RAFAEL ANTUNEZ
CARTOGRAFO DEL AGUA
En una tierra de
grandes poetas como José Asunción
Silva, Aurelio Arturo,
Jorge Zalamea, María Mercedes Carranza, Raúl Gómez Jattin, Juan Gustavo Cobo Borda, Nicolás Suescún y
William Ospina por sólo citar
a unos cuantos, Fernando
Denis ha sabido hacerse
de un lugar destacado para su voz.
Denis no un poeta de
ideas, su manera de
ver el mundo es la de un pintor, prefiere las formas y las formas de nombrar de nuevo a las cosas; a
la construcción de una historia; al desarrollo de una tesis, opone el placer de concebir un paisaje que
no existe, ya porque sus geografías son imaginarias, ya
porque radican en el pasado, un
pasado que el poeta ha convertido en un espacio místico.
Un espacio donde el mito actúa como piedra de toque para el canto, para la celebración del mundo, rara vez para su
crítica. Para Denis el mito parece ser un
refugio al cual huir del presente, un
tiempo en el que, a todas luces, no siente como suyo. Poeta adánico, es, aun tiempo, el que celebra y nombra la
belleza, pero también el que huye del presente
hacia el pasado, hacía las provincias del sueño, es decir hacia el futuro.
El de su poesía es un territorio por donde leves mariposas y
deslumbrantes aves cruzan el ciclo por las sendas que
sólo a ellas les es dado transitar. Paisajes compuestos con mármoles y doradas arenas,
fuentes maravillosas y torrentes cristalinos a cuyas orillas crecen las grandes hojas
de malanga y las pequeñas y delicadas flores rojas y amarillas que
pueblan sus poemas. Delicadas arquitecturas que parecen sacadas
ele un cuadro de Remedios Varo, jóvenes que han escapado de las mil y una
noches,
de la Odisea y de su Ciénega natal, pasean leves y misteriosas por estos poemas que, con la paciencia de
un artesano,
va labrando Denis de un verano a otro verano, del incendio de
un otoño a la pulcra nieve
de
un albo invierno.
Cartógrafo del agua, también lo es de la luz y de los sueños, Denis es un ímagista (un ferviente lector H.D. y de Edna St. Vincent Millay
y del
primer Pound)
que camina dormido por el Caribe, uno de esos raros poetas a los que nos
les sería posible imaginar el
infierno o
el purgatorio y se contentan con regalarnos vislumbres del paraíso.
Fernando Denis es un poeta aurático que no transita por las sendas
de la moda. Es, a un tiempo, un
poeta anacrónico (y esta es una de sus virtudes), un clásico y un extemporáneo. No busca,
ni le interesa la modernidad, busca y le interesa penetrar en los misterios del lenguaje, extraer el oro, la luz que hay contenida en las palabras.
Cantar la belleza del mundo es un oficio que requiere humildad y (paradójicamente) cierta altivez. Por un lado implica ponerse
a la altura de
un ave, igualar su sencillez y su profundidad; por otro,
una tentativa
casi divina: cantar el mundo como es, o como se cree que es,
brindar una
imagen verbal ele las maravillas del
mundo.
Para tal empresa no
sirve el lenguaje de la moda,
lenguaje de la política, el lenguaje del odio,
el paupérrimo lenguaje de los académicos. Es necesario un lenguaje templado
por el fuego, quintaesenciando, un lenguaje que
sea a un tiempo celebración e imagen del mundo.
He dicho líneas arriba que Denis
es un poeta anacrónico y que esta postura es una virtud, una forma de ser y de vivir en el mundo. Siempre ha resultado
(y resultará) muy fácil nadar a favor de la corriente, caminar en medio
del pelotón, apostar por la inmediatez. Separarse, implica no sólo un rompimiento, también ser señalado por el grupo que, cómodamente
avanza sin saberlo hacia el precipicio.
Denis ha elegido ser un solitario en el concierto de la poesía colombiana, ha elegido, en vez
ele sumarse al coro, construir su propio espacio, fundar su tradición, su geografía,
su linaje que va de Virgilio
a James Joyce, pasando, sí, por las novelas de García
Márquez, las Vidas imaginarias de Shwob, el Sallinger de El guardián oculto en el centeno, los prerrafaelistas y los presocráticos. Es,
a todas luces, una criatura extraña, un
poeta que, no importa que
el
mundo parezca derrumbarse, continúa cantando
como si hoy fuera el primer día,
como si él fuera el primer hombre.
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