Por Raúl Hernández Viveros
Desde los tiempos antiguos constantemente los seres humanos hemos intentado ubicar las formas más idóneas del entretenimiento y la diversión. Creo que fue cuando fue en el momento preciso en que los habitantes de algún paraje salvaje, alzaron la cabeza y por primera vez descubrieron la existencia de las noches en la eternidad del desconsuelo. Contemplaron la belleza de las estrellas, y aquí comenzó el empleo de la mirada para capturar el presente en que estamos inmersos.
Miles de años más tarde, Johan Huizinga estudió los avances sorprendentes del uomo ludens, frente a las posibilidades maravillosas de gastar el tiempo. Cada vez se perfeccionó el juego de pelota o las guerras floridas, y las olimpiadas acompañaron a las expresiones los filósofos griegos, todo bajo el arte de rendir culto y sacrificio hacia la superación física. Al mismo tiempo, los seres humanos iniciaron el examen incesante de la destrucción del tiempo. Por su parte, María Zambrano analizó todas las aproximaciones a los dioses o ídolos que eran populares, y los aspectos fundamentales de la transparencia y emanaciones del cuerpo humano.
La discípula distinguida de José Ortega Gasset describió exactamente la “Incorpórea, la claridad de la mañana danza. ¿Quién no ha visto en la claridad de la mañana, en la danza perfecta que es metamorfosis, una pluralidad de figuras que dibujadas y desdibujadas, no se corporeizan, transformándose infatigablemente? Nacen y se deshacen; se enlazan y se retiran; se esconden para reaparecer como el hombre juega a hacer cuando es niño o cuando juega a esos juegos en que la infancia se eterniza: música, poesía”. Puedo asegurar que en las profundidades de nuestro pensamiento, brilla la esperanza de llegar a compararnos con los dioses. Ídolos pasajeros que en su etapa de fervor fueron seguidos por miles y miles de admiradores. Después con el paso de las modas y el envejecimiento, en algunas ocasiones prematuro por causas de otro tipo de diversión, como puede ser el culto a los dioses Baco y Apolo, muchos desaparecieron del escenario. Esta alternativa de mantener ídolos tuvo consecuencias ineludibles en el encuentro con los héroes o protagonistas.
Las nuevas visiones e imágenes en la renovación de ídolos, llevan al espacio de los recuerdos. Después de la desaparición física, sobresalen en la perspectiva real de sentirnos que fuimos algo en la vida. Pocas veces algunas personas sienten la necesidad intrínseca de la permanencia como sinónimo de persistencia, esfuerzo y entrega. Con lo cual es posible que sea la llegada de la inmortalidad. Por lo menos intentar dejar la impronta en algunas imágenes a las nuevas generaciones que intentan ya vivir y construir su propia historia.
Ante el paso vertiginoso y aplastante del tiempo, ahora recordamos escenas y acontecimientos que hace mucho tiempo sucedieron. En esta operación puede centrarse el papel de rescatar cosas sucedidas décadas, años y meses antes. Tal vez horas o minutos sin que se tenga el mínimo reto de aceptar que estamos en aquellos pasajes pertenecientes a un pasado próximo o lejano.
Lo hecho por nuestros antepasados que levantaron hasta el cielo el nombre de Santa Rosa de Lima, actualmente Camerino Z. Mendoza, del estado de Veracruz. El misterioso escenario de los lejanos años infantiles y juveniles. Un pasado heroico por el valor de haber inventado no sólo una población progresista, sino además con la suficiente idiosincrasia para crear la originalidad del ser mendocino. Al grado que todavía hasta nuestros días continúa el debate sobre las características de cada uno de nosotros. No cabe duda que existe ya una mitología idéntica a la de los griegos antiguos.
Al inventarse nuestra verdadera historia, casi parecida a la narrada por el cronista Bernal Díaz del Castillo, la estirpe de cada generación deja a sus herederos algo idéntico a los códices o bajo relieves de piezas arqueológicas. Esta saga mendocina ha encontrado eslabones que forjaron en letras de imprenta el valor de los habitantes de estas tierras. Sin embargo, la esencia mendocina actualmente retoma su cauce normal de ser reconocida en cualquier parte del mundo.
Otra vertiente de nuestra riqueza personal, brotó hace muchos años cuando los paisanos de Necoxtla, descendían por la cuesta, conversando en su original lengua, sobre su presencia terrenal; el pasar por el puente del río, que dividía la ciudad con la montaña, casi representaba penetrar en otro país; se quedaban callados al descubrir algún cliente. De inmediato pregonaban los coros que ofrecían sus mercancías. Y lanzaban los gritos de: ¡el ocote! Fue cuando ellos definieron el nombre de los habitantes, en una característica bastante basada en que por vivir rodeados de montañas y dentro de un valle, el viento que comenzaba desde el Atlántico, y pasaba por el Caribe hasta llegar al golfo de México.
Por consecuencia, alborotaba las cabezas de los mendocinos, al poco rato las personas percibían un mareo extraño, y luego la sensación de vértigo los hacía caer en un espacio de éxtasis, en donde no se podía escapar de excelsos actos demenciales. Pocas veces, vi en la vida a una persona aferrarse a su memoria privilegiada, y a sus locuras cotidianas. Recuerdo bastante bien las pocas oportunidades que tuve de conversar con don Pepe, quien a pesar del paso de los años, recordaba muchas cosas como si apenas hubieran sucedido hace unos instantes. Me agradaba escucharlo disertar sobre cada una de las experiencias de su vida. Por ejemplo, supe que participó en la construcción de las rejas que rodean la Escuela Esfuerzo Obrero de Ciudad Mendoza. Fue aquel periodo cuando existía el proyecto de fundar la primera Universidad Obrera.
En otras ocasiones, don Pepe me dio lecciones sobre la historia del béisbol. No puedo olvidar las descripciones de los famosos peloteros que integraron el equipo de los "Gallos de Santa Rosa". Para mí toda esta información era una revelación de mi infancia y juventud. Quedé maravillado el día que me contó sobre cómo aprendió a bailar; sus hermanas lo llevaban a los bailes, y para no aburrirse saboreaba algún refresco antes de comenzar a estudiar los pasos que marcaban las parejas al compás de las mejores orquestas. Aprendió el ritmo del danzón, la rumba, el chachachá o cualquier otro movimiento musical de moda. Hasta sus últimos días, don Pepe conservó el arte de los fanáticos de cualquier baile.
También gozaba yo de sus descripciones de los mejores salones de baile, que don Pepe conocía como la palma de sus manos. Desde luego, era reconocido de inmediato en muchos centros sociales. Por ejemplo, en un lugar de reunión de veracruzanos, siempre que llegaba la orquesta en turno suspendía la música, y el maestro de ceremonias le hacía el acostumbrado saludo a los más importantes paisanos, y las damas presentes tenían que taparse los oídos, para no escuchar los improperios. Antes de llegar a los ochenta años, don Pepe acostumbraba lucir su sabiduría sobre todo tipo de bebida. Tanto de cócteles, y al mismo tiempo experto en comidas que deberían acompañar la degustación de vinos o cervezas. Y, sin embargo, cada vez que podía le solicitaba narrarme sus encuentros con uno de los más importantes compositores: Álvaro Carrillo. Con sencillez, me contaba las noches con el autor de extraordinarios boleros.
Sus conocimientos de lugares históricos, ferias, carnavales y tradiciones regionales los disfrutaba en cada uno de sus comentarios. Una vez volvió a sorprenderme con la disertación sobre una de las culturas indígenas. Me enseñó la regla maya, con que se conseguía saber si una madre iba a tener un niño o niña. Hoy puedo asegurar que comencé a olvidar su enorme sonrisa. En varias ocasiones me describió el encuentro de béisbol, celebrado en La Habana, entre las escuadras de México y Cuba, donde el “Zurdo Lozano”, su amigo derrotó a todos sus adversarios, a quienes puso fuera de combate. Fue la única vez que estuvo en el Estadio Latinoamericano.
Por otra parte, don Pepe mantuvo dignamente la firmeza de vivir bien hasta el último suspiro en su tierra natal; soportó el constante esfuerzo por deslumbrarse a cada instante de las cosas terrenales, lo que le permitió obtener un lugar justo dentro de las posibilidades de la amistad. Conservo la imagen de su vejez elegante y heroica, plena y, efectivamente, alegre dentro de la sabiduría de un hombre que gustó verdaderamente de la vida.
Lo principal es que siempre estuvo consciente del lugar que ocupaba en este escenario que se llama vida. La ambición de haber conseguido la plenitud del desarrollo de su existencia. Don Pepe penetró en la edad avanzada con una memoria privilegiada que lo mantuvo ocupando su lugar en el mundo. Es probable que su hermoso espíritu continúe en el espacio inaprensible del universo; inmerso en el silencio de las estrellas. Sobre el instante evanescente de las cosas que pasaron y dejaron de ser. Al haber logrado ubicar su lugar en el mundo, don Pepe participó de la armonía de la vida, y con esta actitud conoció muchos días de felicidad, y también de tristeza. Conservé las imágenes de don Pepe dentro del color sepia de las fotografías. Dicha fascinación de la memoria, y el tiempo dibujaron todavía muchos de mis recuerdos. Creo que fue uno de los más importantes locos de Santa Rosa de Lima, ahora Camerino Z. Mendoza, lugar de mi origen.
1 comentario:
Deseo saber en que diocesis yace el pueblo de NECOXTLA. Favor de dejarmelo saber.
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