martes, 6 de diciembre de 2011

ENTREVISTA A VASCO Szinetar









Antonio López Ortega*





Cachete con cachete






En un acertado intercambio de roles, un polifacético retratista de escritores es enfrentado al espejo por uno de ellos. Una íntima mirada al álbum personal del fotógrafo venezolano Vasco Szinetar







A la muerte de tu padre suceden otras muertes cercanas. ¿Por qué no me hablas de ellas?





Esas pérdidas las asocio con un período de vida en el que la muerte se me hizo un objeto muy tangible, que podía tocar con mis manos. En 1964 muere mi tío Argimiro, en un frente de guerrillas. Nos toca ir a buscar el cadáver y yo nunca sabré por qué me incorporan en la comisión familiar. Ese es el primer impacto, o la primera imagen: viajar hasta el sitio, reconocer el cadáver, recogerlo y traerlo de vuelta a casa para velarlo y enterrarlo.





Después viene la muerte de mi tío Alirio en 1966. Él también se suicida, y a partir de allí, como por mimetismo, a mí se me hace muy visible la circunstancia del suicido de mi padre. Viéndolo desde una perspectiva más saludable, yo comenzaba a fantasear con el suicidio como esa fatalidad vinculada a la cultura, a la creación, a la vida de tantos poetas y artistas. Y con ese imaginario a cuestas recorrí muchas etapas, hasta que ya más grandecito me dije: “Esto es una necedad”.





¿En qué momento de la adolescencia, tan imbuida en el debate político, comienzas a sentir la pulsión artística? ¿Ambas inquietudes van en paralelo o se dan la mano en algún momento?





Al comienzo iban juntas. Fíjate que en lo que es la izquierda clásica, los temas políticos y culturales van de la mano. Yo comienzo a leer poemas a los 16 años, también a escribirlos, pero la visión de la cultura seguía muy ligada al ámbito político. Con mi tío Edgardo tengo mis primeros diálogos sobre Rilke, sobre Thomas Mann, sobre literatura en general, y comienzo a notar que la escritura es una forma de afirmación personal, un instrumento de seducción, una palanca para ser reconocido. Es decir, algo más o menos igual que la política. Entonces me empiezo a poner unos suéteres “existencialistas”, unos pantalones de pana, todo para acceder muy adolescentemente a una fachada. En el fondo, todas estas cosas las hacía, como las hacemos todos, para que me reconocieran o me quisieran.





Más allá de las influencias intelectuales que provenían del entorno familiar, ¿puedes identificar algún momento en el que conscientemente hayas reconocido tu talante artístico?





Yo venía escribiendo poemas de manera muy consistente, pero a partir de un momento comienzo a ver mucho cine. El cine estaba de moda como expresión, como posibilidad, como vía de desarrollo intelectual y personal. Cuando termino el bachillerato surge la posibilidad de irme al extranjero, pero no sabía muy bien qué estudiar. ¿Qué es lo que está de moda?, me pregunto, y me contesto sin vacilar mucho: el cine. Aunque viéndolo ahora, hubiera preferido estudiar diseño gráfico o fotografía, disciplinas que están más cerca de mi naturaleza, oficios más solitarios, que dependen de menos personas, en los que la relación con el trabajo es más directa y no está sujeta a factores externos. Pero me voy por el cine y termino en Polonia, en la Escuela León Schiller de Lodz, y luego en Inglaterra, en el International Film School. Son estudios que se desarrollan en un ámbito de brumosidad, porque yo nunca he estudiado nada de manera asertiva. La sensación que guardo es que no pasé por ninguna escuela. Nunca fui sistemático en nada. Más bien siempre tuve un gran talento para sortear de manera exitosa todas las escuelas, todos los compromisos educativos que se me presentaban.





Cuando fuiste consciente de la escritura poética o de la fotografía, ¿sentiste alguna plataforma grupal o fue más bien una senda recorrida en solitario?





Yo publiqué mi primer libro en 1975 y todavía no había regresado a Venezuela. Estando en Polonia conozco al escritor mexicano Raúl Hernández Viveros. Nos volvemos muy amigos y nos reunimos en mi casa todo el tiempo. Creamos una suerte de foro a partir de la obra de Gombrowicz, que nos marcó mucho, al punto de que cuando Raúl vuelve a México funda una revista llamada Cosmos, en homenaje al maestro. Raúl se vincula con la Universidad de Jalapa y se convierte en su director de publicaciones. Me pide entonces un manuscrito de poemas y, al tiempo, me manda el libro impreso con un título terrible: Incestando floraciones tardías. Era un libro de poesía muy depurada, muy epigramático, y el título, aunque errado, estaba impregnado de los signos de la época: el hachís, las relaciones incestuosas, la ampliación de los sentidos, etc. Con ese primer libro en la mano regreso a Venezuela en 1976, y allí, gracias sobre todo a mi hermano Miguel, comienzo a vincularme con los escritores venezolanos del momento...





¿Cómo fueron esos primeros años de regreso en el país? ¿Fue por esa época en que te encontraste con la fotografía?





En Inglaterra estalla una crisis fuerte con mi primera esposa, y cuando llego a Venezuela me dedico a la bohemia. Vivo entre Caracas y Mérida, frecuento a los poetas, a los escritores, y participo de ese ambiente en el que la bebida impera. Entonces empiezo a escribir otro libro, envuelto por la convicción de que soy o quiero ser un poeta. También participo en el consejo editorial de la revista Caballito del Diablo, por invitación de mi hermano Miguel...





No recuerdo con claridad, pero es hacia 1976 cuando comienzo a tomar fotos, específicamente de escritores. Gracias a la mediación de Arnaldo Acosta Bello publico mi primera foto, en un reportaje que El Nacional le dedica a Darío Lancini. Eso me abre las puertas del “Papel Literario”, donde lentamente fui construyendo un espacio dedicado a retratar escritores... En algún momento llegué a imaginarme como cineasta, pero esa tonta idea no duró mucho. La vida me fue llevando a lo que yo era, esencialmente un fotógrafo, y asumir ese destino llegó en un momento muy oportuno de mi periplo intelectual. Esas primeras fotografías de Darío Lancini fueron como un disparador, y desde entonces he trabajado sobre todo con escritores. Descubrí de pronto que en el país no había nadie que retratara a los poetas y narradores de una manera sistemática. Había grandes fotógrafos, como siempre los ha habido en Venezuela, pero no había alguien que dijera: “Esto es mío”. Entendí enseguida que ese era mi tema, y a partir de allí empecé a retratar a los escritores no por pauta, sino por vocación testimonial: quería mostrar dónde vivían, dónde se reunían, cómo eran sus sitios de encuentro. Sentía que nadie se daba cuenta de la significación documental de ese proyecto, pero yo lo vi muy claro desde mis comienzos, y sabía que había encontrado un espacio virgen.




















* Nació en Punta Cardón, Venezuela, en 1957. De madre canaria y padre caraqueño, vivió su infancia entre los campos petroleros de Maracaibo y la ciudad holandesa de La Haya. Cursó estudios de Física y Letras en Caracas y luego de Estudios Hispánicos en París. Ha publicado seis libros de narraciones breves, entre los que destacan: Cartas de relación (1982), Calendario (1985), Naturalezas menores (1991) y Lunar (1996). Ha sido fundador de la editorial de poesía Pequeña Venecia en 1989, participante del “International Writing Program" de la Universidad de lowa en 1990 y becario de la Fundación Rockefeller en 1994.










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