactitud con que brotan las alabanzas espontáneas, como se escucharon con las
declaraciones oficialistas de políticos ineptos que no son capaces de leer
siquiera un pequeño texto literario, y que nunca expresaron el reconocimiento en vida del
ahora ausente. Sin embargo, el
atrevimiento mío tiene relación contundente con aquella época de la juventud;
durante la cual se tuvo la fortuna de invitarlo a ofrecer conferencias en la
Faculta de Letras de la Universidad Veracruzana. Representaron experiencias
vitales en la construcción de mi carrera hacia la literatura. La primera vez
que contacté con Emmanuel Carballo fue luego de una inolvidable disertación
académica; tuvo lugar en una velada literaria en casa de Lorenzo Arduengo
Pineda, situada en una calle colonial de la capital veracruzana. Entonces Emmanuel
Carballo colaboraba con su Diario Público, en el suplemento cultural Diorama
del periódico Excélsior.
A
su regreso al Distrito Federal, escribió varias cuartillas sobre dicha reunión;
en donde participaron, entre tantos personajes, mis amigos Mario Muñoz y Jaime
Turrent. El articulo lleno de emoción; describía a una Xalapa de profundo
ambiente intelectual, comparada a los
mejores encuentros literarios de París, Nueva York o Roma. De un nivel
prodigioso tan superior a la medianía de las reuniones que llevaban a cabo los
grupos de las mafias intelectuales de aquella época, en la capital azteca. Una la
encabezaba Octavio Paz, y la que tenía mayor difusión fue la de Carlos Fuentes.
En la primera terminaban los participantes entonando el coro de: “Allá en las
fuentes, había un chorrito se hacía chiquito y luego grandote”. En la segunda
cantaban el estribillo de: “¿A dónde vas Octavio Paz, con el surrealismo
colgado atrás?”
Por
supuesto, algunas buenas consciencias provincianas pegaron el grito en el cielo
y echaron las campanas al vuelo, al enterarse de la existencia de un movimiento
literario que significaba la continuación de otros anteriores, como lo fue el
Movimiento Estridentista, o bien la presencia interesante del grupo de la Espiga Amotinada. También algunos moralistas fueron sorprendidos con la
lectura de la novela La comparsa de
Sergio Galindo, en donde se describían los días del último carnaval en Xalapa.
Por lo que los comentarios publicados por Emmanuel Carballo funcionaron bajo
las duras voces tradicionales que lanzaron acusaciones contra el libertinaje de
la vida intelectual provinciana.
Todo
esto fue la primera relación para mí con Emmanuel Carballo. Al poco tiempo, lo
visité en su casa próxima a las instalaciones de la UNAM. Me regaló una
colección de las obras publicadas por la
Editorial Diógenes; posteriormente lanzó una convocatoria para promover un
premio de novela. En aquellos años fue a Cuba y logró obtener inéditos de
novelistas. Por ejemplo, publicó la primera edición, en 1969, de El mundo alucinante, de Reinaldo Arenas;
manuscrito que pudo esconder en su maleta cuando volvió a México. Esta novela
marcó el descubrimiento y lanzamiento de
este enorme autor cubano que narraba en su obra las peripecias y
andanzas de Fray Servando Teresa de Mier, el sacerdote que cometió la herejía
de rechazar y cuestionar el mito de la aparición de la Virgen de Guadalupe.
Fue reconocida
la notoria vinculación de Emmanuel Carballo con la divulgación en
México, de la novela Paradiso, de
José Lezama Lima; la revisión correspondió a Julio Cortázar acompañado de la
asesoría de Carlos Monsiváis. Se debe recordar al promotor literario porque,
Emmanuel Carballo colaboró en el proyecto de Empresas Editoriales, en donde se
publicaron sus extraordinarias investigaciones sobre autores y entrevistas con
los protagonistas de las letras mexicanas.
Resulta
trascendental la lectura de los pequeños libros que forman parte de la
colección Nuevos Escritores Mexicanos del Siglo XX presentados por sí mismos.
Cada prólogo forma parte de un estudio mayor sobre los entonces escritores que
ahora son reconocidos a nivel internacional, como es el caso de Sergio Pitol.
Hasta nuestros días son consultadas las investigaciones literarias de Emmanuel
Carballo. Además son demasiado imprescindibles sus investigaciones sobre el
cuento y la poesía en México.
En 1996 corrigió y aumentó el
valioso libro de sus encuentros vitales con los Protagonistas de la literatura mexicana. Hace algunos años, lo encontré
en el centro de Xalapa; llevaba un ejemplar reciente de la obra mencionada y en
plena luz del día me reconoció. Le di un fuerte abrazo y al despedirme me
obsequió un ejemplar de sus formidables entrevistas con José Vasconcelos,
Alfonso Reyes, Martín Luis Guzmán, entre otros fuertes pilares de la literatura
mexicana. Desde estas líneas va mi profunda solidaridad con Beatriz
Espejo, una de las más valiosas
escritoras de Veracruz y México. Con su puño y letra agregó a la dedicatoria
impresa: “y para Raúl Hernández Viveros, a quien conozco y admiro desde sus
años de aprendizaje”. Emmanuel.
En
la Revista de la Universidad de México,
Emmanuel Carballo dio a conocer sus textos de despedida. Incluyó un fragmento
de su diario “De políticas y letras”, en el número 83, enero 2011. Escribió
que: “A lo largo de mi vida como crítico me las he visto negras. (Este color me
ha traído más satisfacciones que desagrados. Amo quizás el infortunio). Un
ejemplo, cuando me separe de la Mafia quedé solo”, y perdió la amistad de
Fuentes y Paz.
En
la década de los 70’s del siglo pasado cuando trabajaba yo en Difusión Cultural
de la Universidad Veracruzana, promoví el ciclo de presentaciones “Aproximación
a la poesía mexicana”. Participaron con sus lecturas y conferencias los
principales poetas de aquellos años; se distinguieron Carlos Pellicer, Rubén
Bonifaz Nuño, Juan Bañuelos, Marco Antonio Campos, y José Emilio Pacheco entre
otros asistentes.
Desde
luego, entonces invité a Octavio Paz. Fui hasta sus oficinas cuando era
director de la Revista Plural, en las instalaciones del periódico Excelsior. Me
recibió bastante entusiasmado con la invitación de viajar hasta la capital
veracruzana. Sin embargo, al preguntarme a quiénes había solicitado su
intervención, cuando entre otros poetas mencioné el nombre de Emmanuel
Carballo, me contestó en forma contundente que él no iría a participar en un
evento literario en el que estaría un pillo que lo había desprestigiado por
toda América Latina, y principalmente en Argentina.
De esta manera, me despedí con la
recomendación de organizar un
acontecimiento en donde nada más estuviera Octavio Paz. Más tarde, le comenté
a Emmanuel Carballo y no lo podía creer,
y pasamos varias horas conversando sobre la historia de la literatura en
México. Después pasaron los años y nunca volvimos a mencionar esta anécdota que
se perdió en la oscuridad lejana del pasado.
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