Raúl Hernández Viveros
El miércoles 26 de noviembre de 2008, antes de la presentación de Leticia se aleja del Golfo de México, de Gabriel Fuster, en el puerto de Veracruz, recibí una llamada telefónica de Omar Piña: murió Lorenzo Arduengo Pineda. Por supuesto, en mi intervención ofrecí la terrible noticia del fallecimiento de mi amigo; creo que el más próximo al lado de Mario Muñoz. Realmente contuve las lágrimas durante esta velada literaria. Al día siguiente pude llegar a tiempo a la misa de cuerpo presente, y antes de entrar a la iglesia, llegaron a mi memoria algunos recuerdos.
Creo que me remonté hasta nuestros años juveniles cuando aparecimos Mario Muñoz y yo, en un salón del edificio de Juárez 55, de la capital veracruzana. Desde mis primeras impresiones percibí la figura elegante, y escuché atentamente sus comentarios en las clases. Un grupo bastante interesante se hizo alrededor de nuestro guía Rafael Velasco Fernández. De inmediato nos integramos en las reuniones que, posteriormente, se trasladaban a casa de los padres de Lorenzo.
Don Lorenzo y doña Eva eran extraordinarios anfitriones. Entonces descubrí el maravilloso talento de la pintora Eva Pineda, y comprendí la educación de su hijo, a quien desde niño le hablaba en inglés. Toda esta sensibilidad artística la heredó de su formación. Al conocer a Lorenzo ya era políglota; conocía inglés, francés, portugués e italiano. Al poco tiempo se colocó al frente del Cine-Club de la Universidad Veracruzana, y transformó la sala Clavijero de la Universidad Veracruzana en un espacio de culto a la cinematografía.
También fue un extraordinario lector, constantemente enterado de las principales obras literarias del momento. Estos vasos comunicantes permitieron crear un ambiente intelectual de primer mundo. Todavía conservo el primer regalo de Lorenzo. Se trata de un ejemplar de Rayuela, de Julio Cortázar. Me conmovió demasiado la dedicatoria: "A Raúl mi primo" por elección y oficio literario, modelo más fuerte en lengua española (hasta antes de tu publicación)", con la fecha del 31 de marzo de 1967.
Resultó un intercambio, porque unos días antes le mostré algunos de mis primeros relatos. A partir de aquellos años nuestra amistad aumentó en forma profunda, como un compromiso y privilegio en cada una de nuestras actividades culturales. Para mí fue un verdadero regalo de la vida, y un privilegio haber sido amigo de Lorenzo, igual me sucedió con la amistad de Mario Muñoz. Estoy conmovido por el fallecimiento de Lorenzo y la tristeza embarga los rincones de mi memoria. Sinceramente siento haber perdido una enorme parte de mi vida, y agradezco el extraordinario poder de recordarlo.
Hace varios meses, conversamos sobre algunas fotografías, le pedí que me las prestara porque iba a subirlas a este blog. Imágenes de aquellos años juveniles, añoranzas de lecturas inolvidables, películas magistrales, viajes al extranjero, y su impresionante repertorio de de las anécdotas acerca de las actrices más famosas. Hasta pude recordar sus primeros poemas, enfrente de la misa de cuerpo presente y luego en los instantes de mirar a Lorenzo en el féretro, partir en su último viaje.
Volví a reflexionar que a partir de entonces formamos parte de un espacio que Lorenzo Arduengo Pineda. Desde hace varias décadas, nos abría constantemente su casa; primero en el centro histórico, y luego en la hermosa construcción colonial que diseñó su padre. Fueron largas charlas de conversación alrededor de la mesa de cedro; las cuales se prolongaban hasta la aparición de los primeros rayos del sol del nuevo amanecer.
Cuando algún escritor llegaba a dar conferencias a Xalapa, las conversaciones se alargaban en la sala rodeada de cuadros de Eva Pineda. Obras pictóricas dedicadas a Ray Bradbury, Pedro Páramo, o retratos de Nicolás Copérnico, y el de Sor Juana, que siempre me gustó demasiado. Nunca olvidé los encuentros con Sergio Pitol, Carlos Monsivais, José de la Colina, Juan García Ponce, Juan Vicente Melo, o Emmanuel Carballo.
Precisamente este último dio a conocer en su Diario público, que aparecía en un periódico nacional, la descripción de una velada transcurrida en la casa de Lorenzo Arduengo Pineda. Lo cual indignó a un conocido periodista local porque Carballo había descubierto a nivel internacional, un ambiente intelectual idéntico a cualquier encuentro literario en París, Nueva York o Roma. También en casa de Lorenzo, por fortuna se planteó la necesidad de volver a publicar la segunda época de Estela Cultural, encabezada por Saúl Pabello y Lorenzo Arduengo Pineda. Más tarde fundó el suplemento Enfoques.
Desde Luego yo tenía la experiencia de haber editado las revistas Academus y posteriormente Cosmos, por lo tanto me encargó Lorenzo Arduengo Pineda, la coordinación de los suplementos mencionados. También vino a Xalapa, Luís Mario Schnaider, con quien se impulsaron las ediciones de El puente, en la Colección “El enano y la luna”. Fue un periodo en que Lorenzo Arduengo Pineda dio a conocer sus poemas y notas sobre el cine. Existe una serie de fotografías de cuando llevamos el escenario del Teatro del Estado de la capital veracruzana, el recital de poesía prehispánica y surrealista.
Durante muchos años indudablemente llegué a admirar el talento y el conocimiento de Lorenzo. No voy a olvidar sus impresiones valiosas sobre actores de sus películas favoritas y elegidas. Es imposible dejar de recomendar sus traducciones de El ángel azul, con Marlene Dietrich. Lorenzo aprendió alemán, gracias a las canciones de esta película, que interpretaba en nuestras reuniones.
Por instrucciones de mi amigo y tocayo Raúl Arias Lovillo, la Universidad Veracruzana rindió un merecido homenaje a Lorenzo Arduengo Pineda. Precisamente en el espacio en donde se desempeñó como director del Cine-Club de nuestra Máxima Casa de Estudios. Durante el evento, Esther Hernández Palacios destacó el papel de la amistad, y dio a conocer el reciente fallecimiento de Enriqueta Ochoa, quien también trabajó con sus cátedras en la Facultad de Letras. Antes de mi participación recordé la sentencia del escritor español Javier Cercas: "vivir no es para volver: vivir es ver cómo todo se va y no vuelve".
Javier Marías comentó recientemente que en muchas ocasiones "se despliega con los muertos toda la generosidad exagerada que a la mayoría se le regateó en vida, sobre todo si son muertos más o menos prematuros". Por otra parte, el otro colega hispano advirtió sobre "la jactancia del que escribe, el hincapié en lo importante que él fue para el muerto ("yo lo descubrí, fui su confidente, me apreciaba más que a nadie"). Pero en fin, sea como sea, esos elogios iniciales son parte de una concesión arraigada y hasta cierto punto comprensible".
Sentí la necesidad de la brevedad, y preferí leer un poema de Enriqueta Ochoa. Barbara Stawicka al recordar al amigo ausente, se elevó hasta las fronteras de la poesía. Mario Muñoz, en cambio, puso los pies sobre a tierra. Fue directo en afirmar que Lorenzo en estos últimos años se derrumbó en una terrible depresión, porque fue ignorado su proyecto de fundar el Instituto de Estudios Cinematográficos bajo el respaldo de nuestra Máxima Casa de Estudios de Veracruz.
Mi amigo y tocayo leyó una reflexión filosófica sobre el tema de la muerte, y dio a conocer algunos datos biográficos de Lorenzo. Creo que todos los participantes, nos referimos a la amistad con Lorenzo. Se trató de rescatar su trayectoria en la construcción de la Universidad Veracruzana, y esencialmente señalar su auténtico papel de intelectual que nunca buscó el reconocimiento oficial: prefirió el espacio del arte, al mismo tiempo siempre tuvo la dignidad de la honradez y el respeto a la vida institucional.
Lorenzo vivió intensamente al divulgar el estudio del cine, y se mantuvo alejado de la mediocridad de la burocracia. Todos estos valores fueron inculcados por sus padres don Lorenzo, quien fue respetado comerciante, y doña Eva Pineda heredó a su hijo una parte enorme de su sabiduría. Recuerdo que en algunas ocasiones, en las comidas y cenas que ofrecían en su hermosa casa de la avenida Xalapa, a un lado de mi centro de trabajo, el padre de Lorenzo se despedía con algunas melodías de Agustín Lara. Todavía siento a Lorenzo a mi lado, confieso que puedo escuchar la canción: "Estoy pensando en ti llorando tanto/ que a donde vayas/ te ha de seguir/ lo amargo de mi llanto". Ahora que ya está en el cielo con sus padres.
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