martes, 3 de abril de 2012

Los signos del mestizaje





























Por Raúl Hernández Viveros

A través de la lectura se puede interpretar el proceso de la asociación de signos y significados. Extraer de la creación de los mensajes una serie de interpretaciones de textos literarios e históricos, o de cualquiera otra materia. Desde las funciones propias del relato se analizan los mitos, leyendas o fábulas. A partir de lo que se transmite se construye la relación y apartamiento del pasado con el presente. Al mismo tiempo se estudian los hechos y acontecimientos bajo el misticismo del siglo XVII.
La memoria histórica de nuestros antepasados prehispánicos se transmitió oralmente, y a través de los tlacuilos quienes fueron los que pintaron lo dicho de generación en generación. El imaginario colectivo enriqueció el acervo popular como parte de las características definidas por Virgilio de que “la diosa se reconoce en su andar”.
La glosolalia o “el don de las lenguas”, de acuerdo a San Marcos, en su versículo 17 Jesús dijo que, en su nombre, los apóstoles "hablarán nuevas lenguas". Formó parte del asombro vinculándose con el impulso de la curiosidad de los conquistadores españoles. A través de los testimonios que se recogieron en las diversas versiones históricas, el sentido del encuentro y la ruptura que llevó a la percepción de la esencia y objeto de otros signos lingüísticos, además de la captura de otros significados con las imágenes del Nuevo Mundo.
Bernal Díaz del Castillo reconoció que: “Antes que más meta la mano en lo del gran Montezuma y su gran México y mexicanos, quiero decir lo de doña Marina, cómo desde su niñez fue gran señora de pueblos y vasallos y es de esta manera: que su padre y su madre eran señores y caciques de un pueblo que se dice Painala, y tenía otros pueblos sujetos a él, obra de ocho leguas de la villa de Guazacualco”. También informó que: “los de Xicalango la dieron a los de Tabasco, y los de Tabasco a Cortés, y conocí a su madre”, y agregó que sin “doña Marina no podíamos entender la lengua de Nueva-España y México.”
Los españoles la llamaron Marina o Malinche porque se llamaba Malinali y oyeron que le decían Malinal, ella dominaba los idiomas náhuatl y maya. El deslumbramiento de Cortés frente a la belleza y la sabiduría de la Malinche, fue inmenso cuando aprendió de inmediato el castellano. Para Cortés fue su intérprete, secretaria y amante, y lo llevó a tener un hijo bastardo Martín, que fue agraciado con el nombramiento de caballero de Santiago, en 1540, en el reino de España.
El 21 de abril de 1519, jueves santo, se fundó el primer ayuntamiento en México que se llamó la Villa Rica de la Veracruz, y se constituyó así el primer acto notarial cuando Diego de Godoy, nombrado escribano por los conquistadores, dio fe. A pesar de que Hernán Cortes, en Valladolid y luego en Sevilla, había sido ayudante de un escribano lo que evidentemente despertó en él una gran practica en las artes de la escribanía y gusto por esa actividad, tan es así, que ya en territorio americano, solicitó en Santo Domingo una escribanía del rey.
La figura del conquistador tuvo el respaldo de Gerónimo de Aguilar porque conocía el idioma maya, y lo más importante fue el regalo que le hicieron de la Malintzin o Malinche, porque ella que tenía conocimientos del náhuatl y maya. De acuerdo con las profecías nuestros antepasados creyeron que se trataba de la llegada de “Los hijos del sol”, o el retorno de Quetzalcoatl.
De esta manera se inició la conquista de México, lo cual mantuvo la visión de José Vasconcelos de reconocer en Hernán Cortés, de convicción religiosa, quien trajo la civilización al mundo indígena mesoamericano. A través de la conquista y colonización se trasplantó la religión católica y el idioma de Cervantes, con la imposición de los cañones y espadas.
Frente al mestizaje comenzó el derrumbe y la destrucción del imperio azteca. Para Vasconcelos, Hernán Cortés, fue y es el creador de la nacionalidad. A través del sojuzgamiento de otros grupos indígenas encabezó la traición de las tribus vencidas. Sin embargo, pudo fascinar a Carlos V al describirle a Tlaxcala como la ciudad más grande que Granada.
Al final de su vida, el creador de la nacionalidad recurrió al rey para reconocer que “Véome viejo, y pobre y cargado de deudas”. Y suplicó el permiso de: “Y ésta será para mí muy gran merced, porque al dilatarse, dejarlo he perder, y volverme he a mi casa porque no tengo ya edad para andar por mesones, sino para recogerme aclarar mi cuenta con Dios, pues la tengo larga y poca vida para dar los descargos, y será mejor dejar la hacienda que al ánima”. En 1547, sin obtener la gratitud de la Corona española, Hernán Cortés intentó regresar al imperio conquistado, pero antes de embarcarse falleció en Sevilla, donde fue sepultado. Posteriormente sus restos se trajeron hasta el monasterio de San Francisco, en Texcoco. En 1629 se trasladaron a la ciudad de México, y hasta la fecha se desconoce el lugar de los restos de Hernán Cortés.

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