miércoles, 8 de abril de 2009

El rey y el bufón



Por Raúl Hernández Viveros


José María Roa Bárcena nació en la capital veracruzana, el 3 de septiembre de 1827, y murió el 21 de septiembre de 1908, en la ciudad de México. Ahora lo recuerdo al cumplirse el centenario de su fallecimiento. Hay que insistir en la lectura de las obras de este autor veracruzano, por sus valiosas aportaciones en la creación de cuentos, poemas, novelas breves, traducciones, y páginas dedicadas a recoger partes fundamentales de la historia nacional, como fue su importante obra “Recuerdos de la invasión norteamericana (1846-1848)”[1], en donde expresó su verdadero amor y respeto por su patria.
La Universidad Veracruzana lo dio a conocer en la colección Rescate del Instituto de Investigaciones Lingüístico-Literario, la edición con el prólogo de Gastón García Cantú, en 1986. Anteriormente, Jorge Ruffinelli, quien fundó y tuvo la dirección de esta serie, escribió el prólogo al volumen Noche a raso[2], de José María Roa Bárcenas. Dichos libros aparecieron con una viñeta de Pepe Maya, las fotografías realizadas por Héctor Darío Vicario, sobre una lámina de “México a través de los siglos”, de Vicente Riva Palacios, y de la imagen “Ofrenda” (fragmentos creados en óleo), de Fernando Vilchis.
El proyecto de Jorge Ruffinelli, fue el de proponer una lectura completa de la prosa de José María Roa Bárcena, por lo cual con este panorama narrativo propuesto se permite la posibilidad de revisar cada una de las aportaciones del destacado xalapeño ilustre. Desde sus intentos por escribir novelas breves, que se ofrecían por entregas en los diarios o semanarios, a la lectura de los extraordinarios textos de “Noche al raso” (1865), en que se advertía ya la plenitud del oficio de escritor, y con los cuentos excelentes, por ejemplo, de “La docena de sillas para igualar”, o “El cuadro de Murillo”, hasta llegar a la perfección magistral de “Lanchitas” (1877).
Como cierre con broche de oro a la inspiración del creador del cuento moderno en México, permanecerán siempre las líneas nostálgicas de “Combates en el aire” (1884). Por supuesto José María Roa Bárcena, al final del siglo XIX inauguró una estética literaria diversa y original, dentro de la estructura del relato. Detrás de la inspiración se abrieron las posibilidades infinitas de la búsqueda hacía el interior de nuestro espíritu, y el enfrentamiento con los rincones oscuros del pensamiento. Aunque su mejor pieza narrativa haya sido “Lanchitas”, que fue incluida en la “Antología de cuentos mexicanos (1875-1910)”[3], de Joaquín Ramírez Cabañas, sólo representó la culminación de un proyecto universal, que ofreció un estilo particular y ejemplar.
Por lo cual es importante retomar el planteamiento que Jorge Ruffinelli hizo al final de su mencionado prólogo: “Hay que decirlo: en estos cuentos hoy ya clásicos, Roa recupera y funda la fruición de lectura que caracteriza a la mejor literatura, gracias a una mano diestra en la descripción, en el ritmo, en el lenguaje, en los diálogos. Como si por un momento se despojara de la ideología, dejase a lado las intenciones políticas inmediatas y panfletarias, así como actitudes, así como actitudes religiosas y morales y se decidiese sencillamente a narrar bajo el viejo encantamiento del que hablara E. M. Foster, nos cuenta algunos de los relatos más estremecedores e interesantes de la literatura mexicana del siglo XIX. Es allí un iniciador, un fundador, un maestro al que es preciso volver una y otra vez para aprender a disfrutar”.
También se debe ir todavía más lejos en el campo de la crítica literaria, cuando Julio Jiménez Rueda ofreció la selección Relatos[4], y en su prólogo señaló acerca del estilo de José María Roa Bárcena, lo siguiente: “Por la manera de llevar la narración, por el interés que pone en los caracteres, el humorismo con que describe, la preferencia que da al ambiente burgués y mesocrático, recuerda a Dickens, quien admiraba y vertía al castellano con tanta complacencia como a Hoffman. Sólo que la traducción del primero es directa y la del segundo se realiza a través de los franceses. Si en vida suele suceder que las ideas políticas de un partido en derrota perjudican al artista que figura en él, influyendo en el conocimiento y aprecio de su obra, más allá de la muerte suele acaecer algo parecido. Roa Bárcena ha sido un autor proscrito del panteón de los consagrados en la literatura nacional. Tiempo es ya de que su obra se justiprecie y se comprenda también la actitud de este autor que, en lo físico y en lo moral, encarnó en el siglo XIX a la casta de los hidalgos que se dejaban matar antes que transigir y que han desaparecido ya del todo del mundo que vivimos”.
Carlos González Peña en su Curso de literatura[5] definió a José María Roa Bárcena, como un clásico que: “poéticamente se enlaza con Pesado, y, en parte sigue su misma huella. Sin ser muy elevado su estro sí puede considerársele como un poeta limpio, correcto, castizo. Siendo muy abundante su obra en verso, así original como de preciosas versiones de Horacio, Virgilio, Schiller, Byron; no lo es menos la que dejó en prosa. Sus cuentos, entre los que cabe señalar Noche al raso, Lanchitas, El rey y el bufón, se recomiendan por la naturalidad del estilo y la pureza y primor del lenguaje. Entre los libros de historia que compuso; sobresalen sus Recuerdos de la invasión norteamericana”.
Por su parte, Gastón García Cantú revisó e interpretó el papel crítico de un intelectual involucrado con el acontecer nacional que le tocó enfrentar, principalmente en la lucha entre conservadores y liberales en el XIX. También analizó la situación de un pensador e historiador que formó parte importante de la generación de intelectuales que florecieron durante la dictadura de Porfirio Díaz, y estuvieron a la altura de las circunstancias internacionales, porque fueron contemporáneos de los escritores europeos de aquel momento.
No obstante, José María Roa Bárcena a los veinticinco años, escribió valiosos artículos sobre el saqueo de los bienes terrenales de México, los cuales integraron su libro Recuerdos de la invasión norteamericana, donde examinó la tragedia más terrible en la historia nacional, por la cual nuestro país perdió casi la mitad de su territorio. Gastón García Cantú señaló que: “ha sido mentira aceptada afirmar que perdimos tres estados: Texas, Nuevo México y California. No fue así: el área original de Texas fue reducida en 66.2 por ciento formándose con la extensión reducida, los estados de Wyoming, Nebraska, Arkansas, Oklahoma y Colorado con un 66 por ciento de tierras mexicanas e íntegramente con nuestro territorio, las entidades Federales de Nuevo México, Arizona, Utah, Nevada y California, o sea el 55 por ciento del que fue el Norte de México. A los territorios citados debe agregarse la venta de la Mesilla, en 1853, en el último gobierno de Antonio López de Santa-Anna, lo cual le da un total de 2.378, 540 kilómetros”.
José María Roa Bárcena fue un testigo crítico del tiempo que le tocó vivir inmerso en la terrible angustia de contemplar la invasión norteamericana y el saqueo de nuestros bienes naturales. Al mismo tiempo que obtuvo el reconocimiento de los principales intelectuales liberales, Justo Sierra, José María Vigil y Francisco Sosa, en la Academia Mexicana, por sus aportaciones al campo de la literatura mexicana. Sitio fundamental que conquistó con sus libros donde plasmó el alto sentido de la realidad nacional, y la originalidad sin límites de la creación literaria.
Vicente Riva Palacio advirtió en 1882, sobre el temperamento y el perfil del ser mexicano: “El fondo de nuestro carácter, por más que se diga, es profundamente melancólico.; el tono menor responde entre nosotros a esa vaguedad, a esa melancolía a que sin querer nos sentimos atraídos…”[6] Puede decirse que con la lectura de la obra de José María Roa Bárcena, destaca la inquietud de los sentimientos que marcaron el encuentro con paisajes, leyendas, tradiciones y las sátiras sobre la realidad nacional. Dentro de las inevitables críticas hacia la construcción de un proyecto de nación, hasta la actualidad resultan inolvidables las páginas de “El rey y el bufón”, porque ofrecen el valor irónico y certero acerca del papel que desempeña la política frente a la mirada de los intelectuales.
En el relato “La Quinta-modelo”, el homenaje a la parodia abrió las puertas de la comparación entre Estados Unidos y México, cuando José María Roa Bárcena escribió que: “En dos o tres ceremonias oficiales hundieron hasta los hombros su sombrero al Presidente de la Republica o le estrellaron un huevo en las espaldas, sin que el primer magistrado yanquee perdiera su flema habitual…” Recomendaba el creador del cuento moderno en México: “Establecer la libertad absoluta en todas las clases y condiciones sociales, sin perjuicio de obtener un privilegio exclusivo para importar unos cuantos negros de Virginia y hacerles trabajar en sus tierras. Además, para acostumbrar a nuestro pueblo a los procederes republicanos de que él se formaba la más alta idea, tenía intención firmísima de repartir sendas puñadas en el santuario de las leyes si llegaba a instalarse en él en calidad de representante, y aún de arrojar una bola de harina al rostro del presidente de la República en la primera ceremonia oficial a que concurriese…”
Para aquel momento de la historia de México, sus reflexiones lograron plantear una verdadera libertad de ideas y proyectos literarios. Desde el punto de vista de los conservadores, José María Roa Bárcena empleó la autocrítica para cuestionar el aparato burocrático que intentó definir la plena obediencia y sumisión hacia políticos sin escrúpulos, y menos con una visión de estadistas. No cabe duda de la trascendencia de este intelectual veracruzano que se involucró en la formación política y literaria del siglo XIX, en México.
[1] Colección Rescate, Universidad Veracruzana, 1986.
[2] Colección Rescate, Universidad Veracruzana, 1985
[3] Colección Austral, México, 1943
[4] Ediciones de la Universidad Nacional Autónoma, México, 1941.
[5] Editorial Patria, S. A., México, 1952
[6] Citado por José Luís Martínez en De la naturaleza y carácter de la literatura mexicana, Secretaría de Educación Pública, México, 1963.

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