Desde hace varios años decidí no visitar las librerías, porque en mi casa ya no tenía ningún espacio libre. Antes acostumbraba gastar una parte de mi salario. Sin embargo, la última vez me enfermé con los gritos de varios libros, que me exigían los ayudara a escapar.
Nunca había percibido estos lamentos. En mis oídos resonaron hasta enloquecerme. Fue la tarde de un viernes, y nada más a mí me sucedió, por ser el elegido. Las demás personas, sin darse cuenta, recorrieron los pasillos, entre las montañas de las novedades editoriales. Casi en silencio, los adoradores de la lectura sin inmutarse, acariciaban las portadas. Yo era igual a ellos, y ni siquiera me importaban los descuentos en las ofertas. Sin pensarlo pagué el lote final que pude acomodar en mi casa.
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