¿Acaso habrán de desbaratarse, acaso habrán de deshacerse?
Fragmento de oración a Tezcatlipoca
Para Paul Ricoeur,[1] la metáfora tiene las posibilidades de “sugerir algo distinto de lo que se afirma”, y “lo contrario de lo que se dice”. Dentro de esta perspectiva, conviene analizar el papel de las diversas significaciones propias y representativas que se registran en la creación y registro de los mitos. De acuerdo con C. G. Jung,[2] los “esfuerzos para reducir a unas pocas unidades los arquetipos que según su multiplicación politeísta y sus divisiones hallábanse desparramados en innumerables variantes y personificados en dioses aislados.” Por lo que Luis Barjau[3] reunió valiosas interpretaciones sobre Tezcatlipoca, sus nombres, representaciones y atributos, en una breve y notable investigación.
Enrique Florescano[4] advirtió sobre el “enfrentamiento prodigioso entre el malévolo Tezcatlipoca y el sabio y pacífico Quetzacóatl”, hasta conseguir que “este reino feliz fue destruido por una combinación de catástrofes dirigidas por el perverso Tezcatlipoca (Espejo Humeante), un poder negativo que diseminó pestes, hambre, terror y conflictos entre los toltecas”. Con su poder mágico pudo transformarse en un anciano, que encantó a Quetzalcóatl, ofreciéndole la bebida de la inmortalidad. Al embriagarlo, perdió la dignidad y la compostura, con esto lo expulsó para siempre de su hermoso palacio en Tula. Christian Duverger[5] reconoció que “La única bebida alcohólica de los aztecas que se conoce es el octli, el jugo del ágave fermentado”. Sólo podían emborracharse los enfermos, los viejos, o mujeres antes del parto y después para la crianza. Afirmó Duverger que “dicho de otra manera, cada quien tiene una ebriedad diferente, cada quien vive, en cada ocasión, una experiencia de embriaguez particular”.
Según Ometéotl, padre y madre del universo, principio dual, masculino y femenino, tuvo cuatro hijos: Xipe, Tezcatlipoca negro, Quetzalcóatl, y Huitzilopochtli. La imagen del Espejo Humeante, significaba el poder observar entre las tinieblas del pensamiento, el verdadero rostro y el espíritu de cada persona. Un viaje retrospectivo al encuentro con uno mismo, para comprender la existencia de los demás. La representación del lado oscuro, más allá de los límites entre la realidad y la inconsciencia. Detrás de la noche, la luna y las estrellas, acompañaban el llamado del dios supremo, al que todos eran sus esclavos. El creador, tirano y caballero de luto. El que inventaba a la gente; disponía lo que debían de hacer, y se burlaba de todo. El de la eterna juventud que utilizaba el desdoblamiento de muchas personalidades.
Tezcatlipoca volvió a trasmutarse en un joven vendedor de chiles, y con el fin de desprestigiar la grandeza de Tula, y al rey Huémac. Cuando su hija visitó el mercado descubrió el miembro viril del extranjero, “antójesele”. Al verla enferma, su padre mandó a traer al muchacho. Después de bañarlo y raparlo, Huémac se lo entregó a su hija, quien luego de copular, sanó, y se convirtió en su yerno. “Este parentesco enojó tanto a los toltecas que la mayor parte de ellos, muy disgustados del sitio preponderante dado al extranjero Tobeyo, se revelaron contra Huémac”[6].
Tezcatlipoca ilusionaba a todos los que lo veían, era el intermediario, que decidía y mandaba, el señor de las tinieblas, el dios de la noche, la perversidad y la intriga. Siempre invisible, por la que era omnipresente. Tenía la habilidad de conocer los sentimientos, y manipular la conducta de las personas. En su iconografía, las imágenes destacaban por los colores brillantes en su vestimenta, y el rostro escondido bajo una franja oscura, misteriosa por su amenazante peligro de castigos, sacrificios y traiciones. En su pecho resaltaba el espejo de obsidiana, en el cual quien se asomaba descubría sus imperfecciones y maldades, y se tenía que disciplinar a la obediencia del servilismo dogmático religioso.
Su nombre también significaba enemigo, y al mismo tiempo era el maestro hechicero, que controlaba las fuerzas de la destrucción. Tezcatlipoca mantuvo el equilibrio de la creación del aire con el ritmo de la música. Perfeccionó el empleo del arco y las flechas, con el encantamiento, daba y quitaba la riqueza, y otorgaba un trato digno a los esclavos. Sin embargo, Tezcatlipoca negro se identificaba con el lado norte del universo, donde estaba Mictlán, región de los descarnados que es el mundo de los muertos. El norte era una región árida por donde soplaban los vientos fríos de la muerte, igual que en Comala, de Juan Rulfo.
Patrono de guerreros y príncipes; todopoderoso, inmutable, representante de las tinieblas. Guardián del cielo y de la tierra, fuente de vida y muerte, amparo del hombre, origen del poder y la felicidad. Dueño de las batallas, invencible e incorpóreo. Entre los toltecas, fue un protector que descendió del cielo con la ayuda de una telaraña. Los sacrificios en honor a Tezcatlipoca, eran como la resurrección. En estas fiestas se elegía a un joven apuesto para vivir un año de lujuria y placer. Luego se le disfrazada de Tezcatlipoca, recorría las calles tocando la flauta; subía a lo alto del templo, donde rompía cuatro flautas que señalaban los puntos cardinales, y entonces se le extraía el corazón. J. M. G., Le Clézio[7] analizó el papel del tirano cruel e injusto, el que manejaba las discordias, enemistades y guerras, un demonio que irradiaba infinita crueldad. El espíritu que susurraba entre el viento nocturno, detrás de las sombras de la noche, siempre al lado de las deidades de la muerte, epidemias, miseria y pobreza, maldad o destrucción. El culto protector de los hechiceros, malhechores y corruptos. Aparecía cuando el sol se ocultaba en el horizonte, y brotaba el señor de la noche.
El hechicero aparecía encarnado en un tigre que vigilaba los manantiales. Desde el corazón de la montaña llegaban sus nahuales, seres sobrenaturales involucrados con la metamorfosis y transfiguración; al desprenderse de la piel, tomaban diversas formas de animales, o seres humanos. Por las noches se convertía en guajolote, era la serpiente que atravesaba las nubes, y provocaba las tormentas. En los amaneceres era el dios de los cazadores, y al atardecer se mostraba como la estrella de la tarde.
En 1508, algunos “pescadores del lago capturaron con la red un gran pájaro ceniciento, parecido a una grulla, símbolo del pueblo azteca. Se lo llevaron a Moctezuma. El pájaro tenía en la cabeza un espejo esférico, ahumado y perforado en el medio: el espejo del gran dios Tezcatlipoca. Allí aparecía una noche de profunda oscuridad…”[8] Con esta premonición comenzó la destrucción de la memoria histórica de los indios de México, la imposición de otros dioses en los grupos étnicos de México. A partir de este instante, Tezcatlipoca reencarnó en la imagen de Cristo martirizado en la cruz, y en la sangre que resbala del cuerpo sacrificado de Jesucristo. “Toda mimésis, incluso creadora, sobre todo creadora, se sitúa en el horizonte de un ser en el mundo…”[9]. Desde la región de los muertos, Tezcatlipoca se burla y ríe del mundo de los vivos inmersos en la incertidumbre, violencia, corrupción, trampas, hambrunas, desprecio por el sufrimiento, y los sacrificios actuales del pueblo mexicano.
[1] Paul Ricoeur, La metáfora viva, Editorial Trota, Madrid, 2001.
[2] C. G. Jung, Símbolos de transformación, Paidós, Barcelona, 1992.
[3] Luis Barjau, Tezcatlipoca, UNAM, México, 1991.
[4] Enrique Florescano, Memoria indígena, Taurus, México 1999.
[5] Christian Duverger, La flor letal, Fondo de Cultura Económica, México, 1983.
[6] Ignacio Bernal, Tenochtitlan en una isla, Sepsetentas, México, 1972.
[7] J. M. G., Le Clézio, El sueño mexicano, Fondo de Cultura Económica, México, 2000.
[8] Pietro Citati, La luz de la noche, Seix Barral, Barcelona, 1997.
[9] Paul Ricoeur, Ob Cit. p. 65
Fragmento de oración a Tezcatlipoca
Para Paul Ricoeur,[1] la metáfora tiene las posibilidades de “sugerir algo distinto de lo que se afirma”, y “lo contrario de lo que se dice”. Dentro de esta perspectiva, conviene analizar el papel de las diversas significaciones propias y representativas que se registran en la creación y registro de los mitos. De acuerdo con C. G. Jung,[2] los “esfuerzos para reducir a unas pocas unidades los arquetipos que según su multiplicación politeísta y sus divisiones hallábanse desparramados en innumerables variantes y personificados en dioses aislados.” Por lo que Luis Barjau[3] reunió valiosas interpretaciones sobre Tezcatlipoca, sus nombres, representaciones y atributos, en una breve y notable investigación.
Enrique Florescano[4] advirtió sobre el “enfrentamiento prodigioso entre el malévolo Tezcatlipoca y el sabio y pacífico Quetzacóatl”, hasta conseguir que “este reino feliz fue destruido por una combinación de catástrofes dirigidas por el perverso Tezcatlipoca (Espejo Humeante), un poder negativo que diseminó pestes, hambre, terror y conflictos entre los toltecas”. Con su poder mágico pudo transformarse en un anciano, que encantó a Quetzalcóatl, ofreciéndole la bebida de la inmortalidad. Al embriagarlo, perdió la dignidad y la compostura, con esto lo expulsó para siempre de su hermoso palacio en Tula. Christian Duverger[5] reconoció que “La única bebida alcohólica de los aztecas que se conoce es el octli, el jugo del ágave fermentado”. Sólo podían emborracharse los enfermos, los viejos, o mujeres antes del parto y después para la crianza. Afirmó Duverger que “dicho de otra manera, cada quien tiene una ebriedad diferente, cada quien vive, en cada ocasión, una experiencia de embriaguez particular”.
Según Ometéotl, padre y madre del universo, principio dual, masculino y femenino, tuvo cuatro hijos: Xipe, Tezcatlipoca negro, Quetzalcóatl, y Huitzilopochtli. La imagen del Espejo Humeante, significaba el poder observar entre las tinieblas del pensamiento, el verdadero rostro y el espíritu de cada persona. Un viaje retrospectivo al encuentro con uno mismo, para comprender la existencia de los demás. La representación del lado oscuro, más allá de los límites entre la realidad y la inconsciencia. Detrás de la noche, la luna y las estrellas, acompañaban el llamado del dios supremo, al que todos eran sus esclavos. El creador, tirano y caballero de luto. El que inventaba a la gente; disponía lo que debían de hacer, y se burlaba de todo. El de la eterna juventud que utilizaba el desdoblamiento de muchas personalidades.
Tezcatlipoca volvió a trasmutarse en un joven vendedor de chiles, y con el fin de desprestigiar la grandeza de Tula, y al rey Huémac. Cuando su hija visitó el mercado descubrió el miembro viril del extranjero, “antójesele”. Al verla enferma, su padre mandó a traer al muchacho. Después de bañarlo y raparlo, Huémac se lo entregó a su hija, quien luego de copular, sanó, y se convirtió en su yerno. “Este parentesco enojó tanto a los toltecas que la mayor parte de ellos, muy disgustados del sitio preponderante dado al extranjero Tobeyo, se revelaron contra Huémac”[6].
Tezcatlipoca ilusionaba a todos los que lo veían, era el intermediario, que decidía y mandaba, el señor de las tinieblas, el dios de la noche, la perversidad y la intriga. Siempre invisible, por la que era omnipresente. Tenía la habilidad de conocer los sentimientos, y manipular la conducta de las personas. En su iconografía, las imágenes destacaban por los colores brillantes en su vestimenta, y el rostro escondido bajo una franja oscura, misteriosa por su amenazante peligro de castigos, sacrificios y traiciones. En su pecho resaltaba el espejo de obsidiana, en el cual quien se asomaba descubría sus imperfecciones y maldades, y se tenía que disciplinar a la obediencia del servilismo dogmático religioso.
Su nombre también significaba enemigo, y al mismo tiempo era el maestro hechicero, que controlaba las fuerzas de la destrucción. Tezcatlipoca mantuvo el equilibrio de la creación del aire con el ritmo de la música. Perfeccionó el empleo del arco y las flechas, con el encantamiento, daba y quitaba la riqueza, y otorgaba un trato digno a los esclavos. Sin embargo, Tezcatlipoca negro se identificaba con el lado norte del universo, donde estaba Mictlán, región de los descarnados que es el mundo de los muertos. El norte era una región árida por donde soplaban los vientos fríos de la muerte, igual que en Comala, de Juan Rulfo.
Patrono de guerreros y príncipes; todopoderoso, inmutable, representante de las tinieblas. Guardián del cielo y de la tierra, fuente de vida y muerte, amparo del hombre, origen del poder y la felicidad. Dueño de las batallas, invencible e incorpóreo. Entre los toltecas, fue un protector que descendió del cielo con la ayuda de una telaraña. Los sacrificios en honor a Tezcatlipoca, eran como la resurrección. En estas fiestas se elegía a un joven apuesto para vivir un año de lujuria y placer. Luego se le disfrazada de Tezcatlipoca, recorría las calles tocando la flauta; subía a lo alto del templo, donde rompía cuatro flautas que señalaban los puntos cardinales, y entonces se le extraía el corazón. J. M. G., Le Clézio[7] analizó el papel del tirano cruel e injusto, el que manejaba las discordias, enemistades y guerras, un demonio que irradiaba infinita crueldad. El espíritu que susurraba entre el viento nocturno, detrás de las sombras de la noche, siempre al lado de las deidades de la muerte, epidemias, miseria y pobreza, maldad o destrucción. El culto protector de los hechiceros, malhechores y corruptos. Aparecía cuando el sol se ocultaba en el horizonte, y brotaba el señor de la noche.
El hechicero aparecía encarnado en un tigre que vigilaba los manantiales. Desde el corazón de la montaña llegaban sus nahuales, seres sobrenaturales involucrados con la metamorfosis y transfiguración; al desprenderse de la piel, tomaban diversas formas de animales, o seres humanos. Por las noches se convertía en guajolote, era la serpiente que atravesaba las nubes, y provocaba las tormentas. En los amaneceres era el dios de los cazadores, y al atardecer se mostraba como la estrella de la tarde.
En 1508, algunos “pescadores del lago capturaron con la red un gran pájaro ceniciento, parecido a una grulla, símbolo del pueblo azteca. Se lo llevaron a Moctezuma. El pájaro tenía en la cabeza un espejo esférico, ahumado y perforado en el medio: el espejo del gran dios Tezcatlipoca. Allí aparecía una noche de profunda oscuridad…”[8] Con esta premonición comenzó la destrucción de la memoria histórica de los indios de México, la imposición de otros dioses en los grupos étnicos de México. A partir de este instante, Tezcatlipoca reencarnó en la imagen de Cristo martirizado en la cruz, y en la sangre que resbala del cuerpo sacrificado de Jesucristo. “Toda mimésis, incluso creadora, sobre todo creadora, se sitúa en el horizonte de un ser en el mundo…”[9]. Desde la región de los muertos, Tezcatlipoca se burla y ríe del mundo de los vivos inmersos en la incertidumbre, violencia, corrupción, trampas, hambrunas, desprecio por el sufrimiento, y los sacrificios actuales del pueblo mexicano.
[1] Paul Ricoeur, La metáfora viva, Editorial Trota, Madrid, 2001.
[2] C. G. Jung, Símbolos de transformación, Paidós, Barcelona, 1992.
[3] Luis Barjau, Tezcatlipoca, UNAM, México, 1991.
[4] Enrique Florescano, Memoria indígena, Taurus, México 1999.
[5] Christian Duverger, La flor letal, Fondo de Cultura Económica, México, 1983.
[6] Ignacio Bernal, Tenochtitlan en una isla, Sepsetentas, México, 1972.
[7] J. M. G., Le Clézio, El sueño mexicano, Fondo de Cultura Económica, México, 2000.
[8] Pietro Citati, La luz de la noche, Seix Barral, Barcelona, 1997.
[9] Paul Ricoeur, Ob Cit. p. 65
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