sábado, 6 de diciembre de 2025

REVISTA Cultura de VeracruZ, 151

















>>>>>DESCARGAR AQUÍ<<<<<<



Sandra A.   Torres Herrera



 Somos cuerpo, mente, alma, espíritu, arrojados a este mundo. En “Chaxiraxi”, la novela de Raúl Hernández Viveros, el personaje principal recién estrena sus ochentas años y no está listo para dejar de buscar respuestas, y en ese cuestionamiento socrático, intenta abrirse al conocimiento total, pese a lo que bien dice Sor Juana Inés de la Cruz, y es el epígrafe de la obra: “Soñé que quería conocerlo todo y sabía que era imposible”. De lo que entonces está convencido el personaje, es que él existe y quiere en su plan de evasión, narrar lo vivido, teniendo como testigos a la ciudad y montañas circundantes de Bogotá, que le brindan un sentido de pertenencia.

El protagonista de “Chaxiraxi” no es un afamado escritor, como Gustavo Aschenbach, en “La muerte en Venecia”, que reflexiona sobre su vida y deseos. Es originario de Santa Martha, Departamento de Magdalena, en Colombia, y es un exfutbolista que gozó de fama entre los sesentas y setentas del siglo pasado en distintos equipos europeos —en los tiempos dorados de las escuadras italianas, polacas y colombianas—. Entregó su cuerpo al deporte de manera total, exprimiendo su pasión como un guerrero que es enviado a numerosos combates y sometido a contratos de esclavitud por parte de los clubes.

En su recuento de los años: la fama, aparejada con fiestas, drogas, derroche, amoríos que no llevan a nada, o que a ellos no se ata emocionalmente, no le produce al deportista sino vacío. Tras el paso del tiempo, y a tanto golpe recibido, su cuerpo comienza a fallar, y se somete a múltiples cirugías. Cuando sus piernas ya no le sirven, es arrojado sin miramientos al cruel olvido. Ver apagarse su estrella futbolística cuando las de otros emergen es una herida abierta que lleva consigo el exjugador. Porque un jugador nato lo que busca siempre es cancha, ese espacio donde explorar y explayar con otros sus habilidades y técnicas, establecer un lenguaje propio, complicidades, trazando líneas, leyendo con anticipación jugadas, y de ser preciso, sometiendo el cuerpo al máximo para lograr ejecutar, como meta común, —de manera armoniosa, hasta poética, como diría Pasolini sobre el pase de Pelé a Carlos Alberto, en el Mundial del 70; sería lo deseable—una ofensiva llevada a buen fin.

En la novela “Chaxiraxi”, de Raúl Hernández Viveros, el juego y la vida son lo mismo. Cuando el protagonista se ve obligado a abandonar para siempre la cancha de fútbol y saltar a la cancha de la vida, primero siente que se quedó en la banca, luego, busca estar activo en otras tareas nada legales, y sale mal librado, y con sus ahorros robados.

Después, permanece en las gradas mirando cómo juegan los demás, y de pronto, no sabe cómo, se ve hundido en la inmundicia, y se torna invisible.

Es aquí donde el héroe caído se redime al confesar que “vivir en forma apasionada es lo único que realmente ejercitó”, y que “quizá el misterio de la eterna juventud no estaba en el cuerpo sino en la búsqueda de nuestras raíces”. En este presente, el exfutbolista es un sobreviviente que en la soledad de su departamento enfrenta al vacío y a la melancolía con rituales: habla con su gallo disecado, toma puntualmente sus pastillas para aliviar sus males, y acude por las tardes a un bar, a escuchar boleros.

Y no es sino con la mirada interior puesta en sus orígenes, y sobre todo con la ayuda de la negra Chaxiraxi de ojos azules,  nombre de la mitología guanche, de Tenerife la madre del Sol;  aquella quien lo acompaña en el bar  y es mujer de carne y hueso, y  a la vez quizá un pensamiento o alucinación del protagonista, que éste siente esa energía vital para emprender la búsqueda del paraíso perdido, de la infancia y la adolescencia, de revivir las emociones y sensaciones que lo sobrecogieron en otros tiempos, en otras estancias. Se propone, entonces, como en el poema de Cavafis “Recuerda, cuerpo”, a que el suyo recuerde el pasado, casi como si fuera el presente, a través de la memoria de los sentidos externos, y no es sino con los sentidos internos, esos que escuchan, sienten, tocan lo invisible, que el personaje principal logra expandir su espíritu hacia territorios insospechados. De este modo, Raúl Hernández Viveros, tiene la destreza narrativa para sembrar semillas a lo largo de su novela, y que en el lector germinen.

En “Confesiones”, San Agustín señala que el presente mirando al pasado es la memoria, y el presente mirando al presente es la percepción, son dos de las 3 dimensiones del tiempo como existentes en el alma. Y el protagonista de “Chaxiraxi”, al ejercitar su memoria desde el presente, recobra el territorio imaginado ya, pues lo revivido no es lo que fue en sí, sino ficcionado, pues como lo advierte San Agustín:

 “Cuando se narran hechos pasados verdaderos, no se sacan de la memoria los mismos acontecimientos que pasaron, sino palabras concebidas a partir de las imágenes de aquellos, las que fijaron en el espíritu a modo de huella al pasar a través de los sentidos. Y así mi niñez, que ya no existe, está en el tiempo pasado porque ya no existe. Ahora bien, su imagen, cuando yo la reavivo y la narro, la observo en tiempo presente, porque todavía existe en mi memoria”.

 Con una prosa ejecutada de manera pulcra, llevada a profundidad, y en sus puntos altos, poética, el material narrativo de Raúl Hernández Viveros es fragmentario, y la escritura fluye al ritmo del oleaje de los recuerdos del personaje, retando al lector a dejarse llevar por ese vaivén, ya sea del ejercicio de evocación, consistente en ese mirar con voluntad hacia adentro y rescatar algo del pasado, del soñar despierto, del fantasear, de divagar, de alucinar, de crear espejismos, aventuras oníricas con la materia de la vigilia, y el déjà vu, imágenes y sensaciones de vivencias en vigilia o en sueños que emergen sin control.

Y el autor va más allá. El protagonista, alentado por Chaxiraxi, ejercita el músculo de su memoria, y termina en un viaje regresivo al origen de su existencia, en el cual él se percibe como semilla en el vientre materno, y siente cómo se gesta en ese entorno, en donde escucha a su madre y a su padre, amarse y pelearse, y luego padecer la ausencia del padre. Recuerda y vive el momento exacto en que despertó su conciencia individual, de su apercibir y darse cuenta a través de los sentidos, de su cognición; así como, por otro lado, de su inconsciente y los sueños, donde los recuerdos, lo confiesa el protagonista, brotan sin aviso. También, en toda la novela, el personaje tiene conciencia colectiva, y a manera junguiana, es asaltado por voces, ecos de recuerdos lejanos, mitos, leyendas, que emergen del inconsciente colectivo. Sin contar, el carácter metaliterario, en su obsesión por la mejor expresión de su escritura.

Y hay misterios que hacen la vida soportable. El protagonista de “Chaxiraxi” puede estar solo dentro de cuatro paredes, sin embargo, señala: “En mis sueños, vuelvo a vivir junto a todos mis difuntos, en un mundo donde el tiempo se desvanece y los recuerdos respiran.”

Asimismo, puede estar solo, pero el viento trae a su presente ecos lejanos, voces muiscas, imágenes de ancestros en la región central andina, donde el agua, los bosques, los animales, las piedras son más que eso, son símbolos de una visión mítica de la naturaleza, y al coexistir en un mismo espacio y tiempo, lo percibe, lo vive como realidades sobrepuestas. Y así también, al soñar, imaginar, inventar, trasciende su realidad.

Por último, así como en el final de Primero Sueño, tras la batalla de las sombras de la noche con la luz del amanecer, Sor Juana da cuenta de una visión de la totalidad, y su yo despierta. Así, el personaje principal, de “Chaxiraxi”, de Raúl Hernández Viveros, quien tras su lucha contra el olvido y la nada, en ese afán de aprehender su origen, confiesa: “Es imposible rescatar los días. No se puede transformar el calendario ni torcer el rumbo del olvido. La nada habita en la mente y acecha en la grieta del tiempo, y al abrir los ojos, se derrama sobre la realidad”.  Y, sin embargo, aun cuando el horizonte del hombre se estreche cada vez más, su ánima espera

martes, 11 de noviembre de 2025

Chaxiraxi Novela

CHAXIRAXI
Raúl Hernández Viveros


 Para su lectura , descarga aquí






sábado, 5 de abril de 2025

REVISTA Cultura de VeracruZ, 150

 

                 REVISTA Cultura de VeracruZ, 150

  DESCARGA AQUI👈

MURIEL, 

MI SOMBRA



Jorge Arturo Abascal Andrade

Las Sombras son hijas de Nicte (La Noche) y

de Horus niño (El Silencio)

Escrito en el muro izquierdo

de la gruta de Éfeso

 Y la Oscuridad se fragmentó y sus Partes

cubrieron amorosas el Mundo.

Florence Conry Espejo de piedad

 


Las sombras son femeninas, sólo femeninas. Cada sombra tiene el nombre de su madre quien a su vez lo obtuvo de su madre y así, hasta el principio de los tiempos, cuando el mundo todo estaba cubierto por una penumbra por poco infinita, antes de que la oscuridad pariera a la luz.

Mi sombra se llama Muriel, lo supe en un sueño, las seis letras emergían del agua de un arroyo y ella las tomaba y las bebía y pronunciaba el nombre; pero eso sólo fue en el sueño porque Muriel no habla; aunque esto no importa porque sé que si  la llamo acude flotando, suave, fugaz.

Cuando Muriel está serena, satisfecha, le gusta posar su cabeza en mi hombro y yo siento una brisa fresca, agradable, que sopla con delicadeza mi cabello; pero si algo la ha contrariado empieza a dar vueltas alrededor mío como cercándome, amenazadora, un silbido cortante surge de ella y se introduce a mi cuerpo por mis oídos y me perturba y un dolor infame me invade, un dolor mezclado con una insatisfacción malsana de tan profunda, de tan total; bastan unos instantes de este suplicio para que llegue a mí una migraña insoportable, como si una flama intensa deambulara libre por mi cabeza quemándome la vida; una vez, incluso, me desmayé. Muriel se asustó, desde ese día intentó controlarse… sin conseguirlo.

A pesar de sus temibles ataques de ira somos amigos. Muriel es mi confidente; cuando estamos solos me responde escribiendo en el aire con su pluma negra y sus palabras flotan un instante, quedan suspendidas un momento, sólo lo suficiente para que pueda leer lo que me dice. Está conmigo a lo largo del día y en la noche reposa junto a mí, sigilosa, invisible y oscura. Sé que está ahí, siempre.

Estuvimos juntos toda la vida, toda nuestra vida; yo crecía y ella también, caminaba y ella hacía lo mismo; en el inicio del día o en el invierno hostil me acompañaba silenciosa y leal; me enamoré de Alicia y Muriel interrumpió el romance con sus celos negros; el día que murió mi padre me consoló intentando abrazarme con sus brazos oscuros y besarme con sus besos fríos. Muriel me quiere y yo la quiero, aunque también le temo.

Nuestra relación fue cálida– en la infancia, en la adolescencia-, cercana en el cariño, distante en lo físico, convivíamos, nuestras vidas existían en dos planos diferentes.

Cuando cumplí 21 años todo cambió. Fue una noche de octubre, una luna enorme y azul iluminaba la calle solitaria por la que caminábamos. Llegamos al Jardín de las Once Estatuas. Era un escenario ominoso, los cuerpos de piedra y bronce parecían tener vida, recordé que sus miradas en noches de luna –dice la gente- siguen mustias a aquellos que transitan por el lugar. Nadie sabía quiénes fueron en vida, ni cuándo llegaron.

Empezamos a cruzar el centro del jardín, Muriel corría juguetona, se adelantaba unos metros, subía o se ocultaba entre las figuras, las traspasaba y su silueta grácil emanaba de alguna de ellas; al llegar al umbral del pasillo izquierdo regresó conmigo amorosa y fatua para abrazarme, su cuerpo, como siempre antes, atravesó el mío o el mío atravesó el suyo y yo salí de ella como si emergiera de una niebla tenuemente negra y fresca. Hice por tomarla como muchas otras veces. Fue en ese momento, Muriel me miró. Los rayos azules de la luna eran agua de luz. No sé si fue la luna o la noche o el deseo vehemente resguardado por años o la suma de todo esto, pero por un instante logré ver –con nitidez- los ojos luminosos y verdes de Muriel.

Pensaba en la amenaza hermosa y latente de esos ojos, aún sentía, estupefacto, la impresión rotunda que me habían provocado, cuando percibí que una corriente pétrea empezaba a entrar en mí: la dureza de mi cuerpo empezó en los pies y fue subiendo, lenta como tristeza, por las piernas, por el tronco, hasta llegar a la cabeza; así, descifré el misterio del origen de las, ahora, doce estatuas. Muriel me besó, sentí por fin sus labios de noche virgen, me miró nuevamente, compasiva; acarició mi rostro con delicadeza, se introdujo en mi cuerpo de piedra y se hizo una conmigo.



martes, 25 de febrero de 2025

REVISTA Cultura de VeracruZ, 149

  DESCARGA AQUI👈



RAFAEL ANTUNEZ

FERNANDO DENIS

CARTOGRAFO DEL AGUA


En una tierra de grandes poetas como José Asunción Silva, Aurelio Arturo, Jorge Zalamea, María Mercedes Carranza, Raúl Gómez Jattin, Juan Gustavo Cobo Borda, Nicolás Suescún y William Ospina por sólo citar a unos cuantos, Fernando Denis ha sabido hacerse de un lugar destacado para su voz.

Denis no un poeta de ideas, su manera de ver el mundo es la de un pintor, prefiere las formas y las formas de nombrar de nuevo a las cosas; a la construcción de una historia; al desarrollo de una tesis, opone el placer de concebir un paisaje que no existe, ya porque sus geografías son imaginarias, ya porque radican en el pasado, un pasado que el poeta ha convertido en un espacio místico.  Un espacio donde el mito actúa como piedra de toque para el canto, para la celebración del mundo, rara vez para su crítica. Para Denis el mito parece ser un refugio al cual huir del presente, un tiempo en el que, a todas luces, no siente como suyo. Poeta adánico, es, aun tiempo, el que celebra y nombra la belleza, pero también el que huye del presente

hacia el pasado, hacía las provincias del sueño, es decir hacia el futuro.

El de su poesía es un territorio por donde leves mariposas y deslumbrantes aves cruzan el ciclo por las sendas que sólo a ellas les es dado transitar. Paisajes compuestos con mármoles y doradas arenas, fuentes maravillosas y torrentes cristalinos a cuyas orillas crecen las grandes hojas de malanga y las pequeñas y delicadas flores rojas y amarillas que pueblan sus poemas. Delicadas arquitecturas que parecen sacadas ele un cuadro de Remedios Varo, jóvenes que han escapado de las mil y una noches, de la Odisea y de su Ciénega natal, pasean leves y misteriosas por estos poemas que, con la paciencia de un artesano, va labrando Denis de un verano a otro verano, del incendio de un otoño a la pulcra nieve de un albo  invierno.

Cartógrafo del agua, también lo es de la luz y de los sueños, Denis es un ímagista (un ferviente lector H.D. y de Edna St.  Vincent Millay y del primer Pound) que camina dormido por el Caribe, uno de esos raros poetas a los que nos les sería posible imaginar el infierno o el purgatorio y se contentan con regalarnos vislumbres del paraíso.

Fernando Denis es un poeta aurático que no transita por las sendas de la moda. Es, a un tiempo, un poeta anacrónico (y esta es una de sus virtudes), un clásico y un extemporáneo. No busca, ni le interesa la modernidad, busca y le interesa penetrar en los misterios del lenguaje, extraer el oro, la luz que hay  contenida en  las palabras.

Cantar la belleza del mundo es un oficio que requiere humildad y (paradójicamente) cierta altivez.  Por un lado implica ponerse a la altura de un ave, igualar su sencillez y su profundidad; por otro, una tentativa casi divina: cantar el mundo como es, o como se cree que es, brindar una imagen verbal ele las maravillas del mundo. Para tal empresa no sirve el lenguaje de la moda, lenguaje de la política, el lenguaje del odio, el paupérrimo lenguaje de los académicos. Es necesario un lenguaje templado por el fuego, quintaesenciando, un lenguaje que sea a un tiempo celebración e imagen del mundo.

He dicho líneas arriba que Denis es un poeta anacrónico y que esta postura es una virtud, una forma de ser y de vivir en el mundo. Siempre ha resultado (y resultará) muy fácil nadar a favor de la corriente, caminar en medio del pelotón, apostar por la inmediatez.  Separarse, implica no sólo un rompimiento, también ser señalado por el grupo que, cómodamente avanza sin saberlo hacia el precipicio.

Denis ha elegido ser un solitario en  el concierto de la poesía colombiana, ha  elegido, en  vez ele sumarse al coro, construir su propio  espacio, fundar  su tradición, su geografía, su linaje que va de Virgilio a James Joyce, pasando, sí, por las novelas de García  Márquez, las Vidas imaginarias de Shwob, el Sallinger  de El guardián oculto en el centeno, los  prerrafaelistas y los  presocráticos. Es, a todas luces, una criatura extraña, un poeta que, no importa que el mundo parezca derrumbarse, continúa cantando como  si hoy fuera el primer día,  como si él fuera el primer hombre.






sábado, 8 de febrero de 2025

Revista Cultura de VeacruZ, No. 148

 DESCARGA AQUI👈

               LETRAS DE COLOMBIA

Raúl Hernández Viveros

Raúl Hernández Viveros y Greole Group:  Da click en la fotografía



La inspiración artística en Colombia asombra al espacio mundial por sus aportaciones trascendentales procedente s de la mezcla africana, indígena y europea. El caso particular es Fernando Botero porque fundamenta su obra con la genialidad de sus pinturas que forman parte de la Historia contemporánea del arte. Recorrer su Museo en Bogotá. significa enriquecer nuestra apreciación a sus máximas expresiones de la fantasía y la imaginación. Es una maravillosa aventura recorrer el Museo del Oro de Bogotá, pero no brilla tanto como el de Botero. Ya que el Maestro donó su colección personal de obras de pintores universales. Heredó obras de sus contemporáneos como Picasso, Miró, Gironella, y rescató cuadros impresionistas y hasta una escultura de Dalí, representan parte del patrimonio universal. También en Bogotá destaca la obra del pianista y compositor Edy Martínez, talentoso musico que acompañó a las mejores orquestas de Fania de Nueva York, y transformó con el ritmo de jazz, e innovó la música tropical. Lo recordamos por el tema de la letra "Indestructible": “Cuando en la vida, se sufre una herida / Porque se pierde sangre querida / En ese momento, coge el destino en tu mano / Y hecha pa'lante mi hermano / Con la ayuda de nueva sangre / Cuando en el alma, se siente un dolor / Por la traición, que te brinde un amigo / En ese momento, piensa que todo es posible / Que con la sangre nueva está la fuerza indestructible / En ese momento, piensa que todo es posible / Que con la sangre nueva está la fuerza indestructible / Cuando en el alma se sienta una herida, porque se pierde sangre querida…”

En Cartagena de Indias, toqué la estatua de Gabriel García Márquez. La Universidad Veracruzana le publicó su libro:" Los funerales de la mamá grande". Con sus regalías, pudo finalizar su novela: "Cien años de soledad". Además, nuestra máxima casa de estudios patrocinó la filmación y el libro “La viuda de Montiel”; textos de Jorge Ruffinelli, y fotos de Julio Jaimes, Universidad Veracruzana, 1979. El Semanario "Punto y Aparte", lo recibió en sus oficinas, y fue entrevistado. Gracias a Froylán Flores Cancela y Armando Rodríguez, lo pude conocer y abrazar.

Entre los más importantes y memorables visitas a la capital veracruzana, desde luego hay que mencionar y destacar a principios del siglo XX, la de Rubén Darío. En décadas recientes, los homenajes de la Universidad Veracruzana a Julio Cortázar, o el dedicado a Juan Carlos Onetti. A una década del fallecimiento de Gabriel García Márquez, el 24 de abril de 2014, resulta fundamental recordar la carta de Gabriel García Márquez, sobre el pago de derechos de autor por su libro “Los funerales de la mamá grande”, en aquellas líneas respondió, que con dicha cantidad iba a dedicarse de tiempo completo a terminar su obra cumbre “Cien años de soledad”; novela tan difundida que se ha perdido la cuenta porque lleva de acuerdo a estadísticas editoriales, más de 50 millones de ejemplares vendidos.

El desarrollo de la imaginación y la escritura de Gabriel García Márquez, volaron hacia alturas universales con las historias fantásticas dignas de ser contadas; igual como lo fueron recogidas oralmente y trazadas en nuestros antiguos y libros sagrados de los pueblos antiguos prehispánicos, crónicas de los conquistadores, y versiones etnográficas de los misioneros evangelizadores. Narraciones acumuladas de la historia de nuestros pueblos del Nuevo Mundo. María Chisten** publicó su ensayo “Cien años de maravilla”, y señaló las fuentes de los informes y relaciones escritas por los europeos frente al deslumbramiento de la naturaleza y los nuevos seres en el mundo, a partir del descubrimiento, conquista y colonización.

Siempre Gabriel García Márquez mantuvo su postura digna en defensa y promoción de los pueblos latinoamericanos. En el número 14 de Texto Crítico, Jorge Ruffinelli, su gran amigo y compañero, dio a conocer uno de los valiosos ensayos reflexivos de Gabriel García Márquez: “Fantasía y creación artística en América Latina y el Caribe”. En pocas páginas el autor colombiano, y mexicano por arraigo fraternal con la cultura de México, advirtió: …“los escritores de América Latina y el Caribe, tenemos que reconocer, con la mano en el corazón que la realidad es mejor escritor que nosotros. Nuestro destino, y tal vez nuestra gloria, es tratar de imitarla con humildad, y lo mejor que nos sea posible”.

Recientemente, la Feria de la Caña en Cali, se engalanó con la música de la “Salsa”, durante la actuación de “Niche”, “Guayacán”, y tantos grupos tropicales que se acompañan con decenas de escuelas de baile y danzantes vestidos con trajes de colores, procedentes de barrios populares. Bailan y cantan al ritmo de tambores, instrumentos de viento. Admirar estas danzas me llevó a imaginar mi juventud cuando lloré con las páginas de “María”, de Jorge Isaacs: "El revuelo de un ave que al pasar sobre nuestras cabezas dio un graznido siniestro y conocido para mí, interrumpió nuestra despedida; la vi volar hacia la cruz de hierro, y posada ya en uno de sus brazos, aleteó repitiendo su espantoso canto.”.

Años más tarde, con José Eustasio Rivera sentí el amor por la creación literaria: “¡Oh, selva, esposa del silencio, madre de la soledad y la neblina! ¿Qué hado maligno me dejó prisionero en tu cárcel verde? Los pabellones de tus ramajes, como inmensa bóveda, siempre están sobre mi cabeza, entre mi aspiración y el cielo claro, que sólo entreveo cuando tus copas estremecidas mueven tu oleaje, a la hora de tus crepúsculos angustiosos. (…) ¡Tú me robaste el ensueño del horizonte y sólo tienes para mis ojos la monotonía de tu cenit, por donde pasa el plácido albor, que jamás alumbra las hojarascas de tus senos húmedos!”.

Cuando estuve a cargo de la Dirección Editorial de la Universidad Veracruzana, descubrí al autor de “Diario de Lecumberri”, de Álvaro Mutis. Luego penetré en la fascinación de su narrativa. Una muestra de “La mansión de Araucaíma”: "Hembra madura y frutal, la Machiche. Mujer de piel blanca, amplios senos caídos, vastas caderas y grandes nalgas, ojos negros y uno de esos rostros de quijada recia, pómulos anchos y ávida boca que dibujaran a menudo los cronistas gráficos del París galante del siglo pasado. Hembra terrible y mansa la Machiche, así llamada por no se supo nunca qué habilidades eróticas explotadas en sus años de plenitud. La bondad se le daba furiosamente, sus astucias se gestaban largamente y estallaban en ruidosas y complicadas contiendas, que se aplacaban luego en el arrullo acelerado de algún lecho en desorden.”

Con Marco Tulio Aguilera Garramuño, existen lazos fraternales desde que obtuvo el segundo lugar del premio de cuento, convocado por “La Palabra y el Hombre”. Ahora de vez en cuando, marca mi teléfono para hacerme la prueba de la sobrevivencia. De su novela “Máscara frente al espejo”, se incluye un fragmento. A Eduardo García Aguilar me lo presentó en la Ciudad de México, Vicente Francisco Torres. Unos años después lo visité en París. De su narrativa se reproduce de “Arthur Rimbaud Visita el Tequendama”: y “Remember Chapinero” Sara Ospina coordinó una parte de Letras de Colombia. Reconocimiento al Instituto Distrital de las Artes, Libro al Viento, Colección capital. “Cultura de VeracruZ”, fomenta la lectura y divulgación en esta revista de literatura contemporánea, espacio independiente y sin fines de lucro.


* La Palabra y el Hombre, No. 44, Nueva Época, Octubre-diciembre de 1982