Edgar Aguilar
Unificar diversos géneros literarios en un solo volumen no es tarea fácil y es poco frecuente, salvo que se tratara de una antología. No es éste el caso que nos ocupa. Los escritos propuestos por Raúl Hernández Viveros en este libro pertenecen a distintas facetas creativas del autor, que van desde el relato, la anécdota, el ensayo y la semblanza. Sus preocupaciones y reflexiones estéticas giran primordialmente desde el tamiz de la antropología, la historia, y, desde luego, la literatura, referidas todas ellas a la memoria, entendida ésta como la capacidad de recrear hechos y circunstancias afines a sus percepciones más hondas —con todo lo que esto implique— de la realidad.
Pareciera entonces que lo heterogéneo, o la heterogeneidad, es también fuente de inspiración y de trabajo de Raúl Hernández Viveros para una obra como La generosidad divina*. Sus relatos, si omitimos “El tigre del Guadalquivir”, “Las gaitas gallegas”, y “La leyenda de un pollo”, son pequeños trozos narrativos que de súbito fluctúan entre lo ficticio y lo real, entre lo pasado como real y lo presente como inventiva: el sueño de lo vivido, o mejor dicho, de lo recordado. A éstos pertenecen “El espíritu invisible”, “La memoria fotográfica”, “El prodigio de la mentira”, “Las colinas verdes”, “La Olivetti portátil”, "Una vida de aprendizaje", y “En las rayas de las manos”.
Hay un rasgo común en toda escritura: el hombre. El hombre como eje de proyecciones interiores que desembocan, a través del lenguaje y de la experiencia que conlleva todo un camino recorrido, en un sentido más o menos palpable o determinante de nuestros actos. En este renglón, a Raúl Hernández Viveros no le interesa hacer crítica propiamente; ponderará siempre, y aquí lo que considero más valioso en su escritura, el lazo afectivo con el autor que rememora que el mero ejercicio retórico. La moldura que hace Raúl Hernández Viveros de sus hombres no es vista desde afuera, desde una visión «analítica» de su quehacer literario, sino desde adentro, desde la amistad y el cariño fraternales. De allí que su formación antropológica sea esencial al momento de abordar un autor. Así, nos acercamos personalmente a los escritores José Emilio Pacheco, Sergio Galindo, Marco Tulio Aguilera Garramuño, Sergio Pitol y Juan Vicente Melo, y al antropólogo Roberto Williams García.
El interés particular de Raúl Hernández Viveros por escritores veracruzanos es inevitable. Para ello busca que la obra de estos autores sea una prolongación de sus propias inquietudes y afinidades: la exuberancia del territorio, así como sus usos y costumbres. De aquí se desprende “Paisaje veracruzano”, emotiva semblanza del novelista y poeta cordobés Rafael Delgado. De igual forma, su dedicado estudio de la historia de México, en este caso, del periodo posrevolucionario, nos conduce a “La patria olvidada”, lúcido ensayo que nos lleva a la atípica novela La patria perdida, del injustamente olvidado escritor mexicano Teodoro Torres.
Y en su afán por recuperar (y uso «recuperar» en su doble carácter de espacio temporal y de cualidad sensitiva) nuestra memoria colectiva, nuestro autor nos enmarca en episodios del México prehispánico y de la vida nacional a raíz de su clamor de independencia. Del mito a la realidad en sus ensayos “Los atributos del sacrificio” y “¡Abajo el mal gobierno!”, desde la deidad trashumante de Tezcatlipoca hasta el llamado padre de la patria, el cura Miguel Hidalgo y Costilla, respectivamente.
El lector verá que la diversidad de temas, de autores y de personajes (y de géneros) permea la presente obra. Verá también que el rasgo distintivo es esa especie de gesto amistoso con que Raúl Hernández Viveros nos entrega la materia de su vida y de su escritura, que no es otra cosa que la materia de la memoria: “Pocas veces he tenido la oportunidad de comprender el concepto de la amistad. Aristóteles definió que existían sólo uno o dos amigos, y el número corresponde a nuestras inolvidables circunstancias, de haber tenido la oportunidad de conocerlos”.
* Leega Literaria, México, 2009.
Unificar diversos géneros literarios en un solo volumen no es tarea fácil y es poco frecuente, salvo que se tratara de una antología. No es éste el caso que nos ocupa. Los escritos propuestos por Raúl Hernández Viveros en este libro pertenecen a distintas facetas creativas del autor, que van desde el relato, la anécdota, el ensayo y la semblanza. Sus preocupaciones y reflexiones estéticas giran primordialmente desde el tamiz de la antropología, la historia, y, desde luego, la literatura, referidas todas ellas a la memoria, entendida ésta como la capacidad de recrear hechos y circunstancias afines a sus percepciones más hondas —con todo lo que esto implique— de la realidad.
Pareciera entonces que lo heterogéneo, o la heterogeneidad, es también fuente de inspiración y de trabajo de Raúl Hernández Viveros para una obra como La generosidad divina*. Sus relatos, si omitimos “El tigre del Guadalquivir”, “Las gaitas gallegas”, y “La leyenda de un pollo”, son pequeños trozos narrativos que de súbito fluctúan entre lo ficticio y lo real, entre lo pasado como real y lo presente como inventiva: el sueño de lo vivido, o mejor dicho, de lo recordado. A éstos pertenecen “El espíritu invisible”, “La memoria fotográfica”, “El prodigio de la mentira”, “Las colinas verdes”, “La Olivetti portátil”, "Una vida de aprendizaje", y “En las rayas de las manos”.
Hay un rasgo común en toda escritura: el hombre. El hombre como eje de proyecciones interiores que desembocan, a través del lenguaje y de la experiencia que conlleva todo un camino recorrido, en un sentido más o menos palpable o determinante de nuestros actos. En este renglón, a Raúl Hernández Viveros no le interesa hacer crítica propiamente; ponderará siempre, y aquí lo que considero más valioso en su escritura, el lazo afectivo con el autor que rememora que el mero ejercicio retórico. La moldura que hace Raúl Hernández Viveros de sus hombres no es vista desde afuera, desde una visión «analítica» de su quehacer literario, sino desde adentro, desde la amistad y el cariño fraternales. De allí que su formación antropológica sea esencial al momento de abordar un autor. Así, nos acercamos personalmente a los escritores José Emilio Pacheco, Sergio Galindo, Marco Tulio Aguilera Garramuño, Sergio Pitol y Juan Vicente Melo, y al antropólogo Roberto Williams García.
El interés particular de Raúl Hernández Viveros por escritores veracruzanos es inevitable. Para ello busca que la obra de estos autores sea una prolongación de sus propias inquietudes y afinidades: la exuberancia del territorio, así como sus usos y costumbres. De aquí se desprende “Paisaje veracruzano”, emotiva semblanza del novelista y poeta cordobés Rafael Delgado. De igual forma, su dedicado estudio de la historia de México, en este caso, del periodo posrevolucionario, nos conduce a “La patria olvidada”, lúcido ensayo que nos lleva a la atípica novela La patria perdida, del injustamente olvidado escritor mexicano Teodoro Torres.
Y en su afán por recuperar (y uso «recuperar» en su doble carácter de espacio temporal y de cualidad sensitiva) nuestra memoria colectiva, nuestro autor nos enmarca en episodios del México prehispánico y de la vida nacional a raíz de su clamor de independencia. Del mito a la realidad en sus ensayos “Los atributos del sacrificio” y “¡Abajo el mal gobierno!”, desde la deidad trashumante de Tezcatlipoca hasta el llamado padre de la patria, el cura Miguel Hidalgo y Costilla, respectivamente.
El lector verá que la diversidad de temas, de autores y de personajes (y de géneros) permea la presente obra. Verá también que el rasgo distintivo es esa especie de gesto amistoso con que Raúl Hernández Viveros nos entrega la materia de su vida y de su escritura, que no es otra cosa que la materia de la memoria: “Pocas veces he tenido la oportunidad de comprender el concepto de la amistad. Aristóteles definió que existían sólo uno o dos amigos, y el número corresponde a nuestras inolvidables circunstancias, de haber tenido la oportunidad de conocerlos”.
* Leega Literaria, México, 2009.
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