martes, 21 de noviembre de 2023

REVISTA 141 Septiembre / Octubre 2023

 

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REVISTA 141



                  Albert Torés

Juan Gómez Macías

y los valores del

el Humanismo

 

Cantavieja (Teruel) el 17  de diciembre de 1950, vive en el Campo de Gibraltar desde muy temprana edad. Reside en San Roque (Cádiz) de la que fue nombrado Hijo Adoptivo en el año 2002. Realizó estudios de Magisterio e inició los de Filosofía y Letras en la Universidad de Sevilla.

 El Campo de Gibraltar no es un verso suelto sino un poema contundente. Hasta con mala prensa ha logrado consideraciones excepcionales, por ejemplo, sentirse como la novena provincia andaluza. En cualquier caso, resuelto mi vínculo con el territorio, muestro también mi admiración por su bagaje creativo. Desde la gestión cultural (entre muchos otros quehaceres) encarnada con magisterio en la figura de Juan José Téllez hasta la perfección acuarelista (entre muchos otros quehaceres) del artista Juan Gómez Macías, pasando por la poesía (entre muchos otros quehaceres) de Paloma Fernández Gomá. No digamos ya los dibujantes y pensadores Carlos Pacheco, Andrés Vázquez Sola, José Orihuela y nuestro añorado Carlos Castilla del Pino, o el sonido más puro del jazz en piano de Juan Galiardo. No digamos el legado de la interpretación de Juan Luis Galiardo o de la magia del fútbol en Adolfo Aldana. No digamos los Sánchez Espinel, los Trino Cruz, los Ismael Cabezas, César Aldana y mi querido Domingo Faílde. Tierra de creatividad y solidaridad, omitiendo centenares de nombres. En ese abanico, me fijo en Juan Gómez Macías, ya preparando una nueva exposición colectiva de la que he tenido la fortuna de conocer la obra “Arcoíris”. Sencillamente, una obra plena, sugerente, sensual y envolvente. Paralelamente, constataremos que su obra pictórica corre paralela a su propuesta literaria. Muy seriamente, entiendo que Juan Gómez Macías es el poeta más pictórico y a la vez el pintor más lírico de nuestro panorama. Son diversas las series dedicadas a la literatura, especialmente a nuestro Premio Nobel Juan Ramón, del que es no solo una extraordinario lector y especialista sino también un apasionado admirador. Esa honestidad, pasión 

y humanismo solidario es el eje vertebrador de su obra.

En una excepcional edición de gran formato a cargo de Pedro Tabernero y con unas colaboraciones literarias tan rigurosas como sugerentes a cargo de Jaime Concha, Hernán Loyola, Darío Oses y Alain Sicard se nos ofrece una verdadera joya bibliográfica. Neruda en su condición de poeta de la materia, encontró dos grandes espacios míticos: El mar y la tierra. “En esta frontera, o Far West de mi patria, nací a la vida, a la tierra, a la poesía y a la lluvia” más “quien no conoce el bosque de Chile, no conoce este planeta”, nos deja escrito el poeta. En esa suerte de inventario poético del mundo, el artista Juan Gómez Macías acompaña al Premio Nobel con unas ilustraciones que ofrecen una perspectiva histórica y visual de esta obra. Lo hará con más de medio centenar de obras, óleos y técnicas mixtas que en palabras del editor “conjugan grafismos figurativos y expresionistas muy cercanos al espíritu nerudiano”.

Por tanto, Las piedras de Chile no son sino la emblemática proyección de una paradoja, esto es, la angustia interior de un poeta excepcional como es Neruda y a la vez, de un testimonio de amor hacia su país con esa insistente presencia no ya de las piedras sino de un léxico esencialmente mineral que adquiere de manera natural categoría de poesía única. Destacar sin duda las aportaciones del artista, pintor, escritor, humanista solidario, Juan Gómez Macías para quien evidencio una enorme admiración por su obra. A ciencia cierta, es el pintor con mayor esencia literaria del actual panorama, tan relevante por otro lado que es rasgo formal de su pintura.

 

Agradecemos a nuestro amigo Juan Gómez Macías por su amistad, y la trascendencia de su obra en las Artes Plásticas y la Literatura.



martes, 19 de septiembre de 2023

Revista Cultura de VeracruZ Julio / Agosto 2023

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REVISTA 140


Denise

Armitano

Cárdenas*

AMAR HASTA 

LA MUERTE

Ilustración: Jean-Viollier (1896 – 1985), L’épouvantail charmeur III (1928), óleo sobre tela, 71 x 51 cm, Asociación de Amigos del Petit Palais, (Ginebra, Suiza), Fotografía de Patrick Goetel.


*Venezuela, 1969. Narradora, publicista y traductora. Fundadora y editora de la web literaria Contexturas.org. Ha publicado narrativa, crónica y ensayo en diversos periódicos, revistas y antologías de América Latina: Papel Literario (El Nacional), La voce d’Italia, Revista Brevilla, Letralia, Revista Plesiosaurio, Editorial EOSVilla, editorial Kañy y Editorial Lector Cómplice. Se ha formado en talleres literarios de destacados escritores latinoamericanos. Pertenece al Colectivo Internacional de Minificción para fomentar y ejercer la minificción.

 

 

El lunes, José Alberto Lescano no acudió a trabajar. Al día siguiente tampoco. El patrono y Toni, uno de los pocos compañeros con los que José Alberto entablaba conversación, se alertaron pues éste nunca faltaba y tampoco solía enfermarse. ¿Acaso habría sufrido un accidente o habría sido víctima de un robo, de un secuestro? Se presentía lo peor. El miércoles en la tarde, Toni decidió ir a buscarlo. Llamó a la puerta, gritó, pero nadie atendió. Tras forzar una ventana logró entrar en la vivienda.

 

El olor a descomposición anunciaba la desgracia: en el dormitorio sumido en la penumbra, al pie de la cama, yacían dos cuerpos inmóviles, el de José Alberto junto al de otra persona. El hombre estaba completamente desnudo mientras que el otro cuerpo vestía una harapienta blusa de flores y un sombrero que le disimulaba el rostro. Revuelto y anonadado por la escena, Toni corrió a buscar a la policía. Pronto llegaron los expertos forenses para determinar si se trataba de una escena del crimen o de la muerte natural de ambas personas.

 

José Alberto Lescano, de unos 58 años pasados, era robusto, con una salud inquebrantable y la fuerza física que muchos jóvenes hubiesen querido tener. Llevaba toda la vida trabajando en el campo, en la provincia de Buenos Aires, y ninguno de sus patronos había tenido quejas de él. Al contrario, al momento de las cosechas cuando se necesitaban más brazos fuertes muchos se lo disputaban. Lo convencía el que le ofreciera la mejor paga. De escasas palabras y trato poco afable, rara vez se le veía en las fiestas populares o en la iglesia de la pequeña localidad de Balcarce, salvo en Semana Santa o en Navidad. De vez en cuando iba al bar donde se reunían sus compañeros de faena para ver algún partido de fútbol, pero siempre se mantenía al margen de juergas exaltadas.

 

Desde que su esposa había desaparecido sin dejar rastro, hacía unos veinte años, José Alberto parecía haberse acostumbrado a su viudez forzada. Nunca se le veía en compañía femenina. Tampoco era un buen partido: solo un simple trabajador agrícola sin bienes ni fortuna, apenas una casa derruida en la que pasaba la mayor parte del tiempo cuando no estaba trabajando. La barbera del pueblo, igualmente viuda, había intentado ligar con él pero sin mayores resultados. Sólo una vez, al masajearle las sienes con cierta intención seductora, percibió que un bulto se hinchaba de manera notoria bajo el pantalón de lona del agricultor. No pasó de allí. El hombre disimuló la exaltación bajo su sombrero y soportó estoicamente el corte de pelo. Luego pagó y salió sin decir una palabra.

 

Para saciar sus impulsos sexuales, José Alberto solía practicar la autosatisfacción. A veces la excitación era propiciada por el recuerdo de alguna mujer vista de soslayo en el mercado de los sábados. Allí acudían bellas mujeres de las villas vecinas, e incluso turistas de la capital. A esas, trataba de fotografiarlas en su mente para luego evocarlas en sus momentos de intimidad solitaria.     Otras   veces,     recurría   a cuadernillos con fotografías pornográficas que compraba siempre ocultos dentro de un diario anodino en el quiosco de la plaza. También estaban los videos picantes que adquiría, de la manera más discreta posible, junto con películas de acción o comedias. Todos esos estímulos formaban parte del mundo erótico-onanista de José Alberto. Hasta el día en que apareció Susana…

 

Cuando la vio en el mercado supo que ella era para él: de cabello rubio como la paja dorada, madura pero con figura de jovencita, ancha de caderas, de piel lechosa, labios turgentes como frutas rojas recién cogidas.

 

El sexo no se hizo esperar. Para José Alberto, Susana era la amante ideal: muy callada y dócil… Casi sumisa. La amaba desenfrenadamente, con un amor físico salvaje, como para resarcir tantos años de placer en solitario. Sin embargo, una vez que gozaba con el cuerpo de Susana quizás de manera un poco impersonal y sin preocuparse mucho por el placer de ella el otrora tosco agricultor la trataba con suma delicadeza, colmándola de atenciones: Vos te quedas quietita que yo hago todo decía, y luego tarareaba una milonga amorosa entre dientes.

 

Un viernes, al finalizar la jornada en el bar, Toni le comentó que lo notaba más alegre, más suelto, menos huraño:

 

—¿Te sentís bien? preguntó entre copas cualquiera diría que tenés mujer en casa

—Puede ser —contestó José Alberto con timidez y una leve sonrisa.

—Ahhh, ¿te juntaste con Mabel? Esa barbera te tiene ganas desde hace tiempo, mirá que se lo ha dicho a mi mujer. Además comenta que vos parece que estás bien dotado.

—No, esa es una cualquiera. Mi Susy es un ángel, es pura, sólo ha sido mía —respondió José Alberto con tono glacial.

Alzando los hombros incrédulamente, Toni replicó:

—Eso dicen todas… saben disimular. Cuidado y la tal Susy es menorcita y te metés en un problemón legal.

 

Al acercarse a los cadáveres, la policía comprobó que José Alberto tenía una expresión de goce en el rostro y que Susanita estaba toda despelucada, con la mirada vacía y el pintalabios corrido. Ante el “macabro hallazgo”, comenzaron a correr las especulaciones y las burlas por parte del personal policíaco y forense: que si le había dado un infarto, que si había sido por el susto porque  Susanita le había susurrado cosas aterradoras al oído, que si la muerte había ocurrido al momento del orgasmo, que si el juego sexual “se le había ido de las manos”… Los policías y los forenses se deleitaban haciendo gestos y chistes subidos de tono a cuesta de un pobre hombre demasiado solo y preso de su fantasía: lo que parecía ser el cuerpo de una mujer en realidad era un muñeco de paja de los que se usan en el campo para espantar a los pájaros y otros animales.

 

Con los ojos llorosos y la voz entrecortada, genuinamente acongojado, Toni declararía en televisión: “Yo era su único amigo, su confidente. Dicen que hacía cosas raras, que era un pervertido… pero yo sólo sé que amó a Susana hasta la muerte”. 

miércoles, 25 de enero de 2023

REVISTA Cultura de VeracruZ No. 136

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REVISTA DE LITERATURA CONTEMPORANEA Cultura de VeracruZ. COLABORACIONES: María Esther Mandujano García Alborear / Carlos Roberto Morán
Espía y traidor, de Ben Macintyre, / En lo más profundo del sur, de John Connolly / Beppe Mosconi / Poemas / Isaac Gasca Mata

El premio nobel / Eduardo García Aguilar Las huellas de José Eustacio Rivera / Gabriel Fuster -Cine Quan Non / Rafael Rojas Colorado / Año Viejo / Jonathan García Ramírez El Palacio de la Ilusión / 

REEVISTA 135 Cultura de VeracruZ

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Anahid Villegas

De

velorios

y

taxistas

El velorio

de

Don Pedro Vera

 


-Dime, Casilda ¿ya le pusiste canela al café?


-Sí, doña Panchita, ya le puse su canelita y su piloncillo.


-¿También le pusiste azúcar?


-Sí, doña Panchita, pos pa que amarre el saborcito con el piquete que voy a ponerle pa los jugadores.


-Ay, Casilda, a ver si no te queda muy dulce. A don Pedro nunca le gustó tu café porque decía que eso era pura miel, que sólo un amargado necesitada de tanta azúcar. Ay ese don Pedrito, yo no sé qué va ser ora de los taxistas sin su líder, yo me lo pienso por Rodomiro, que hace poquito se metió de chofer, porque la petrolera ya no le dio contrato.


No terminábamos de llegar a la casa de don Pedro Vera y el aroma del café con canela de Pancha y Casilda, habían inundado la calle Belisario que, por aquellos años todavía era de tierra y lo único que la distinguía eran dos focos parpadeantes que coloreaban de amarillo las casas del viejo barrio.


Tenía ocho años por eso sentía que no debía estar en aquel lugar rodeado de adultos y gente de cabello blanco, pero no era el único niño, estaban Ricardo, el hijo de Chano el carnicero del mercado Hidalgo y Daniela, la sobrina del expresidente municipal, que hacía poco había llegado a Álamo.


Estábamos ahí, en un ambiente de emociones contrastadas, las señoras que cocinaban en el patio de la casa grande, vestían de negro y portaban mandiles de manta bordada, amasaban la masa con manteca, aceite y sal, se escuchaba el ruido de la licuadora moliendo chiles y tomates, el alboroto por ordenar la secuencia en que se lleva un velorio.

Rosita, era la jefa de las cocineras, lo supe porque hasta doña Pancha que siempre fue bien mandona, le obedecía sin chistar.

-Pancha, mueve la masa, si la lumbre tiene mucha leña, sácale unos cuantos palos pa que no se nos vaya a ahumar la masa y estate moviéndole lento porque si no se nos pega.

-Sí, Rosita

-Y dile a Casilta que, para la salsa de los tamalitos de frijol, tateme los tomates, los chiles, el ajo y la cebollita, que no me los vaya a licuar porque así no sabe igual, que se ponga a- molcajetear, ¡ah! y que el cilantro picadito se lo ponga al final.

-Sí, Rosita, ahoritita le digo.

Los señores acomodaban las mesas de metal que en el centro tenían un logo desgastado de alguna cervecera popular, unían dos o tres de esas y empezaban partidas interminables de domino o de barajas españolas.

Había risas y también llantos.

En la entrada de la casa había dos jarrones de flores de cada lado de la puerta de madera que por primera vez vería abierta de par en par, entonces el aroma a café y a chiles tatemados, fue absorbido por el efluvio del incienso, del agua de crisantemos y rosas, de la cera quemada que se pegaba en el piso. La algarabía de la gente de afuera no tenía algo que ver con la seriedad de los que adentro, en un acto solemne despedían a Don Pedro. Una señora rezaba y pedía por su alma, para que saliera pronto del purgatorio “Dios te salve María, llena eres de gracia… Santa María, madre de Dios, Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre… y brille para él la luz perpetua descanse en paz, así sea”, ella decía una oración completa y los demás  en coro respondían con otra, y luego al revés, yo apenas iba a empezar la catequesis, por eso sólo me sabía el padre nuestro, pero nunca supe atinarle a la hora en que había que continuar la oración.

-Mira hijo, quiero que lo veas muy bien

No supe en qué momento mi padre me tomó de la mano y me llevó hasta el ataúd de Don Pedro, mis ojos se fijaron en la palidez de aquel hombre que nunca había estado más quieto que aquella eterna noche, no respiraba más, no sonreía más, no movía ni uno sólo de sus cabellos canosos, las manos cruzadas eran para mí un signo de que, de verdad, el señor Vera nunca más volvería al volante, ese que forraba cada que la piel se le deshacía por el sudor de sus manos-. Pensé que seguro Don Pedro era la única persona que conocía Álamo como la palma de su mano, supe después que ser taxista había sido su refugio desde el día en que perdió a su único heredero, en las aguas del río Pantepec.

Fue un dos de noviembre, mucha gente de Álamo quería subir a la balsa del río para acortar el camino y llegar lo antes posible al panteón de Tuxpán, varios de los que residíamos ahí, teníamos ascendencia tuxpeña, pero el mar no pudo enamorarnos tanto como para hacernos quedar.


Antes

La vez que me encontré a Luis, el salía de la preparatoria, se tambaleaba al caminar, tenía una botella de caña

-¡Eh! Niño ¿para dónde vas? ¡eh! Me gustó eso que traes en el cuello ¿te lo compró tu mamita? ¡eh, eh! – Su aliento alcohólico me pareció repulsivo, le respondí que era una cadena que mi abuelo Benjamín, me había regalado en mi sexto cumpleaños.

-¡Ah! pues ahora es mía, escuincle idiota.-

Traté de defenderme, pero él ya me tenía sostenido de los hombros y me sacudía mientras yo sólo tiraba patadas al aire. De un tirón me quitó la cadena, me dio un zape y terminó empujándome contra la barda del colegio de monjas, y siguió su camino, así como si no hubiera hecho nada malo, me dejó ahí botado, llorando de impotencia hasta que su silueta desapareció.

Ahora tenía que pensar como le diría a mi mamá que el hijo del líder del sindicato de choferes, me había robado el único regalo que mi abuelo me obsequió, resolví no decirle la verdad y si preguntaba diría que se me perdió en el campo, en un partido de fucho, no tuve otra mejor idea.

La noche de ese día, el chofer de mi papá llegó a entregar la cuenta antes de la hora en que terminaba su turno.

-Buenas noches don Benjamín, le vengo a entregar su taxi, una disculpa, pero por hoy ya estuvo, fíjese que ahora voy pa Amajac, allá con don Pedrito ¿ya sabe uste la noticia? – Mi papá no sabía nada, porque de haberlo hecho se lo habría contado a mi mamá en la cena.

-Pos que se le murió el hijo, Luis, ya ve que le gustaba el chupe y pos se le pasaron las cañas, dicen que subió a la balsa y que, a mitad del río, así sin ningún aviso, se tiró al agua, pero pues él no sabía nada y pos, aunque viera sabido… el balsero se detuvo porque uno de los pasajeros quiso aventarse a buscarlo, pero que después escuchó que alguien dijo que era Luis el malandrín del barrio y entonces se arrepintió, pobre Luisito, borracho si era, pero mal muchacho no.

Yo estaba levantando mi plato para llevarlo al lavabo y escuché la noticia completa. Debo confesar que una parte de mí malignamente dijo “bien”, porque lo primero que se me vino a la mente fue pensar que se lo merecía por aquello que me había hecho, pero luego sentí remordimiento, sabía que no debía pensar así, al contrario, debía sentir compasión por Luis y su familia, pero honestamente yo no podía sentirme así.

 

La noticia

Aunque mucha gente se había ido a Tuxpan, para visitar a sus muertos, Álamo estaba repleto, pues las personas de las comunidades cercanas llegaron a visitar a los suyos. Álamo tenía un panteón pequeño, pero nadie tenía la intención de que se hiciera más grande.

Todo estaba pintado del color del cempasúchil, entre dulces en conserva, veladoras, velas y zacahuil, se distinguían la noticia de que ese noviembre en Amajac, no sería el mismo para los Vera Vargas, noticia que haría que Panchita colgara los moños negros en la enorme puerta de cedro, los mismos que se usaron cuando murió don Eleazar Vera, y pocos meses después se volvieron a colgar por el sepelio de  doña Verónica Vargas de Vera, que no pudo soportar la ausencia del hombre con quien compartió casi la vida entera.

Alguien en la puerta tocaba insistentemente el picaporte zoomorfo, que abría las puertas de madera. Leticia Vargas, celosamente vigilaba que no se le quemara el arroz con que acompañaría el adobo que tanto le gustaba a su esposo y a su hijo, ella tenía la creencia de que la comida era como un buen té de hiervas de esas que curan las heridas que no se ven y también sabía que desde que Mariana había abandonado este mundo, a Luis se le partió el alma, y ella como buena madre y costurera estada decidida a enmendarlo.

-Tocan la puerta, Panchita, por favor ve a ver quién es que si me descuido tantito seguro se me quema el arroz

-Sí, doña Leticia- Pos quien podrá ser hoy, porque no tienen familia que visitar al panteón, ay esta gente que no tiene quehacer- Renegaba Panchita mientras caminaba hacía la entrada de la casa grande, decidida a ponerle mala cara a quien quiera que fuera.

-Buenas noches, Pancha, quiero hablar con los patrones ¿está Don Pedro?

-¡Ah! eres tú Crescencio, poss que no fuiste a visitar a tus muertos.

-No, Pancha, ahora no, llámale al patroncito, tengo una noticia urgente que darle.

-Ummmta, pos yo creo que vienes mañana, porque el patrón está durmiendo.

-Que es un asunto urgente, Pancha, déjame pasar a decirles.

-Pos dame el recado que yo se lo doy ¿Qué quieres decirle?

-Decirle que su hijo se ahogó.

Pancha se quedó quieta, estremecida por la noticia y no pudo mover un dedo, Crescencio se metió a la casa y a media salón empezó a llamarle a Don Pedro y la señora Leticia. -¡Patrón! ¡patrona! -¿Qué pasa Crescencio, por qué tanto griterío?

-Doñita Leticia, vengo a darle una noticia, ojalá estuviera el patrón, pos pa no tener que repetirle porque se me anuda la garganta.

-Está durmiendo, Crescencio, pero dime a mí que es igual.

-Su hijo Luisito, patrona, su hijito se ahogó en el río, ya lo tiene la SEMEFO*, pero quieren que vayan a reconocer el cuerpo.

De la casa de los Vera un grito de dolor le avisó a toda la cuadra que el primer muerto de la racha que vendría, era Luis Enrique Vera Vargas. El grito inconsolable de Leticia hizo retumbar los oídos de Pedro y luego le quebró el corazón.

 

 

El velorio de Luis Vera

Clara, hizo el guiso para los tamales de elote, Laura sólo llegó a envolverlos, Panchita y Casilda repartían café en los vasos de unicel que habían sobrado del último velorio que había habido en la casa grande.

La pobre Leticia se desvanecía en llanto, adolorida del alma y del cuerpo, no pudo resistir los nueve días de su hijo, lo despidieron con una misa en la iglesia del centro y aunque Luis no era taxista, los del sitio pasaron lista en su nombre, supongo que por el aprecio que le tenían a Don Pedro quien siempre fue muy querido en Amajac, en Álamo y varias localidades del pueblo, pero eso no impidió que muchos de los acompañantes entre murmullos dijeran “pues Don Pedrito, es muy bueno, pero a mí me da mucha paz saber que su hijo ya no andará de malandro en las calles y ni les dará más vergüenzas”

 

La noche en que me morí

Anoche cantó la lechuza, mi madre desde el patio le gritó “chinga tu madre”, porque del pueblo de donde viene, creen que, si las insultas, el ave de malagüero deja de augurar la muerte.

No recuerdo si la lechuza cayó sus ordenanzas, aunque yo creo que no, porque aquí he escuchado que la noche antes de morirme aparte de escuchar su canto, también aullaron los perros de todas las calles de Hidalgo incluidas las de Álamo y varias comunidades.

La noche en que me velaron, dieron café con pan para que los velantes no se quedaran dormidos ni con la barriga hambrienta, fíjense que, si uno no da zacahuil, tamales o de perdida café con pan, ya nadie se queda a acompañar a la familia del difunto, a menos que en vida, te hayan querido, aunque sea un poco.

Muchos lamebotas asistieron a mi entierro, yo con casi nadie me hablaba decían que era un teporocho problemático y que me gustaba robar, si borracho si fui, pero ratero nunca, la única vez que me robé algo, fue una tarde en que me encontré al nieto de don Benjamín, el maldito alcohol ya me tenía de encargo y yo ya sólo quería ahogarme en él para no recordar a Marianita que tanto quise, pero luego me arrepentí, volví a la calle del colegio para ver si ahí estaba el niño, pero pues ya no lo encontré. Luego me fui al panteón, le llevé un crisantemo a Marianita y creo que me quedé dormido sobre su tumba, quizá por eso es que hoy estoy aquí,

Escuché como mi pobre madre lloraba y gritaba, pero no pude hacer nada para consolarla “ay mamita si no me hubiera muerto no tendrías que darle de comer a la gente que siempre me comió el culo”.

 

El Nobel de Literatura 2022:  Annie Ernaux. Reconocida por la Academia Sueca por "el coraje y la agudeza clínica con la que descubre las raíces, los extrañamientos y las restricciones colectivas de la memorial personal".



* (Servicio Médico Forense) es la institución de apoyo judicial.




viernes, 2 de septiembre de 2022

REVISTA 134 Cultura de VeracruZ

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______POEMAS: Fátima Murta_______
Versión: Edgar Aguilar.

Meditación inútil

De un momento a otro

¿Quién puede predecir que va a ser así?

Para no sentir nada todos ruegan

Pocos logran que morir sea fatal

Y tal vez me equivoque

Seré una chica de campo para siempre

Y no hay ninguna fotografía en sepia

Yo vestida de segadora y hoz en mano

Para cortar de raíz la hora definitiva.

Me encanta ver los lirios en el camino

Y la cidra en los arroyos secos del barranco

Me dirán prisionera de felinos con pulgas.

Tal vez me ponga a correr de un momento a otro

Debe ser horrible huir del fuego ardiente

Y la piel se ampolló con los gritos

Y el aire como agujas que suben por mis piernas

Tal vez me vaya de vacaciones a las Maldivas

Volaré sin tomar calmantes a la salida

Y no podré ducharme

(Yo que siempre me tapo la nariz temblando de miedo)

Entre los coloridos corales se respira muy bien

(¿En las Maldivas habrá corales de colores

Y pececitos que me hagan cosquillas en los pies?).

Perdona mi ignorancia, me olvidé de investigar

Google muestra tantas cosas que me pierdo

No sé nada de botánica y zoología sólo de casa

O las cartas de geografía marítima como entretenimiento

Sólo una licenciatura en la vida, e incluso entonces con muchas reservas

Y nada de esto es lo más seguro, créanme que soy impredecible

Detrás de tantos menús de buenas costumbres.

Tal vez conduzca mi cabello a la luz de la luna contando órbitas

Exceso de velocidad y mis zapatos en la almohadilla del freno

Después de una noche de beber limonada y altramuces

(Primero tendré que pagar un permiso de aprendizaje y el examen

Con muchos pasos de cebra para que tropiecen los peatones)

Entregar los talentos sin ninguna inseguridad

Debería ser normal es lo que dicen todos

Pero soy atípica en todo muy regordeta muy tonta

Muy al margen de los lienzos naïf e incapaz de cambiar

Y el dinero que se veía por las multas de conducción

Tal vez nunca muera, creo que debido

A que mi madre me enseñó un secreto infalible

Y yo creía y sigo creyendo que la muerte

Es negra y oscura y seré inteligente y engañaré a la muerte

(¿Dónde se venden las sartenes de mi talla?)

Esconderse en las ollas sería hacer trampa

Y ni siquiera puedo soportar esos retos de asfixia por la noche

Estar de pie en el trípode no acarrea monedas

Y para un artista callejero tampoco le molestan las várices.

No sé por qué me encontré pensando en todo esto

Ahora ninguna central nuclear está en peligro

Por aquí sólo los borrachos caen al río y se ahogan

Y aún así son turistas extranjeros y el río

Sólo puede ser el Guadiana casi en su desembocadura en Alcoutim

Así que no debo morir tan pronto todavía aprenderé

El arte de dejar las paredes encaladas en casa ajena

Es bueno pensar en la muerte, acelera la adrenalina

Y esgrimo una tiroides perezosa que no sabe nadar

Siempre silenciosa en el mareo de un pájaro adormecido.

Andar con el billete del desapego en mi cartera del sur

Si no multiplica los euros, no importa, es culpa

De los encajes en la conquista de los ensueños propios.

Ya he hecho mi testamento indiferente al sello de los notarios.


Lo firmé con una cucharada de gelatina contra los fracasos

Escribí en líneas oblicuas sobre los estornudos de los pañuelos

Y todo estaba demasiado claro al margen del equívoco

He muerto en un naufragio de polémicas epidemias

Es difícil imaginar la hora de mi muerte si permaneceré sola.

Me gustaría tener un lindo monito en mi regazo antes de

Morir y disfrutar de caminar junto a los pingüinos

En la Antártida y llorar los deshielos y salvar el planeta

Y me gustaría cuidar a los leones cansados y salvados del circo

Y me gustaría galopar caballos de largas crines por las arenas

Y me gustaría todo eso y me gustaría mucho más que no voy a decir.

Pero medito mi muerte inútil lo que me gusta no importa

Todos mis cuadernos lo que pinté lo que escribí y son montones

Ruedas putrefactas en los contenedores de basura y las hormigas

Buscando las migas y las avispas que pican los lomos.

No me hagas eso. No es divertido. Créeme.

Me lo tomaré muy mal.

Es que voy a estar allí. Y soy alérgica a los cubos de arena vacíos.

Mientras tanto, voy a tomar un helado de frutas rojas en la terraza.

Espero que no me haga daño. Morir de congestión es desagradable.

Además, un terraplén entre los arbustos de stevia es una tumba de anonimato.

Y quiero sentir las piedras en un abrazo perpetuo. Para poder empezar a vivir. 

 

 

Una noticia

El pájaro se posó en la rama del olivo

El gato se revolcó en el suelo de espigas

Cayó una aceituna verde

Cayó mucho antes de tiempo

Ni el pájaro ni el gato

Notaron la caída de la aceituna

Sólo una pequeña hormiga

Apareció para inspeccionar el terreno

Se paseó por allí, y luego se fue

Todo estaba en orden, sin problemas

Cuando llegaron las cigarras, ahí sí

Y corrió muy rápido al encuentro del

                                                      camino

Con las antenas vibrando de insatisfacción.