jueves, 18 de septiembre de 2008

El oficio de editor y escritor




Sin duda alguna, debo comenzar por aceptar que gracias a Sergio Galindo, pude heredar el amor hacia el trabajo editorial, es decir el oficio de editor. Tarea que siempre me recomendó defender contra viento y marea. Durante más de una década conseguí prolongar la existencia de la revista emblemática de la Universidad Veracruzana: La Palabra y el Hombre. Todavía recuerdo sus consejos sobre la lectura de autores universales y clásicos. Nunca me atreví a mostrarle mis textos juveniles, a pesar de su insistencia para incluirme como autor en la serie Ficción.

Sergio Galindo formó parte de una generación de escritores mexicanos; tal vez la más importante. Al lado de José Revueltas, Juan García Ponce, Juan Vicente Melo, Rosario Castellanos, Jaime Sabines, animaba constantemente con la edición de libros, el impulso de narradores de la talla de Gabriel García Márquez, Sergio Pitol, Álvaro Mutis, Emilio Carballido, y José de la Colina, entre otros. Su mérito indudable fue la vocación por el descubrimiento y deslumbramiento de autores noveles. Hasta este momento, la serie Ficción ofrece las posibilidades de asomarse al movimiento literario de mayor envergadura a nivel hispanoamericano, promovido por la Universidad Veracruzana. La presencia actual de la herencia de Sergio Galindo, representa una referencia contemporánea a la divulgación de la mejor literatura de Hispanoamérica y España.

En las aulas de los centros escolares, desde la primaria hasta la educación superior se obliga casi por ley a leer, que es en realidad el papel de las tareas. Sin embargo, en poco tiempo, los estudiantes toman conciencia de su rebeldía y protesta al memorizar línea por línea lo que los docentes encargan a los discípulos, sin pensar en la posibilidad de situar un punto intermedio entre la lectura obligatoria y la de placer. Efectivamente cuando se advierte este placer inmediatamente va uno solo a enfrentarse con los maestros de la literatura universal. De inmediato comenzamos a ubicar los extraordinarios fragmentos de la prosa poética.

También vislumbramos el innegable e indiscutible interés por la historia cultural de nuestros pueblos, y esencialmente de su literatura. Estas obras entrañables abordan siempre la vida espiritual de los escritores, su ideario artístico y las propuestas de alcanzar el goce estético. En esta peculiar cosmovisión existe una insobornable libertad de elegir a nuestros autores preferidos. La diversidad de los contenidos, el talento narrativo y las dotes de observación de los autores llevan a retrasar y describir personajes que constantemente plantean y analizan problemas morales y particularmente económicos. Esto es lo que podemos llamar como la parte real de la literatura, y que magistralmente Sergio Galindo, en sus relatos y novelas, examinó contundente y vital, con el esfuerzo y la vehemencia que provoca al lector abrir un libro y comenzar a leer. La confianza y la fe en la lectura nos dan a cada momento sorpresas y aprendizajes con el conocimiento para retornar al reconocimiento.

La permanencia de alcanzar los atisbos de la creación literaria permite la refundación de la realidad. Lo real contiene muchas lecturas y aproximaciones a la verdadera literatura, y para escribir hay que alumbrarse con la cercanía de las obras maestras. Para mostrar la magnificencia de la cultura hay que revitalizar la lectura, fomentar las tradiciones y los idiomas. Crear una literatura que haga reflexionar a los lectores sobre la idea de la herencia histórica, las raíces individuales que señalan nuestras señas de identidad. La tozudez de seguir con la tarea de fomentar el placer de la lectura es porque nos hace afortunados con nuestra nueva visión de la realidad. No obstante el balance lectura-escritura divulga la disciplina que está centrada en la rebeldía del conocimiento. La gratificación a los lectores por haberse aventurado dentro de los engranajes de la escritura y la historia personal de los escritores. La lectura evoluciona el proceso creativo y acerca a los temas y métodos que están ligados a cualquier tipo de crítica y del pensamiento.

Desde luego resulta apasionante analizar el ambiente provinciano de la narrativa de Sergio Galindo. Su primera novela Polvos de arroz plantea la soledad de la vieja solterona. Los conflictos familiares que enrarecen el ambiente y el escenario de El Bordo, hasta llegar a las líneas magistrales de Otilia Rauda. Pero no hay que olvidar la radiografía de la vida bohemia de un auténtico xalapeño en las páginas de La comparsa. También sus textos fundamentales de Este laberinto de hombre, y la fina ironía de cada texto de ¡Oh, hermoso mundo! La propuesta de novela policíaca La justicia de enero. El escenario maravilloso de El hombre de los hongos. La búsqueda interior hacia las tinieblas del alcoholismo en Declive, o la continuación de la saga familiar de Los dos ángeles. No obstante, siempre destacó el amor por su lugar de origen: “Atrás de ellos la ciudad escondida en sus desniveles empezaba a quedar silenciosa. La luna avanzó sin sorpresas sobre el sueño”, al final de La comparsa.

En esta vida hay que saber escoger a los maestros de la lectura. Particularmente a los excelentes y extraordinarios amantes del estudio y creación literaria. Al lado de los lectores está el maestro que nos deja de tarea a sus discípulos terribles lecturas obligatorias; exactamente se da cuenta de nuestras afinidades y discretamente opina sobre el valor o el significado de determinada obra. Al final de la lectura uno puede comentar abiertamente el valor de los autores elegidos, y ante la incertidumbre de las dudas, el maestro con espíritu de absoluta confianza dirá unas palabras sobre la más inteligente y dubitativa acción de la lectura.

El deslumbramiento de la aventura de placeres, pasiones, amores, odios y sinsabores. La búsqueda del conocimiento en algunas novelas, libros de cuentos o poemas verdaderos. Está en el amor hacia y con la literatura, la justificación de nuestra propia existencia. La plenitud sentimental centra su poderío en las creaciones de los sentimientos. Mi primera revelación de la literatura estuvo acompañada por los comentarios de Sergio Galindo, y otros maestros significantes que iluminaron el inicio de mi profesión de lector y escritor. Cuando pienso en mis maestros recuerdo también las primeras lecturas que colocaron su impronta en el terreno de los recuerdos. Mi perplejidad es previsible porque no puedo olvidar a ninguno de ellos. A lo largo de los años llego a resucitar lo pasado, aquello imborrable dentro de mis emociones. El destello de la lucidez admite la madurez de imitar a mis maestros, y proseguir con las recomendaciones de autores y libros. En la pequeña biblioteca de mi casa todavía puedo tocar y leer las obras de Sergio Galindo, algunas con dedicatorias hechas a mano, bajo el calor de la sincera amistad. En cualquier caso, el misterio de las palabras continúa en la literatura, y en este ininterrumpido acto de la lectura se involucra mi pasión ineludible por la creación de relatos. No obstante, hay cuestiones íntimas que tienen la obligación de seguir inmersas en la penumbra, o más bien dentro de la oscuridad, discreción e inocencia, como si fuera un acto secreto de agnación.

El caso de Gabriel García Márquez, fue el descubrimiento y lanzamiento de su libro Los funerales de la mamá grande, como máxima aportación de Sergio Galindo. En los años de aprendizaje significó el contacto con la pasión y amor por la literatura, y si uno no es capaz de reconocerlo no tiene sentido seguir inmerso en la creación artística. Gabriel García Márquez fue sincero desde el principio en ofrecer un lugar a sus maestros; también participar el espacio a la difusión de sus colegas. Ahora bien, quiero hacer mención que los dos colombianos, Gabriel García Márquez y Álvaro Mutis, y los guatemaltecos Luis Cardoza y Aragón y Mario Monteforte Toledo editaron sus primeros libros gracias a la Universidad Veracruzana; existe un homenaje a nuestra Máxima Casa de Estudios, al cumplirse recientemente sus primeros cincuenta años de vida de un proyecto iniciado por un auténtico veracruzano y digno autor mexicano.

A diferencia de otros escritores, Sergio Galindo con insospechada actitud nunca buscó la fama, y menos el imperturbable camino del éxito. Con mayor precisión vivió intensamente la existencia de la vida provinciana, y cuando estuvo en la ciudad de México desempeñó su cargo al frente de la representación de la editorial de la Universidad Veracruzana. También dirigió la Colección Sepsetentas como un respaldo bibliográfico para los maestros de primaria. Luego al frente del Instituto Nacional de Bellas Artes pudo llevar a cabo tareas de difusión cultural. Entre la redención de la literatura, el amor por el oficio de editor, y el enfrentamiento con el dilema existencial, prefirió la compañía de su propia y única profesión de escritor.

1 comentario:

carmen jiménez dijo...

Sin duda, es un lujo poder tener maestros de la talla de Sergio Galindo (según descripción). No todos hemos gozado de la misma suerte, pero nunca es tarde. Espero poder seguir leyendo tus publicaciones en este blog recomendado por Santi. Y no me puedo despedir, sin confesar que son pocos los autores mexicanos a los que he leído, pero que Jaime Sabines se me coló en el corazón y lo admiro profundamente.
Una aprendiz entusiasta.