jueves, 15 de abril de 2010

La lucidez de Carlo Antonio Castro

Raúl Hernández Viveros
La lengua es el vehículo sonoro de la cultura, la lengua describe al pueblo que lo habla. Una lengua mal hablada evidencia una mala educación formal e informal.
Carlo Antonio Castro




Por la tarde del domingo 11 de abril del presente año, Julio César Martínez, editor de la revista Centenarios, me habló por teléfono. Demasiado emocionado, me narró la visita que hizo en compañía de Marcelo Ramírez y Jesús Jiménez Castillo, al domicilio de Carlo Antonio Castro Guevara. Al principio recibió a Julio César Martínez en su habitación, en donde permanecía debilitado Carlo Antonio Castro. Después de estar unos minutos con el maestro, le indicó que pasara a los demás colegas. De inmediato recordó a Marcelo Ramírez, quién se desempeñó como secretario del doctor Gonzalo Aguirre Beltrán, cuando tuvo a su cargo la representación de la SEP en el Estado de Veracruz.
La lucidez de Carlo Antonio Castro fue extraordinaria, porque volvió a narrar aquella época brillante del impulso a nuestra Máxima Casa de Estudios, y en particular el respaldo a la fundación de la Facultad de Antropología, aparte del empeño hacia la promoción de Instituto de Antropología. Se despidieron del maestro, sin creer que se trataba de la despedida final. Julio César Martínez, me lo contó bajo un tono de tristeza; agregó que todavía le obsequió un ejemplar de Los Hombres Verdaderos.
Al poco tiempo, Julio César Martínez, volvió a llamarme, un poco antes de la media noche para darme la noticia del fallecimiento de Carlo Antonio Castro. Vale la pena destacar que fue un verdadero maestro de varias generaciones de la Facultad de Antropología. Siempre apasionado por el estudio de la Lingüística; estuvo orgulloso de sus discípulos. Por ejemplo de Jesús Morales Fernández, con quien estará acompañado en el cielo. De Crescencio García Ramos y Román Guemes, dos amantes de las lenguas indígenas.
Conmigo siempre mantuvo una profunda amistad desde los años en que fundé la revista Cosmos; posteriormente en la década que estuve al frente del Departamento Editorial de la Universidad Veracruzana, y a cargo de la dirección de la revista “La Palabra y el Hombre”. Me tocó coordinar la edición de Enero y febrero, ¡ahijadero!, que apareció junto a una de las últimas investigaciones de Gonzalo Aguirre Beltrán. Zongolica: encuentro de dioses y santos patronos (1986)
Ambos fueron consejeros y dos enormes impulsores del rescate de la divulgación en las aportaciones de los investigadores de la Universidad Veracruzana. Gracias a los dos intelectuales La Palabra y el Hombre, tuvo la oportunidad de incluir perennemente, trabajos de investigación. También Carlo Antonio Castro dio a conocer sus tradiciones de varios idiomas.
Con motivo del cincuenta aniversario de la serie Ficción, se hizo la tercera edición de su obra principal Los hombres verdaderos. Entonces pude escribir la nota de presentación al lado de otros comentarios de Sergio Galindo y Roberto Williams García. Me parece que la pasión de Carlo Antonio Castro, fue en su entrega y defensa de la literatura. Aunque mantuvo una relación demasiado estrecha con la docencia, durante cuatro décadas.
A partir del 1996, lo invité a formar parte de nuestra revista Cultura de VeracruZ; estuvo cercano a nuestra labor editorial. Al grado que se publicó un número de homenaje a su larga carreta docente y de investigación. Luego se editó la otra versión de Lupe, la de Altotonga, y su valioso ensayo sobre su amistad con Calixta Guiteras Holmes, Ediciones Cultura de VeracruZ. Por lo cual a nombre expreso de este espacio editorial que aparece en esta ciudad, presentó en representación de la revista e ediciones Cultura de VeracruZ, mis condolencias y sentido pésame a los familiares de Carlo Antonio Castro.
Como recordatorio quiero mencionar la cita de Los Hombres Verdaderos: “Por eso hay muerte eterna en el mundo, / ya no regresamos nunca, y jamás resucitamos; / si nuestra Madre no hubiera llorado podríamos revivir”. Líneas desprendidas de la sabiduría de nuestros pueblos indígenas. Desde mi trabajo académico en el Instituto de Antropología de la Universidad Veracruzana, integré como parte de mis investigaciones sobre los fundadores de la Antropología en el Golfo de México, las aportaciones de Carlo Antonio Castro.
Me siento conmovido por su desaparición física, pero su herencia cultural está presente en la cultura veracruzana, y de México. Creo que el diálogo intelectual lo continúa en alguna parte del universo. Al lado de sus colegas Gonzalo Aguirre Beltrán, Demetrio Aguilera Malta, César Rodríguez Chicharro, Alfonso Medellín Zenil, José Luís Melgarejo, Roberto Williams García, Sergio Galindo, Luís Reyes García, Heriberto García Salazar, y de sus estudiantes eternos Jesús Morales Fernández, y Francisco Córdova Olivares.
Carlo Antonio Castro obtuvo el premio de Chiapas en la Ciencia, 1988, y el Doctorado Honoris Causa por la Universidad Veracruzana, fue Decano de nuestra Casa de Estudios. Obtuvo el Pergamino de la Superación Ciudadana, Pergamino de Fundador de la Facultad de Antropología y el Pergamino del Gobierno del Estado de Veracruz y del Conaculta.
Entre sus traducciones destacan los libros Narraciones tzeltal de Chiapas, 1965, Flor de antiguo poesía japonesa, 1983 y 1982, España 1937, Lini M. De Vries, Cultura y conquista, de George M. Foster, Los peligros del alma. Visión del mundo de un Tzotzil de Calixta Guiteras Holmes, entre otros. Su obra literaria trascendental se encuentra en Íntima fauna, 1962, y Los Hombres Verdaderos, 2007. Al mismo tiempo realizó estudios de crítica literaria en la obra Agustí Bartra (1908-1982): Poeta Esencial, recreador de mitos, y escribió diversos prólogos, por ejemplo al libro Rabo de mestiza, del poeta Guillermo Landa.
Carlo Antonio Castro nació en Santa Ana, El Salvador, en 1926. De acuerdo a Ricardo Bogrand, una “ciudad cantada por sus músicos —David Granadino y su conocido vals Bajo el almendro; y por sus poetas—, es la cuna de tres importantes intelectuales: los poetas Serafín Quiteño (1906-1987), Pedro Geoffroy Rivas (1908-1979) y Carlo Antonio Castro (1926). Cada uno, en su momento y en su estilo, ha expresado su amor por la ciudad; por su paisaje, siempre verde y florido; por sus cuidados cafetales y por esa pupila perennemente azul mirando al cielo y reflejando nubes, que es el lago de Coatepeque”. Carlo Antonio Castro nunca olvidó su lugar de origen, y permisiblemente estará con nosotros en la ciudad de las flores, en donde los antiguos habitantes adoraban a la música entre el manantial en la arena.

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