Raúl Hernández Viveros es un personaje extraño: tiene aspecto de turco y no se dedica al comercio sino a empresas culturales, que como se sabe, nunca reditúan ganancias como no sean las del espíritu satisfecho de quien consigue lo que aparentemente a nadie le importa; es un magnate inmobiliario que posee la mitad del centro de Xalapa, incluyendo lecherías, consultorios dentales, casas, apartamentos y otros locales; debería vivir en un pent hose en Boca del Río o Can Cun con vista a la playa, piscina y jacuzzis y a cambio vive en una modesta y laberíntica casa localizada en la poco cotizada zona de Azueta, rumbo a
Raúl Hernández Viveros montó una imprenta en la que edita libros abstrusos de personajes abstrusos y con ambiciones literarias o académicas; sostiene la revista Cultura de Veracruz que es menospreciada por la élite de los intelectuales y aristas locales y muy apreciada por aquéllos que simplemente se dedican a escribir sin ver comas, puntos y signos de interrogación en ojos ajenos. Recientemente fue nombrado por una misteriosa cofradía de cultureros de
Siendo en Xalapa la guerra tan encarnizada entre los que se dicen artistas verdaderos y aquéllos que simplemente se ocupan de la cuestión artística, propongo que se levante un muro de Berlín cuyo centro preciso sería atravesado por la calle Azueta. No dudo que tal propuesta será fielmente acogida en los medios de gobierno, pues habiendo determinado geográficamente quiénes son artistas verdaderos y quienes fantoches lusitanos, ya no habría rebatinga por las becas, que sin duda alcanzarían para todos los artistas verdaderos. La ciencia de la decadencia del intelectual becado nos llevaría pronto a un mundo feliz: cada beca que se da es un artista verdadero que se pierde. Pronto todos los ex becarios tendrían que pasarse al otro lado del muro de Berlín cuyo nombre podría ser Muro de Raúl Hernández Viveros, por ejemplo, a quien no le preocupa el menosprecio. Él está en lo suyo. Si se fuera a hacer una lista de todo lo que ha editado con su propio dinero y con el ajeno sin duda tendíamos un nuevo volumen que se sumaría a los veinte o treinta que ya tiene con su nombre.
Raúl Hernández Viveros es un personaje extraño. No tengo memoria de la primera vez que lo vi. Sí tengo memoria de muchos momentos compartidos. Recuerdo, por ejemplo, que disfrutábamos de un cubículo en la calle de Zamora, donde ahora está
Pero eso sí: logramos subir la piedra de Sísifo y dejarla en la cima bien apuntalada: desempolvamos y clasificamos los veinte o treinta mil volúmenes. Creo que esa hazaña nos valió para que ascendiéramos en el escalafón de la universidad, que comenzamos verdaderamente desde abajo. Todo el mundo sabe que la carrera académica de Raúl Hernández Viveros y Mario Muñoz comenzó en Orizaba y Ciudad Mendoza, donde organizaban peleas de perros enmascarados. Luego Raúl comenzó con la costumbre de fundar revistas literarias, cine clubes y ciclos de conferencias con afamados escritores. Se rumora que Raúl tuvo que huir de Orizaba porque una sociedad de padres de familia consideró que sus actividades eran en extremo corrosivas para la buena moral y correcta organización de una ciudad que había hecho de la cerveza el elíxir de la larga vida. Otra versión asegura que Raúl salió de Orizaba por su propia voluntad, pues desarrolló una rara enfermedad que consistía en una urticaria rabiosa que le cubría de ronchas todo el cuerpo cada vez que olía el dulzón y pernicioso aroma de la cerveza. La única curación a esa rara enfermedad era la ingestión de un carísimo whisky de etiqueta azul cuyo precio rebasaba los mil pesos, whisky que no se conseguía en Pluviosilla y sí en Xalapa y cuyo distribuidor secreto era el doctor Roberto Williams García. Entonces podemos decir que no fue la cultura sino el olor del whysky lo que lo trajo a Xalapa. (Si don Gabo tuvo su olor a la guayaba, Raúl tiene el olor al whysky). Una tercera versión se refiere a la sórdida amistad que mantiene Raúl Hernández Viveros con Mario Muñoz. Cuando se conocieron Mario ya tenía ciento cincuenta años y estaba aburrido de vivir. Raúl supo de un médico que tenía la cura milagrosa para la longevidad no deseada y, movido por su espíritu samotracio y samaritano, le dijo a Mario: Vámonos para Xalapa, allí se muere cualquiera de aburrimiento (eran los tiempos en que esta ciudad permanecía hundida en la niebla ocho de cada doce meses, los tiempos en que el único sitio de diversión era
Si hablando de Raúl Hernández Viveros de pronto me desvié hacia Mario Muñoz no fue por decisión caprichosa y sin lógica sino por la sospecha de que uno y otro son la misma persona. Nos encontramos ante un caso como el de Doctor Yenkill y Mister Hyde. Y si no, hagan la prueba: fíjense que cuando Raúl aparece, Mario Muñoz no está a la vista y viceversa. Fíjense en estas simetrías: Raúl y Mario fueron directores de
Si Raúl Hernández Viveros tiene un defecto grave es que sabe ser amigo, que no desprecia a nadie, que es el perfecto anfitrión, que todo le da risa y que es capaz de arriesgar su condición de magnate inmobiliario por publicar un libro de algún joven talento. Y a quienes menosprecian la revista Cultura de VeracruZ les incito a que dejen sus ejemplares sobre la taza del baño y los lean en sus más dulces momentos de defecación. Allí inadvertidamente comenzarán a leer textos en verdad literarios, textos honrados, no bodrios intelectualoides, no pesadas lápidas, encontrarán nombres desconocidos y cuentos en verdad pasmosos. Lo que sí tiene Raúl es un olfato de sabueso para discernir entre lo que vale y lo que no vale. Ese olfato, que sin duda fue desarrollado durante sus peleas de perros en Ciudad Mendoza, hoy está al servicio de la literatura. Que viva por muchos años Raúl y
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