Sandra A. Torres Herrera
Somos cuerpo, mente, alma, espíritu, arrojados a este mundo. En “Chaxiraxi”, la novela de Raúl Hernández Viveros, el personaje principal recién estrena sus ochentas años y no está listo para dejar de buscar respuestas, y en ese cuestionamiento socrático, intenta abrirse al conocimiento total, pese a lo que bien dice Sor Juana Inés de la Cruz, y es el epígrafe de la obra: “Soñé que quería conocerlo todo y sabía que era imposible”. De lo que entonces está convencido el personaje, es que él existe y quiere en su plan de evasión, narrar lo vivido, teniendo como testigos a la ciudad y montañas circundantes de Bogotá, que le brindan un sentido de pertenencia.
El protagonista de “Chaxiraxi” no es un afamado escritor, como Gustavo Aschenbach, en “La muerte en Venecia”, que reflexiona sobre su vida y deseos. Es originario de Santa Martha, Departamento de Magdalena, en Colombia, y es un exfutbolista que gozó de fama entre los sesentas y setentas del siglo pasado en distintos equipos europeos —en los tiempos dorados de las escuadras italianas, polacas y colombianas—. Entregó su cuerpo al deporte de manera total, exprimiendo su pasión como un guerrero que es enviado a numerosos combates y sometido a contratos de esclavitud por parte de los clubes.
En su recuento de los
años: la fama, aparejada con fiestas, drogas, derroche, amoríos que no llevan a
nada, o que a ellos no se ata emocionalmente, no le produce al deportista sino
vacío. Tras el paso del tiempo, y a tanto golpe recibido, su cuerpo comienza a fallar,
y se somete a múltiples cirugías. Cuando sus piernas ya no le sirven, es
arrojado sin miramientos al cruel olvido. Ver apagarse su estrella futbolística
cuando las de otros emergen es una herida abierta que lleva consigo el
exjugador. Porque un jugador nato lo que busca siempre es cancha, ese espacio
donde explorar y explayar con otros sus habilidades y técnicas, establecer un
lenguaje propio, complicidades, trazando líneas, leyendo con anticipación
jugadas, y de ser preciso, sometiendo el cuerpo al máximo para lograr ejecutar,
como meta común, —de manera armoniosa, hasta poética, como diría Pasolini sobre
el pase de Pelé a Carlos Alberto, en el Mundial del 70; sería lo deseable—una
ofensiva llevada a buen fin.
En la novela
“Chaxiraxi”, de Raúl Hernández Viveros, el juego y la vida son lo mismo. Cuando
el protagonista se ve obligado a abandonar para siempre la cancha de fútbol y
saltar a la cancha de la vida, primero siente que se quedó en la banca, luego,
busca estar activo en otras tareas nada legales, y sale mal librado, y con sus
ahorros robados.
Después, permanece en
las gradas mirando cómo juegan los demás, y de pronto, no sabe cómo, se ve
hundido en la inmundicia, y se torna invisible.
Es aquí donde el héroe
caído se redime al confesar que “vivir en forma apasionada es lo único que
realmente ejercitó”, y que “quizá el misterio de la eterna juventud no estaba
en el cuerpo sino en la búsqueda de nuestras raíces”. En este presente, el exfutbolista
es un sobreviviente que en la soledad de su departamento enfrenta al vacío y a
la melancolía con rituales: habla con su gallo disecado, toma puntualmente sus
pastillas para aliviar sus males, y acude por las tardes a un bar, a escuchar
boleros.
Y no es sino con la
mirada interior puesta en sus orígenes, y sobre todo con la ayuda de la negra
Chaxiraxi de ojos azules, nombre de la
mitología guanche, de Tenerife la madre del Sol; aquella quien lo acompaña en el bar y es mujer de carne y hueso, y a la vez quizá un pensamiento o alucinación
del protagonista, que éste siente esa energía vital para emprender la búsqueda
del paraíso perdido, de la infancia y la adolescencia, de revivir las emociones
y sensaciones que lo sobrecogieron en otros tiempos, en otras estancias. Se
propone, entonces, como en el poema de Cavafis “Recuerda, cuerpo”, a que el
suyo recuerde el pasado, casi como si fuera el presente, a través de la memoria
de los sentidos externos, y no es sino con los sentidos internos, esos que escuchan,
sienten, tocan lo invisible, que el personaje principal logra expandir su
espíritu hacia territorios insospechados. De este modo, Raúl Hernández Viveros,
tiene la destreza narrativa para sembrar semillas a lo largo de su novela, y
que en el lector germinen.
En “Confesiones”, San
Agustín señala que el presente mirando al pasado es la memoria, y el presente
mirando al presente es la percepción, son dos de las 3 dimensiones del tiempo
como existentes en el alma. Y el protagonista de “Chaxiraxi”, al ejercitar su
memoria desde el presente, recobra el territorio imaginado ya, pues lo revivido
no es lo que fue en sí, sino ficcionado, pues como lo advierte San Agustín:
“Cuando se narran hechos pasados verdaderos,
no se sacan de la memoria los mismos acontecimientos que pasaron, sino palabras
concebidas a partir de las imágenes de aquellos, las que fijaron en el espíritu
a modo de huella al pasar a través de los sentidos. Y así mi niñez, que ya no
existe, está en el tiempo pasado porque ya no existe. Ahora bien, su imagen,
cuando yo la reavivo y la narro, la observo en tiempo presente, porque todavía
existe en mi memoria”.
Con una prosa ejecutada de manera pulcra, llevada a profundidad, y en sus puntos altos, poética, el material narrativo de Raúl Hernández Viveros es fragmentario, y la escritura fluye al ritmo del oleaje de los recuerdos del personaje, retando al lector a dejarse llevar por ese vaivén, ya sea del ejercicio de evocación, consistente en ese mirar con voluntad hacia adentro y rescatar algo del pasado, del soñar despierto, del fantasear, de divagar, de alucinar, de crear espejismos, aventuras oníricas con la materia de la vigilia, y el déjà vu, imágenes y sensaciones de vivencias en vigilia o en sueños que emergen sin control.
Y el autor va más allá. El protagonista, alentado por Chaxiraxi, ejercita el músculo de su memoria, y termina en un viaje regresivo al origen de su existencia, en el cual él se percibe como semilla en el vientre materno, y siente cómo se gesta en ese entorno, en donde escucha a su madre y a su padre, amarse y pelearse, y luego padecer la ausencia del padre. Recuerda y vive el momento exacto en que despertó su conciencia individual, de su apercibir y darse cuenta a través de los sentidos, de su cognición; así como, por otro lado, de su inconsciente y los sueños, donde los recuerdos, lo confiesa el protagonista, brotan sin aviso. También, en toda la novela, el personaje tiene conciencia colectiva, y a manera junguiana, es asaltado por voces, ecos de recuerdos lejanos, mitos, leyendas, que emergen del inconsciente colectivo. Sin contar, el carácter metaliterario, en su obsesión por la mejor expresión de su escritura.
Y hay misterios que
hacen la vida soportable. El protagonista de “Chaxiraxi” puede estar solo
dentro de cuatro paredes, sin embargo, señala: “En mis sueños, vuelvo a vivir
junto a todos mis difuntos, en un mundo donde el tiempo se desvanece y los
recuerdos respiran.”
Asimismo, puede estar
solo, pero el viento trae a su presente ecos lejanos, voces muiscas, imágenes
de ancestros en la región central andina, donde el agua, los bosques, los
animales, las piedras son más que eso, son símbolos de una visión mítica de la
naturaleza, y al coexistir en un mismo espacio y tiempo, lo percibe, lo vive
como realidades sobrepuestas. Y así también, al soñar, imaginar, inventar,
trasciende su realidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario