jueves, 9 de septiembre de 2010

Los años juveniles

Por Raúl Hernández Viveros

A estas alturas, la circunstancias propuestas por Sócrates de que “Conocer es recordar”, me permiten ir hasta las profundidades de mi pasado. Dentro de la memoria todavía conservo aquellas imágenes cuando pasaba a visitar a mi amigo el poeta Jacobo Glantz. Fueron horas maravillosas alrededor de una mesa en su restaurante y galería, situada en pleno centro de la zona rosa del Distrito Federal. No hay duda de que formaron parte de los instantes de mi aprendizaje sobre la vida y el conocimiento de la realidad de otros seres originarios de lugares bastante lejanos.
Recuerdo tembloroso que escuché los primeros relatos sobre la persecución y el exterminio de judíos durante la Segunda Guerra Mundial. De vez en cuando, aparecía su hija Margo, quien realizaba estudios literarios y permanecía al corriente de las noticias literarias de cualquier parte del mundo. Al poco tiempo, ella me sorprendió con el proyecto de un libro que escribía sobre lo que bautizó como: “La literatura de la onda”. A través de la antología que publicó con el mismo título, llevó a cabo la presentación de este grupo de autores mexicanos.
A Jacobo Glantz lo invité varias veces a la capital veracruzana para realizar recitales de su poesía y también llevar a cabo muestras de sus pinturas. En la colección “El enano y el puente”, que dirigía Luis Mario Schneider dio a conocer un poemario. Después Margo Glantz Shapiro fue también invitada varias veces a dar conferencias y lecturas de sus obras, por la Universidad Veracruzana. Desde luego que para mí significó el descubrimiento de un mundo verdaderamente extraño y misterioso. Deslumbrante por la pasión que envolvía a Jacobo Glantz, y el constante amor y respeto hacia la cultura. Desde los recuerdos ucranianos hasta los episodios la Revolución Rusa, en 1917; la descripción de museos y lugares mágicos.
Su largo peregrinaje a Jerson, y luego a Odesa, ciudad donde se casó con Lucía Shapiro. El recorrido hacia Constantinopla y posteriormente hasta México, país del que debían partir a su destino final: Estados Unidos, en búsqueda de su familia. Al negarle la visa, se tuvo que quedar en la ciudad de México. Realmente eran como episodios de una novela histórica que Jacobo Glantz me contaba en cada visita a su galería, o durante sus viajes a nuestra ciudad.
Al poco tiempo, conocí a mi paisano, el orizabeño Parménides García Saldaña, que entre sus obras destacan Pasto verde (1968) y El rey criollo (1970), y por supuesto a José Agustín que escribió obras fundamentales: La tumba y De perfil. A Gustavo Sainz autor de Gazapo (1965), quienes formaron parte de la "literatura de la onda", movimiento literario que surgió en México a finales de los años 60. En aquel periodo. También René Avilés Fabila participó en las reuniones de la revista Mester, que dirigía Juan José Arreola, y dio a conocer sus primeros relatos.
Fue el inicio de todo un movimiento por renovar la cultura mexicana, y principalmente reflejar la crisis existencial de los jóvenes. A nivel mundial significó un reflejo de lo que sucedía en San Francisco, Nueva York, París o Londres. A través de sus obras literarias se permitieron experimentar otras formas sobre las señas de identidad, mediante juegos con las expresiones irreverentes de los adolescentes que manejaban la ironía y crítica social. Aparte de su conocimiento de los movimientos literarios, el cine europeo y la música de vanguardia.
René Avilés Fabila en sus novelas Los juegos, y El gran Solitario del palacio comenzó por burlarse de las mafias literarias y del sistema político mexicano. En sus relatos Lejos del Edén, la Tierra, se permitió emplear la estructura casi del guión cinematográfico, para contar tres historias de mujeres, y una del hombre lobo. Todavía hasta la fecha conservan su frescura juvenil que recuerdan a las mejores películas del cine mexicano de aquellos años.
A partir del movimiento estudiantil del 68, y la masacre del 2 de octubre, la realidad mexicana convocó hacia otras alternativas de apertura democrática. Por supuesto, el sistema político, en lugar de abrirse a la pluralidad de la transición democrática, reaccionó con mayor brutalidad el autoritarismo. Esta oscura etapa de la historia nacional promovió el interés por alejarse del bosque para admirar un poco a la distancia el tamaño de los árboles.
Mi encuentro con Sergio Pitol sucedió cuando fue nombrado director de la Editorial y de la La Palabra y el Hombre, en la Universidad Veracruzana. De inmediato comenzó a narrarme sus experiencias en el extranjero. Me entusiasmó tanto su interés por tantos lugares que me parecían exóticos, e interesantes como si hubieran sido la continuación de los relatos de Jacobo Glantz, sobre su lugar de origen y su prolongado peregrinaje por diversas zonas del mundo.
A Sergio Pitol lo designaron agregado cultural en Belgrado, y lo acompañé hasta el puerto de Tampico, donde abordó un barco con destino al viejo continente. En su lugar se nombró a Rosa Maria Phillips, quien terminó por convencerme de buscar el exilio voluntario, y me ayudó a comprender a los enormes narradores rusos que difundió en algunos libros de la colección Sepan cuantos, editorial Porrúa.
Al regreso de una larga temporada en Austria, Italia, y Polonia, tuve la posibilidad de participar en la labor editorial de la Universidad Veracruzana. Entonces, otra vez Sergio Galindo rescató el Departamento Editorial y La Palabra y el Hombre, y todavía más convenció a las autoridades universitarias con la propuesta de que se tuvieran oficinas y bodegas en el Distrito Federal. Pudo salvar el prestigio de la Serie Ficción, en donde en su primera época, Sergio Galindo dio a conocer los primeros libros de los más importantes escritores de México y América Latina.
Por lo cual, invitó a los principales autores mexicanos a publicar en la nueva Serie Ficción, en donde en 1980 apareció la edición de Lejos del Edén, la Tierra. Años más tarde, invité a René Avilés Fabila a participar otra vez en dicho espacio editorial, y me entregó si libro Cuentos y descuentos, con ilustraciones de José Luís Cuevas, en 1986. Posteriormente, en la revista Cultura de VeracruZ, participó en la antología Narradores de México, marzo 2007, No. 17. Ofreció dos cuentos: “La amada ideal” y “Esculapio, el enemigo de todos”. Textos maravillosos que demuestran la constancia y el esfuerzo de un autor que ha dedicado toda su vida a la creación literaria y a la divulgación de la literatura mexicana, en suplementos y revistas literarias, particularmente en El búho. René Avilés Fabila se definió, en dichas páginas, de la siguiente manera: “como alguien que vive de su trabajo escrito. Nunca me vi como político, ni como médico, ni torero; desde que tuve una edad razonable me visualice como escritor”.
En mi memoria reflexiono sobre algunos comentarios de José Agustín. Fue contundente al descartar y cuestionar que: “la categoría “literatura de la onda”, representó un error”. Recuerdo que subrayó a autores como René Avilés Fabila, Juan Tovar o Elsa Cross, a quienes no se les puede clasificar siquiera bajo esa corriente. Por otra parte, agregó que no se puede decir que exista un "lenguaje de la onda", en la literatura, ya que eso "implicaría un uso exclusivo del caló de los chavos de la onda, lo cual de ninguna manera es el caso".
Sentenció José Agustín que la "Literatura de la onda fue una etiqueta fácil para enmarcar un fenómeno mucho más complejo. No motivó más que confusiones. Nadie se ponía de acuerdo en lo que era eso y las discrepancias entre Glantz, Brushwood, Carlos Monsiváis o Adolfo Castañón son notorias". José Agustín agregó que las "etiquetas son útiles, incluso llamativas" y que "en nuestro caso, por desgracia, fue vehículo para la descalificación tajante y militante de nuestros libros". Lo cual le permitió señalar que "la etiqueta reductivista y esquemática de Glantz fue avalada y utilizada en el acto por los grupos de poder intelectual". Dicha etiqueta permitió a los críticos contar con un "marco teórico para satanizar a la `so called` literatura de la onda, especialmente en los años 60".
"La literatura de la onda, pues, nunca existió. Pero, para bien o para mal, lo que cada quien entiende por eso no se desvanece", destacó. José Agustín e indicó, que "por mi parte tolero y me resigno cuando hablan de la onda", y agregó que no obstante "la crítica literaria tiene la obligación de enmarcar debidamente, y desde una perspectiva desprejuiciada, nuestros libros". Durante una conferencia que impartió el Instituto alemán Iberoamericano en Berlín, recientemente.
Con motivo del cumpleaños setenta de René Avilés Fabila, se realizó otra edición de Lejos del Edén, la Tierra, para recordar su aniversario. A varias décadas de su aparición resulta un pretexto bastante notable porque vuelve a unirnos la verdadera pasión y amor por la literatura. Creo que su lectura reciente me hizo remontar a los terribles e inquietantes años de nuestras vidas. Sin duda alguna, este reencuentro abrió el espacio de la memoria.
Me ofreció la circunstancia, de ubicar, entre aquellas imágenes, el desarrollo de nuestra literatura, y contemplar que ahora nuestra generación ocupa el reemplazo de la posterior que desaparece frente a la armonía del tiempo interior con el exterior, el estar presente con lo que pudo haber sido, y que pertenece ya al pretérito. Con la reciente lectura de los primeros textos de René Avilés Fabila, pude volver a sentir el espíritu de los años sesenta, una época donde se perdió nuestra inocencia, frente a la maldad y corrupción de un sistema político que sobrevive hasta nuestros días en la simulación e ineptitud, la violencia y el desastre nacional.

No hay comentarios: