viernes, 19 de septiembre de 2008






































Los gestos reveladores

Raúl Hernández Viveros






Hace varias décadas, tuve la oportunidad de participar en el nacimiento de un extraordinario fotógrafo. Durante aquellos días de otoño, en varias ocasiones viajé de Varsovia a Lódz, Polonia, a visitar a Lorenzo Arduengo Pineda, quien entonces estudiaba cinematografía en la mencionada ciudad polaca. Conservo todavía en mi pensamiento cada una de las imágenes de estos encuentros con el artista venezolano Vasco Szinetar; quien asistía también a los cursos y talleres de uno de los principales centros de estudios cinematográficos de Europa.

Ahora sólo mencionaré a uno sólo de los directores egresados: Roman Polanski. Por otra parte participaban valiosos docentes. Por ejemplo, Michelangelo Antonioni disertó sobre la adaptación de un cuento de Julio Cortázar, que le puso el título de "Blow-up". Por lo cual, en una de las sesiones, Lorenzo Arduengo Pineda me presentó con Vasco Szinetar. De inmediato nos hicimos amigos y se abrió la posibilidad de visitarlo en su casa. Varias noches llegamos a conversar hasta las primeras horas del amanecer.

Mientras Carmen me hablaba de algunos destacados escritores de Venezuela, Vasco Szinetar comenzó a manejar el lente de su cámara fotográfica. A los pocos días, en otra de las reuniones me hizo entrega de una carpeta de fotografías. Por la noche nos divertimos mucho cuando hicimos los comentarios correspondientes a las imágenes que marcaron el rumbo de mi destino. Fueron jornadas amables, colmadas de alegría, porque nos dimos cuenta de que existía una hermandad entre la sangre caraqueña con la veracruzana.

Algo misterioso logró unirnos, y tal vez el enigma continúa hasta el presente. Fue como un intento de indagar en las profundidades de mi existencia y escuchar los sonidos del tiempo. Como caer en el sueño de laberintos existenciales de unos pasajes autobiográficos. Las exposiciones en blanco y negro de Vasco Szinetar formaron un círculo poderoso que me acompañó como una aureola hasta estas noches contemporáneas. Durante muchos años perdí en algún rincón estas primeras fotografías pero recientemente brotaron desde el fondo de una caja olvidada entre libros viejos y revistas antiguas.

Al poco tiempo, Carmen y Vasco Szinetar se fueron a vivir una temporada a Londres y les prometí visitarlos para conocer la atmósfera y escenarios de "Blow-Up", y por supuesto leer los fragmentos del relato de Julio Cortázar. Repetir que "entre las muchas maneras de combatir la nada, una de las mejores es sacar fotografías", en "Las babas del diablo". Fueron las noches más largas de mi juventud que me salvaron del anonimato, y que integraron el descubrimiento del talento, pasión y amor por el arte de la fotografía. El efecto mágico de comprobarlo en el material fotográfico de Vasco Szinetar, en donde uno no puede y tampoco es capaz de huir un instante de la realidad. "De repente me pregunto por qué tengo que contar esto", pero no logré obtener la mínima respuesta, y no me quedó otra cosa, después de muchos años, que decidirme a extraerlo del pasado.

Años más tarde, Vasco Szenitar se transformó en el fotógrafo de los escritores de España. A lo mejor, pudimos coincidir en la península ibérica, porque fueron los años en que preparé la selección de Relato Español Actual. Por lo cual conocí a infinidad de autores ubicados, con anterioridad por la mirada crítica de Vasco Szinetar; actualmente es uno de los valiosos fotógrafos de América Latina y España.

No hay que olvidar que es posible que yo haya sido nada más un objetivo en su punto de partida hacia el ascenso al reconocimiento internacional. Sin embargo, hay que volver a revisar y analizar los antecedentes, y casi a cuarenta años de distancia, pueden advertirse los cimientos en la construcción de un estilo estético y las propuestas sobre su trabajo artístico. No hay duda sobre su procedencia original que marcó el desarrollo de una obra digna del reconocimiento en los reconocidos museos de fama mundial.

Lo recuerdo con la seguridad que ofrecieron sus precisos movimientos de un personaje literario extraído del relato de Julio Cortázar. Me agradó la destreza en el manejo de la cámara con los mecanismos del lente, y la genial creatividad. Más tarde me colocó una cámara en mi regazo y oprimí el botón muchas veces. Hasta ahora tenia la certeza de que pude haberle tomado varias fotos a Vasco Szinetar.

Antes del fin de semana, fuimos una mañana a pasear por un parque vecino que se veía desde la ventana de su casa. Fue al principio del invierno porque la nieve cubría los jardines y los árboles mostraban sus ramas blanqueadas por el duro frío invernal. Me hizo sentar en una banca, y detenerme frente a los cubos destinados a la publicidad oficial que contrataba el gobierno durante aquel periodo en Polonia:

Jaki bedzie twój udziat?

A pesar de la inmortalidad de aquel instante, hicimos un culto hacia Wiltold Gombrowicz. Un poco como una justificación de nuestra presencia. Trascurrieron varias décadas y no llegaba a decidirme a ofrecer a la luz, la serie de las primeras fotografías de Vasco Szinetar. El vértigo del tiempo logró amedrentar la decisión de ofrecerlas al mundo. Era como un secreto juvenil que no debería de compartirlo con nadie, y menos con mi familia. Esta retrospectiva respondió a a que el material fotográfico comenzaba a cambiar de color por el sepia de las imágenes vetustas.

El entusiasmo de los recuerdos demostró el esfuerzo juvenil de adjudicarse el propósito definido por el azar, que pintaba de símbolos nuestros pasos sobre la tierra. Increíblemente los rostros y las voces de Carmen y Vasco Szinetar, corroboraron en el fondo de mi pensamiento, los hechos y acontecimientos. Entre sueños conversaba con ellos sobre infinidad de proyectos, o bien analizábamos algunas películas, como el filme: “Blow-Up”, como un homenaje a la labor brillante de Vasco Szinetar, quien desde luego se consagró en la insaciable búsqueda de una propuesta estética de su trabajo correspondiente a un artista de nuestro tiempo.

Años más tarde, me pareció sorprendente encontrar las principales características de su labor fotográfica en algunas páginas de Internet. Desde que comenzó a reconstruirse nuestro nuevo encuentro, sentí la esperanza de compartir este rico material fotográfico. Aunque de la serie reconozco: se me perdieron tres imágenes; una en donde en pleno día me acosté sobre la nieve, y a los pocos segundos soñé que iba a llegar a poder comentar un poco sobre aquel periodo de mi vida.

A veces llegué a considerar que todo era sólo parte de un sueño, o bien de algo imaginado por otra persona en diferentes lugares y en otros idiomas. En algún lugar de Polonia la nieve azotaba los techos de las casas y edificios, mientras en Caracas el bochorno intenso hacía sudar a los visitantes de algún Museo; formaban largas filas para penetrar a mirar y analizar cada fotografía de la reciente producción de Vasco Szinetar. Sin molestarme por los fuertes empujones y los golpes, el sonido de las palabras altisonantes, me coloqué detrás de las personas. Iba disfrazado, y nadie hubiera sido capaz de llamarme por mi propio nombre. Aproveché la confusión, y, sin reconocer a nadie, me alejé sin aprovechar el momento de saludar a mi amigo, y menos a su familia. Apresuradamente eché andar sin rumbo con la idea de que había pasado inadvertido. Al despertar logré mirar mi habitación y confirmé que todo había sido un sueño.

Comprendí que la claridad del cielo era totalmente idéntica, nunca llegué a imaginar que las cosas ahora resultaban más difíciles y complicadas, que en aquel periodo en que no imaginamos existirían las alternativas de hacer biografías virtuales, y tener al alcance de nosotros, cualquier tipo de información. Entonces escribí muchas de estas historias en la maquina Olivetti; y conseguí la colección en discos de acetato con las canciones de Ewa Demarczyk y Marek Grechuta, con su éxito:

Dni ktorych nie znamy.

No logré olvidar en ningún instante aquellas noches en donde terminábamos construyendo un coro ingenuo, e intentábamos repetir aquellas tonalidades musicales llenas de nostalgia. Las cuales formaron parte de nuestra juvenil sensación de aferrarnos al costo que fuera a la vida; exprimirla con todas las fuerzas de nuestras manos, y al mismo tiempo imprimirla, en aquellas imágenes que marcaron las características personales de la inspiración por capturar y obtener aquellas escenas extraviadas en la lejanía del tiempo.

“Nunca se sabrá cómo hay que contar todo, si en primera persona o en segunda, usando la tercera del plural o inventando continuamente formas que no servirán de nada”, Julio Cortazar lo advirtió al principio de su relato, que jamás nos cansamos de examinar y estudiar en la versión cinematográfica de Antonioni. Sin embargo, nunca supe enfrentarme a dicho reto, se lo dije al autor de Rayuela, la ocasión en que visitó nuestra ciudad. Entre los gestos reveladores y bajo la brillantez de las miradas, percibí las sensaciones juveniles sobre lo que iba a suceder en nuestra realidad.

Impregnándose en cada palabra escrita, o escuchando nada más el paso de la fugacidad de las estrellas que cruzan la memoria nocturna, me decidí a sacar del pasado la colección de fotografías de Vasco Szinetar. Frente a este reto, acepté trastocar lo que tenía que haber sucedido, en el torbellino del pasado. Aquello que en el interior, pronunció la sentencia, y muy adentro de mi, habló en silencio y expresó el miedo a detener el tiempo, y la revelación de adivinar entre el pestañear y parpadear de cada fotografía de algo que fue y no volverá a ser igual.

Me quedé sin poder expresarle a Carmen, Vasco y Lorenzo, mi agradecimiento por haberme devuelto el poder de imaginar o inventar todo aquello; que había permanecido escondido muchos años, afuera; alrededor de mi primer acercamiento al foco de las cámaras de Vasco Szinetar. En el fondo, donde se pudiera describir con más detalles, y contar de nuevo esta historia. Me despeñé en el interior de cada fotografía, y volví a sentir ganas de caminar por las calles de París, y al día siguiente abordar el tren hacia Londres, o comprar un boleto de avión para Caracas. Hasta este instante no sé porqué me quedé encerrado y suspendido en aquella encrucijada. Sin reflexionarlo, no pude decidirme, y a ciegas tomé otra dirección para desaparecer sin dejar ningún rastro.



























La edición y creación literaria

Por Vicente Francisco Torres



Raúl Hernández Viveros (Ciudad Mendoza, Veracruz, 1944) es autor de una novela de corte policial (Entre la pena y la nada, 1984) y de varios libros de cuentos: La invasión de los chinos (1975), Los otros alquimistas (1978), Una mujer canta amorosamente (1984)... Su antología Relato español actual, editada en 2003 por el Fondo de Cultura Económica, ha sido muy bien recibida en la península ibérica. Es director de la revista mensual Cultura de VeracruZ, publicación miscelánea --que sin embargo ha preparado varios números monográficos, como el dedicado a la poesía sonorense--, pero sobre todo ha abierto la mayoría de sus páginas al cuento. Somos amigos desde hace un par de décadas y lo he visto emprender trabajos de edición y creación literaria. Ha sido un personaje polémico porque reúne a novatos y consagrados y da voz a personajes más propios de un performance que de las sosegadas tareas poéticas. La amistad que nos une y el tesón de sus proyectos me llevaron a plantearle algunas preguntas sobre los más recientes y estrambóticos números de Cultura de VeracruZ.

-- ¿Cuándo surgió la idea de preparar en tu revista números monográficos sobre cuento?

-- Desde la primera época de Cultura de VeracruZ nació el interés por estudiar y difundir el género; recuerda que yo, antes que nada, he sido cuentista. En los primeros números de la revista se dieron a conocer textos de Omar Piña, Fernando Winfield Reyes, Armando Ortiz, Magali Velasco, Jaime Renán González, Carlos Manuel Cruz Meza, Harmida Rubio Gutiérrez, Edgar Aguilar, Juan Pablo Rojas Texon, Yuriria Salvador Hernández. y Maggie Rodríguez, todos radicados en la capital veracruzana.

--¿La presencia de los narradores mexicanos es dominante en el contenido de la revista?

-- Sí. Se hizo un número dedicado a los Narradores de México. Sin duda, “Milagros de la memoria” da cuenta de la calidad de la experiencia existencial y creativa de Sergio Pitol. Gerardo Cornejo incluyó dos cuentos: “¡Aquí te vas a quedar…!”, y “Microbios de Luz”. René Avilés Fabila ofreció: “La amada ideal” y “Esculapio, el enemigo de todos”. Apareció también “El tratamiento de Aladino o la historia de Plinia”, de Marco Tulio Aguilera Garramuño, colombiano radicado en Xalapa.

Mario Calderón entregó para Narradores de México un relato titulado “No sería hombre”, hecho a base de diálogos con una gran fuerza expresiva tomada de la gente del campo. Arturo Trejo Villafuerte nos dio “De cómo Joseph Conrad inventó la Cuba Libre y lo demás que sucedió”; Esteban Domínguez Ibarra, originario de Chiapas, colaboró con “Un brioso caballo”. “Un pequeño mundo cerrado”, de Pedro Ángel Palou, irrumpió en los terrenos de la perfección, porque cada línea se encuentra finamente trazada. Como ves, hemos tenido el apoyo y la colaboración de narradores con un obra consolidada que no dudaron en dar un cuento para una revista un tanto marginal como es la nuestra.

-- ¿Se incluyeron autores jóvenes en el número Narradores de México?

-- Sí. Allí están Manuel Llanes, y César Silva Márquez, Harel Farfán Mejía, Adán Echeverría. También dimos a la estampa los cuentos “Olor a muerte”, de Jonathan Minila Alcaraz y “Conversación”, de Josué Barrera.

Después vino el número titulado Letras Laguneras, que sin duda refleja una interesente selección de poetas y narradores originarios de esta región de México. Pretendimos ofrecer estilos y formas que se construyen en ésa zona. Hicimos un homenaje a los narradores mexicanos Luís Arturo Ramos y Herminio Martínez; al importante escritor brasileño Carlos Nejar, con el estudio y bibliografía crítica del autor canario Frank Estévez Guerra. Se dedicaron también algunas páginas al escritor argentino Carlos Roberto Morán, poemas de Guillermo Landa y cuentos de Moisés Sandoval Calderón. Debo agradecer también las valiosas colaboraciones de Porfirio Mamani-Macedo, poeta peruano radicado en París, quien realizó traducciones de Pierre Dhainaut, Yves Broussard, y Michel Lamart, entre otros autores de Francia. El paisano de César Vallejo también nos ha regalado con muestras de su trabajo poético.

-- ¿Y qué ha pasado con tu propia obra narrativa?

-- Me encuentro revitalizado y me atrevo a hurgar en los fragmentos más significativos de mi existencia. Creo que con la escritura uno puede intentar ganarle unos instantes a la vida. Hoy quisiera compartir mis lecturas de los cuentos de Antón Pávlovich Chéjov, un autor que me apasiona e interesa sobremanera en estos días.










El lugar que se merece
Por Armando Ortíz

No deja de sorprenderme mi maestro y amigo Raúl Hernández Viveros. El día miércoles 3 de septiembre del presente año, me invitó a presentar el libro Balada para la gente común, de Edmundo López Bonilla. Con gusto acepté pensando que ésta sería una presentación como las muchas a las que me ha invitado Raúl. Cual no sería mi sorpresa cuando me entero que la presentación era parte de un evento organizado en el que inauguraba un nuevo Centro Cultural. Sí, en la esquina de las calles Altamirano y Clavijero, en la parte alta, se inauguró el espacio de Cultura de VeracruZ, la revista que desde hace más de diez años dirige Raúl. En este espacio se podrán hacer presentaciones de libros, conferencias, lecturas y hasta talleres literarios. Un lugar nuevo en el que se congregarán todos aquellos que ven a la literatura como un aliado para evadirse de esta realidad que atosiga





¡Más de diez años de Cultura de VeracruZ! Todavía me acuerdo cuando Julio Cesar Martínez me pidió que lo acompañara a las oficinas de Raúl, quien entonces era el director de la revista de la Universidad Veracruzana La Palabra y el Hombre. A los pocos años y después de dejar la dirección de la revista universitaria, Raúl me pidió que le diera un volumen de cuentos para publicarlos de manera monográfica en su revista. Era 1996, yo había publicado algunos relatos en periódicos y otros medios, pero un cuaderno de mis cuentos apareció la colección “Los voladores”, volumen que le pasó completamente inadvertido. Qué bueno que fue Raúl el que consideró que mis cuentos tenían la suficiente calidad para ser publicados. A partir de entonces, junto con Jaime Renán, Jesús Miguel Montes, Magali Velasco y otros amigos nos pusimos a promocionar la revista Cultura de VeracruZ.











Recuerdo las reuniones que hacíamos para presentar cada nuevo número de la revista. Buscábamos espacios para hablar de los números mensuales, acudíamos al radio a la prensa a la televisión, donde hicimos muy buenos amigos. En Radio Universidad Carlos Romano, conductor del programa La Revista, nos pidió que acudiéramos con más regularidad para hablar de libros y escritores; cabe decir que ahí inicié mis primeros trabajos en Radio. Junto con Jaime Renán hacíamos unas cápsulas de “Entre libros y comentarios” que duraron varios años. En Diario de Xalapa mi querida Bety Romero, entrañable amiga, me invitó a publicar semanalmente una columna en la sección cultural del periódico, indicándome algunas de las reglas básicas de todo columnista: la constancia, la congruencia y la legibilidad. Quiero decir, que fue gracias a Cultura de VeracruZ, a la promoción necesaria que hacíamos en los medios, como me fui haciendo poco a poco periodista; tanto en radio como en prensa escrita. Vale señalar que en México y gracias al oficio que ya había adquirido estuve colaborando como corresponsal cultural para el periódico La Jornada.






Cómo recuerdo esas deliciosas cenas a las que asistíamos después de cada presentación. Eran verdaderos banquetes en el restaurante de los amigos italianos. Empezábamos con una rica ensalada acompañada de pan de ajo, vinagreta y aceite de oliva, para continuar con tres diferentes tipos de spaghetti, ravioles o lasaña, pizza al horno, de plato fuerte algún tipo de marisco, de postre tiramisú y todo degustando unos deliciosos vinos tintos. En ese entonces llegué a los cien kilos de peso. Pero mereció la pena, porque en una de esas comidas, en casa de José Antonio Vicuña a la que acudimos para celebrar los cien años de la visita a Teocelo del poeta nicaragüense Rubén Darío, conocí a otro de mis queridos amigos, Roberto Williams. Y así entre presentaciones y cenas fui haciéndome de muchos amigos: Sivia Tomasa Rivera, Rafael Junquera, Vicente Francisco Torres, Marco Tulio Aguilera, Fernando Morales, Manolo Santiago, Estrella del Valle, Juan Ventura y su esposa Teté, que nos preparaba unas deliciosas langostas, Esther Mandujano, Rosalba Pérez Priego, Omar Piña, Vicente Mota, Lilí Mota y sus dos hijas que en un fin de año me llevaron cargando a mi casa… En fin, buena parte de mis querencias se forjaron alrededor de esta revista.






Cultura de VeracruZ es ya un referente importante en la literatura veracruzana. A esta revista los autores jóvenes acudimos para tener la oportunidad de nuestro primer libro, asimismo Cultura de VeracruZ ha ponderado la obra de grandes investigadores y escritores. Desdeñada por las autoridades culturales del estado, la revista ha ganado en varias ocasiones la beca para Revistas Independientes que otorga el Fondo Nacional para la Cultura y las Artes y a nivel nacional es reconocida por la edición de muchas antologías de escritores de diversas entidades de la república.






Qué bien que la revista ya cuente con un lugar para sus actividades, un espacio en el que se pueda convivir con las letras y con los amigos. Ahora falta que las autoridades estatales y municipales le den el lugar que se merece. A la Universidad Veracruzana no le pedimos nada, capaz que Raúl se frustra y termina, como otros, quitándose la vida.






Han sido muchos años, muchos números, muchos autores, muchas palabras, muchas letras; mucha la paciencia de Aída Vázquez, esposa de Raúl, mucho el tesón de Alberto y Mario sus hijos. Sólo la envidia, la maledicencia y la desidia son capaces de negarle el lugar que se merece. Larga vida a Cultura de VeracruZ.



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