Obra Teatral en Cultura de VeracruZ
No.27 Nueva Época / Enero 2008
No.27 Nueva Época / Enero 2008
Por: Mario Hernández Vázquez
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La revista Cultura de VeracruZ, incluye en su número 27 correspondiente al 2 de enero del 2008, una importante obra de teatro de Omar Piña. Se trata de una pieza teatral realizada en 3 actos, en donde el escritor xalapeño demuestra su conocimiento dentro de este género literario. Bajo el planteamiento de los conflictos de varios adolescentes, Omar Piña, logra una radiografía de las aspiraciones juveniles. Sin duda alguna, este autor veracruzano se da a conocer como un continuador de autores consagrados como Emilio Carballido, Hugo Argüelles o Rafael Solana.
Sin embargo, el poeta veracruzano Guillermo Landa abre las primeras páginas de la revista Cultura de Veracruz, con la publicación de su breve ensayo”Carlos Pellicer: cantor perdurable”. Profundas notas acerca de la obra del extraordinario poeta originario de Tabasco, y uno de los más importantes de América Latina. Sin duda un homenaje con motivo de los 30 años de su desaparición física, pero la obra de Carlos Pellicer, continúa siendo de interés por sus propuestas estéticas, según lo resalta Guillermo Landa.
Desde España, el crítico literario Pedro M. Domene reseña el libro de Enrique Vila-Matas: Exploradores del Abismo. Valiosa Reflexión en torno de uno de los más importantes escritores contemporáneos españoles. “Cuando uno empieza a leer Exploradores del abismo las referencias a Una casa para siempre (1988), Suicidios ejemplares (1991), la estructura de Hijos sin hijos (1993) o la antología Recuerdos inventados (1994), su progresión misma, nos proporciona parte de esa exploración, tanto propia como ajena, que viene ejerciendo el narrador durante más de estos largos veinte años últimos, aunque hoy ya esa condición suya de angustiado o desesperado suele ser vencida por la confusión que ha obtenido de ensayar y practicar quizá una posible y auténtica literatura”.
Y agrega Pedro M. Domene: “Para justificar este libro, para explicar este puñado de cuentos, en «Café Kubista» y, a modo de introducción, el autor afirma: «Estoy seguro de que no habría podido escribir todos esos relatos si previamente, hace un año, no me hubiera transformado en alguien levemente distinto, no me hubiera convertido en otro». Y esta categórica declaración de principios, esgrimida en muchas de sus anteriores obras, cobra mayor fuerza en otro de sus textos «La gota gorda», cuando añade, «Hace un año, volví a escribir cuentos, pero sin darme cuenta de que en realidad seguía con los hábitos del novelista (...). La tensión más fuerte la provocaba el duro esfuerzo de contar historias de personales normales y tener a la vez que reprimir mi tendencia a divertirme con textos metaliterarios: el duro esfuerzo de contar historias de la vida cotidiana con sangre e hígado, tal como me habían exigido mis odiadores (...). Indiscutiblemente, después de leer Exploradores del abismo, uno se da cuenta de que Vila-Matas sigue siendo un provocador capaz de transformar en un todo orgánico una suma de textos que confluyen en una única y absoluta dirección: el mundo vilamatiano de sus silencios y de sus desapariciones, aunque en ocasiones, vuelva su mirada para contar auténticas joyas de carácter, eminentemente, narrativa breve, cuentos tan sorprendentes que en ocasiones no resultan ser así y me refiero, concretamente, a «Niño», relato intenso, conmovedor, una exasperante visión de la extrañeza, característica de su mejor prosa, o «Fuera de aquí» que, junto al anterior, se convierten en auténticos capítulos de una obra más extensa y, pueden ser, realmente, calificados como novelas cortas. El primero muestra el desesperado deseo de un padre porque su «Niño» salga vivo de una intervención quirúrgica; aunque el relato amplia sus registros hasta veleidades insospechadas en esa relación padre-hijo. El segundo cuenta la historia de una saga generacional rusa, con dos hijos revolucionarios y dos gemelas, que como su autor juegan a explorar ese abismo que supone la vida; un cuento muy chejoviano pero que, desde la perspectiva de Enrique Vila-Matas, propone una relectura moderna de las posibilidades literarias del maestro ruso”.
El escritor veracruzano Raúl Hernández Viveros da a conocer su texto Lejos de Barcelona, para rendir un recordatorio a Carlos Trías, quien por causa de un cáncer desapareció el año pasado en su tierra natal. No obstante, en la lírica de este relato se percibe la amistad de tantos años que unió en la lejanía a estos dos autores, uno de Veracruz y el otro de Barcelona. Al mismo que sobresale una intensa veneración por los escritores que Raúl Hernández Viveros conoció en Barcelona, como por ejemplo con la amistad con Cristina Fernández Cubas. Se rinde, otro tributo a Enrique Vila-Matas al elegirse el título en honor a su novela: Lejos de Veracruz, e incluirlo como personaje del texto literario.
Peter Broad colabora con su artículo sobre el reciente libro de ensayos de Marco Tulio Aguilera Garramuño. “Poéticas y obsesiones (Editorial Universidad Veracruzana, Colección Biblioteca, 2007) nos ofrece una nueva perspectiva de un escritor que nos había acostumbrado a una temática fundamentalmente centrada en los temas del amor, el erotismo y las relaciones, en general tormentosas, entre hombres y mujeres. (Aunque no hay que olvidar aquella faceta de escritor de literatura infantil, que le permitió obtener el Premio Nacional Juan de la Cabada hace algunos años, con su libro El pollo que no quiso ser gallo, publicado por Alfaguara Infantil). Quizás lo más llamativo de este nuevo libro de Marco Tulio Aguilera, Poéticas y obsesiones, sea la narración que hace de sus encuentros con el que sin duda es su escritor favorito, su ídolo y su modelo (de paso, también, su compatriota): Gabriel García Márquez. A lo largo de cuarenta páginas Aguilera relata, de manera dramatizada, o quizás sería mejor decir, novelada, su relación con el autor de Cien años de soledad”.
“Desde su primer encuentro en Bogotá, cuando Aguilera tenía poco más de veinte años y acababa de publicar en Buenos Aires su primera novela Breve historia de todas las cosas, hasta el encuentro más reciente, en las calles de Coyoacán, tal vez un año antes de que le concedieran el Nóbel a Gabo. Llama la atención en esta serie de encuentros el desparpajo con que Aguilera trata a su héroe, un desparpajo que llega a ser insolencia, a la cual García Márquez responde con juvenil actitud, a veces poniéndose al nivel de Aguilera. Tal es el caso del intercambio de dedicatorias. Aguilera le dedica a Gabo su primera novela de la siguiente manera: “Para García Márquez, a quien pienso matar… literariamente”. García Márquez le dedica a Marco Tulio El olor de la guayaba de la siguiente manera: “Para Marco Tulio, de la competencia”. La dedicatoria de García Márquez es una obra maestra de la ambigüedad: no se sabe quien es de la competencia: Marco Tulio o el mismo García Márquez”, destaca el investigador norteamericano Meter Broad.
Cierra este número de Cultura de VeracruZ, una nota de Raúl Hernández Viveros sobre George Steiner, con motivo de haber sido reconocido en México con el Premio Alfonso Reyes. No obstante, hay que destacar la puntualidad mensual en la aparición de esta revista literaria independiente editada en la capital de Veracruz. Por otra parte, recomendar ampliamente la lectura de la pieza teatral en tres actos Baldío 23, de Omar Piña, uno de los más importantes escritores veracruzanos actuales.
Lejos de Barcelona, por Raúl Hernández Viveros: “Durante aquel verano, miles de ancianos cayeron como moscas sobre la sopa de cualquier restaurante de París. En las orillas del río Sena, los viejos formaban largas filas para intentar limpiar el sudor con las aguas sucias; otras ancianas mojaban sus vestidos entre la corriente de agua que reflejaba los puentes y edificios vetustos.
También en muchas ciudades de España comenzó el exterminio de gente adulta, que se quedaba a cuidar los pisos y las casas en Madrid o Barcelona. Mientras sus familiares gozaban del aire acondicionado y la brisa del mar en hoteles de la costa Brava, y los más ricos alejados en Las Canarias.
Sin embargo, hubo una especie de preocupación de parte de los hijos, y demás familiares, por dejar las heladeras repletas de comida, y en muchos casos de bebidas apreciadas como botellas de agua mineral, cervezas y sobre todo cientos de cubitos de hielo. La esperanza duró muy poco frente a la aparición de una tormenta de arenilla procedente de África. En aquel verano, Madrid oscureció al medio día en pleno centro, y los granos de arena sonaban repiqueteando en los techos y azoteas de muchas ciudades europeas.
El bochorno me despertó. Los oídos se me llenaron del ruido infernal de autobuses y automóviles que a toda carrera escapaban por la avenida Balmes. Abrí los ojos bañados en sudor. Necesité todo mi esfuerzo para llegar hasta la ducha. Abrí la llave del agua fría, y un prolongado suspiro me hizo comprender que el líquido vital ya no llegaba a la casa.
Desde las ventanas observé las casas vecinas, sentí la piel chamuscada por la sequía del día anterior. Advertí en mis manos la resequedad. Las manchas oscuras recorrían mis brazos. Me asomé en un espejo, de inmediato descubrí el rostro de otra persona. Era alguien idéntico a mi padre cuando falleció en mis brazos.
El calor recorría todos los rincones de mi habitación. Estaba yo solo con la tanga blanca, y creí que me encontraba dentro de un baño turco. El vapor abrió mis poros, por todos lados sudaba como si estuviera bajo los efectos de la resaca. No obstante, sentí la conciencia de cada uno de mis actos y pensamientos. Una mueca de dolor y asco se dibujó en mi rostro.
Entonces acepté que Barcelona dejaba de ser la ciudad que respiraba la brisa del mar. Intenté moverme poco para no quemar más calorías. La humedad que protegía mis ojos, me obligó a llorar. Por fortuna pude llegar a la cocina para abrir varias botellas de vino. Fue una verdadera transfusión que alegró un poco mi espíritu.
¿Quizás debería soportar mucho más la sequía bajo la protección de mi casa, o bien sería mejor viajar hasta Las Ramblas a contemplar a las esculturas humanas? Supe que nunca contestaría esta propuesta, porque realmente me encontraba demasiado lejos de Barcelona.
¿Hacía dónde tenía que escapar para defenderme de la canícula? No podía equivocarme, menos dejar de ser lo más lúcido posible frente a este fenómeno natural. Sin pensarlo agoté varias botellas de vino. Después enfrente una serie de vasos llenos de whisky con suficiente hielo. En esta desintegración pude súbitamente contemplarme en el vientre de mi madre. Inmerso en aquel paraíso acuático escuchaba las palpitaciones del corazón maternal. Igual a un vídeo mis gritos permanecieron congelados en el tiempo. Entre la diversidad de los recuerdos acepté la sensación de no haber existido. Mi origen pertenecía al pasado.
No sé la hora y el día en que perdí el conocimiento. El calor recorría mis manos y temblé de emoción en el instante que volví a abrir los ojos. Era difícil aprobar que todos vamos a morir. A veces la muerte se presentaba encantadora, y ni siquiera permitía a uno reflexionar en las últimas actividades. Siempre acostumbraba llegar de sorpresa, nadie es capaz de cerrarle la puerta, porque ella tiene la llave maestra que puede abrir todo tipo de cerradura. De todas maneras logré intentar evadirla y esquivar sus movimientos silenciosos y exactos en el campo de batalla, en donde nadie tiene siquiera la mínima posibilidad de derrotarla, pero me agradó sentir su presencia fría y sin vida.
Luego mi cuerpo recuperó su temperatura normal, cuando logré evadirme de la soledad y el vacío de un espejismo en el desierto. De inmediato supe que me alejaba de aquel infierno. Emocionado escuché los timbrazos en la puerta, era alguien que anunciaba el final de esta historia. Fue cuando apareció en el umbral, la figura imaginada de Enrique Vila-Matas para anunciarme que era yo otro explorador del abismo. Entonces me dijo que lo acompañara a ser testigo de la muerte de las estatuas humanas que agonizaban aplastadas y sofocadas por el intenso calor. Al salir de la casa, sentí que había yo bajado de peso, en la piel me acariciaron las primeras gotas de la lluvia. Sin pensarlo, Enrique Vila-Matas me susurró al oído que le plagiaba el título de su libro Lejos de Veracruz. Y por supuesto le agradecí que me reconociera y aceptara como otro explorador del abismo.
Casi puedo asegurar que fue ayer el viaje que hicimos juntos. Carlos Trías al volante, a su lado Cristina, mientras iba yo medio dormido en la parte trasera. Resultó un fin semana inolvidable. Hasta ahora no he podido borrar las escenas de hace casi cuatro décadas. La figura espigada y firme acompañaba a su compañera de radiante mirada. Formaban parte ya de los recuerdos.
Años antes, lejos de Barcelona, ellos pasaron varios días en mi ciudad. Todo se pintó de alegría. Experimentamos noches enteras, instalados en lugares como “El rincón de los artistas”, donde existía una pasarela de viejos cantantes de tangos y boleros. Entre la apoteosis de la fiesta, cantaron y fumaron sin descanso. Desde aquel día llegué a creer que nos conocíamos desde tiempos inmemorables. Entonces me propusieron que fuera a visitarlos a Barcelona. Al mismo tiempo planeamos un viaje a Polonia. Sus palabras sensatas me empujaron a prometerles que sin falta a la primera oportunidad pasaría una temporada en su buhardilla de la avenida Balmes.
No sé cómo en ese instante recuperé las imágenes de alguna parte del pasado. Logré bucear en las profundidades abismales. En pleno día rescaté los instantes, que gracias a ellos, conocí a Julián Ríos cuando presentaba su novela Larva. También llegaron a mi mente los días que estuve refugiado en el departamento de Carlos Trías y Cristina Fernández Cubas. Después me trasladaron a un hermoso refugio en Cadaqués, propiedad de Beatriz Tusquets. Lo recuerdo porque fue la primera vez que comenzó a subir la temperatura, pero nada comparable con el calentamiento actual.
No importa cómo me enteré de la desaparición de Carlos Trías. Cumplía una década que pude hablar con él. Fue durante un salto relámpago a Barcelona. Creo que intentaba yo conocer a Jorge Herralde, me perdí muchas veces en búsqueda de la dirección de Anagrama. Fue un triunfo el haber llegado antes del medio día. La mujer que me atendió en la entrada se esmeró en disculparse, porque el director se encontraba en un congreso mundial de editores. Como despedida me obsequió las obras de Quin Monzó.
Me instalé en un céntrico hotel. Desde la habitación marqué el número de Carlos Trías. La voz metálica me pidió dejar el mensaje. Al día siguiente, al abandonar la habitación, una encargada gritó que había una llamada para mí. Carlos Trías me dijo que iba a pasar en la noche a recogerme, pero yo le hice ver que ya estaba con un pie en el avión, y en pocas horas regresaba a mi lugar de origen. Fue la última vez que sentí su voz.
A partir del lunes de la semana pasada, me entristeció la noticia de su muerte. Enfrenté la melancolía del fin de los sueños, en donde viajábamos por varios lugares del mundo. Murió el año pasado. No recordaba su novela El juego del lagarto, que desde hacía cuatro décadas la conservaba. En la oscuridad de mi biblioteca el azar hizo que apareciera otra vez su libro. A la media noche terminé de leerla, y en ese instante mis ojos descubrieron la hoja de papel doblada. El hallazgo de algo perteneciente a la eternidad, extraído de algún modo de la analogía. La reminiscencia era indispensable incluirla en esta narración. Me distrajo la idea de aquel mar de felicidad que nos bañó, tejiendo la pasión de una historia con nombres propios, a pesar de la creciente oscuridad que impedía las imágenes del recuerdo.
A lo lejos el golpe de los tambores africanos, y entre la selva las sombras danzaban frenéticamente, entonces el fuego consumió todos los laberintos de mi pensamiento. Al fin imaginaba la destrucción del abismo. Sin desearlo regresé al presente. La ligera sonrisa clonada de Enrique Vila-Matas, acompañó sus palabras:
-Te voy a llevar a mirar el precipicio que se puede contemplar desde el Palacio de Versalles, con esto se arreglará tu desmejoramiento.
Este viaje significaba emprender otra etapa de mi vida, y sin opción entramos al automóvil. Me senté resignado a lado de Enrique, el chofer sin decir nada se enfiló rumbo a la autovía. Aún me sentía desconcertado, sin la fuerza necesaria para tomar decisiones, cerré los ojos al percibir la velocidad en la carretera. Pude conciliar el sueño. Caí desconcertado en el desfiladero oscuro y misterioso.
Seguramente soñaba yo que el doble, la copia, el otro, el autor falsificado, bajo los efectos de la clonación duplicaba su imagen y voz, y recitó en voz alta, reproduciendo la voz de Oscar Wilde:
-La ambición es la última etapa del fracaso.
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La revista Cultura de VeracruZ, incluye en su número 27 correspondiente al 2 de enero del 2008, una importante obra de teatro de Omar Piña. Se trata de una pieza teatral realizada en 3 actos, en donde el escritor xalapeño demuestra su conocimiento dentro de este género literario. Bajo el planteamiento de los conflictos de varios adolescentes, Omar Piña, logra una radiografía de las aspiraciones juveniles. Sin duda alguna, este autor veracruzano se da a conocer como un continuador de autores consagrados como Emilio Carballido, Hugo Argüelles o Rafael Solana.
Sin embargo, el poeta veracruzano Guillermo Landa abre las primeras páginas de la revista Cultura de Veracruz, con la publicación de su breve ensayo”Carlos Pellicer: cantor perdurable”. Profundas notas acerca de la obra del extraordinario poeta originario de Tabasco, y uno de los más importantes de América Latina. Sin duda un homenaje con motivo de los 30 años de su desaparición física, pero la obra de Carlos Pellicer, continúa siendo de interés por sus propuestas estéticas, según lo resalta Guillermo Landa.
Desde España, el crítico literario Pedro M. Domene reseña el libro de Enrique Vila-Matas: Exploradores del Abismo. Valiosa Reflexión en torno de uno de los más importantes escritores contemporáneos españoles. “Cuando uno empieza a leer Exploradores del abismo las referencias a Una casa para siempre (1988), Suicidios ejemplares (1991), la estructura de Hijos sin hijos (1993) o la antología Recuerdos inventados (1994), su progresión misma, nos proporciona parte de esa exploración, tanto propia como ajena, que viene ejerciendo el narrador durante más de estos largos veinte años últimos, aunque hoy ya esa condición suya de angustiado o desesperado suele ser vencida por la confusión que ha obtenido de ensayar y practicar quizá una posible y auténtica literatura”.
Y agrega Pedro M. Domene: “Para justificar este libro, para explicar este puñado de cuentos, en «Café Kubista» y, a modo de introducción, el autor afirma: «Estoy seguro de que no habría podido escribir todos esos relatos si previamente, hace un año, no me hubiera transformado en alguien levemente distinto, no me hubiera convertido en otro». Y esta categórica declaración de principios, esgrimida en muchas de sus anteriores obras, cobra mayor fuerza en otro de sus textos «La gota gorda», cuando añade, «Hace un año, volví a escribir cuentos, pero sin darme cuenta de que en realidad seguía con los hábitos del novelista (...). La tensión más fuerte la provocaba el duro esfuerzo de contar historias de personales normales y tener a la vez que reprimir mi tendencia a divertirme con textos metaliterarios: el duro esfuerzo de contar historias de la vida cotidiana con sangre e hígado, tal como me habían exigido mis odiadores (...). Indiscutiblemente, después de leer Exploradores del abismo, uno se da cuenta de que Vila-Matas sigue siendo un provocador capaz de transformar en un todo orgánico una suma de textos que confluyen en una única y absoluta dirección: el mundo vilamatiano de sus silencios y de sus desapariciones, aunque en ocasiones, vuelva su mirada para contar auténticas joyas de carácter, eminentemente, narrativa breve, cuentos tan sorprendentes que en ocasiones no resultan ser así y me refiero, concretamente, a «Niño», relato intenso, conmovedor, una exasperante visión de la extrañeza, característica de su mejor prosa, o «Fuera de aquí» que, junto al anterior, se convierten en auténticos capítulos de una obra más extensa y, pueden ser, realmente, calificados como novelas cortas. El primero muestra el desesperado deseo de un padre porque su «Niño» salga vivo de una intervención quirúrgica; aunque el relato amplia sus registros hasta veleidades insospechadas en esa relación padre-hijo. El segundo cuenta la historia de una saga generacional rusa, con dos hijos revolucionarios y dos gemelas, que como su autor juegan a explorar ese abismo que supone la vida; un cuento muy chejoviano pero que, desde la perspectiva de Enrique Vila-Matas, propone una relectura moderna de las posibilidades literarias del maestro ruso”.
El escritor veracruzano Raúl Hernández Viveros da a conocer su texto Lejos de Barcelona, para rendir un recordatorio a Carlos Trías, quien por causa de un cáncer desapareció el año pasado en su tierra natal. No obstante, en la lírica de este relato se percibe la amistad de tantos años que unió en la lejanía a estos dos autores, uno de Veracruz y el otro de Barcelona. Al mismo que sobresale una intensa veneración por los escritores que Raúl Hernández Viveros conoció en Barcelona, como por ejemplo con la amistad con Cristina Fernández Cubas. Se rinde, otro tributo a Enrique Vila-Matas al elegirse el título en honor a su novela: Lejos de Veracruz, e incluirlo como personaje del texto literario.
Peter Broad colabora con su artículo sobre el reciente libro de ensayos de Marco Tulio Aguilera Garramuño. “Poéticas y obsesiones (Editorial Universidad Veracruzana, Colección Biblioteca, 2007) nos ofrece una nueva perspectiva de un escritor que nos había acostumbrado a una temática fundamentalmente centrada en los temas del amor, el erotismo y las relaciones, en general tormentosas, entre hombres y mujeres. (Aunque no hay que olvidar aquella faceta de escritor de literatura infantil, que le permitió obtener el Premio Nacional Juan de la Cabada hace algunos años, con su libro El pollo que no quiso ser gallo, publicado por Alfaguara Infantil). Quizás lo más llamativo de este nuevo libro de Marco Tulio Aguilera, Poéticas y obsesiones, sea la narración que hace de sus encuentros con el que sin duda es su escritor favorito, su ídolo y su modelo (de paso, también, su compatriota): Gabriel García Márquez. A lo largo de cuarenta páginas Aguilera relata, de manera dramatizada, o quizás sería mejor decir, novelada, su relación con el autor de Cien años de soledad”.
“Desde su primer encuentro en Bogotá, cuando Aguilera tenía poco más de veinte años y acababa de publicar en Buenos Aires su primera novela Breve historia de todas las cosas, hasta el encuentro más reciente, en las calles de Coyoacán, tal vez un año antes de que le concedieran el Nóbel a Gabo. Llama la atención en esta serie de encuentros el desparpajo con que Aguilera trata a su héroe, un desparpajo que llega a ser insolencia, a la cual García Márquez responde con juvenil actitud, a veces poniéndose al nivel de Aguilera. Tal es el caso del intercambio de dedicatorias. Aguilera le dedica a Gabo su primera novela de la siguiente manera: “Para García Márquez, a quien pienso matar… literariamente”. García Márquez le dedica a Marco Tulio El olor de la guayaba de la siguiente manera: “Para Marco Tulio, de la competencia”. La dedicatoria de García Márquez es una obra maestra de la ambigüedad: no se sabe quien es de la competencia: Marco Tulio o el mismo García Márquez”, destaca el investigador norteamericano Meter Broad.
Cierra este número de Cultura de VeracruZ, una nota de Raúl Hernández Viveros sobre George Steiner, con motivo de haber sido reconocido en México con el Premio Alfonso Reyes. No obstante, hay que destacar la puntualidad mensual en la aparición de esta revista literaria independiente editada en la capital de Veracruz. Por otra parte, recomendar ampliamente la lectura de la pieza teatral en tres actos Baldío 23, de Omar Piña, uno de los más importantes escritores veracruzanos actuales.
Lejos de Barcelona, por Raúl Hernández Viveros: “Durante aquel verano, miles de ancianos cayeron como moscas sobre la sopa de cualquier restaurante de París. En las orillas del río Sena, los viejos formaban largas filas para intentar limpiar el sudor con las aguas sucias; otras ancianas mojaban sus vestidos entre la corriente de agua que reflejaba los puentes y edificios vetustos.
También en muchas ciudades de España comenzó el exterminio de gente adulta, que se quedaba a cuidar los pisos y las casas en Madrid o Barcelona. Mientras sus familiares gozaban del aire acondicionado y la brisa del mar en hoteles de la costa Brava, y los más ricos alejados en Las Canarias.
Sin embargo, hubo una especie de preocupación de parte de los hijos, y demás familiares, por dejar las heladeras repletas de comida, y en muchos casos de bebidas apreciadas como botellas de agua mineral, cervezas y sobre todo cientos de cubitos de hielo. La esperanza duró muy poco frente a la aparición de una tormenta de arenilla procedente de África. En aquel verano, Madrid oscureció al medio día en pleno centro, y los granos de arena sonaban repiqueteando en los techos y azoteas de muchas ciudades europeas.
El bochorno me despertó. Los oídos se me llenaron del ruido infernal de autobuses y automóviles que a toda carrera escapaban por la avenida Balmes. Abrí los ojos bañados en sudor. Necesité todo mi esfuerzo para llegar hasta la ducha. Abrí la llave del agua fría, y un prolongado suspiro me hizo comprender que el líquido vital ya no llegaba a la casa.
Desde las ventanas observé las casas vecinas, sentí la piel chamuscada por la sequía del día anterior. Advertí en mis manos la resequedad. Las manchas oscuras recorrían mis brazos. Me asomé en un espejo, de inmediato descubrí el rostro de otra persona. Era alguien idéntico a mi padre cuando falleció en mis brazos.
El calor recorría todos los rincones de mi habitación. Estaba yo solo con la tanga blanca, y creí que me encontraba dentro de un baño turco. El vapor abrió mis poros, por todos lados sudaba como si estuviera bajo los efectos de la resaca. No obstante, sentí la conciencia de cada uno de mis actos y pensamientos. Una mueca de dolor y asco se dibujó en mi rostro.
Entonces acepté que Barcelona dejaba de ser la ciudad que respiraba la brisa del mar. Intenté moverme poco para no quemar más calorías. La humedad que protegía mis ojos, me obligó a llorar. Por fortuna pude llegar a la cocina para abrir varias botellas de vino. Fue una verdadera transfusión que alegró un poco mi espíritu.
¿Quizás debería soportar mucho más la sequía bajo la protección de mi casa, o bien sería mejor viajar hasta Las Ramblas a contemplar a las esculturas humanas? Supe que nunca contestaría esta propuesta, porque realmente me encontraba demasiado lejos de Barcelona.
¿Hacía dónde tenía que escapar para defenderme de la canícula? No podía equivocarme, menos dejar de ser lo más lúcido posible frente a este fenómeno natural. Sin pensarlo agoté varias botellas de vino. Después enfrente una serie de vasos llenos de whisky con suficiente hielo. En esta desintegración pude súbitamente contemplarme en el vientre de mi madre. Inmerso en aquel paraíso acuático escuchaba las palpitaciones del corazón maternal. Igual a un vídeo mis gritos permanecieron congelados en el tiempo. Entre la diversidad de los recuerdos acepté la sensación de no haber existido. Mi origen pertenecía al pasado.
No sé la hora y el día en que perdí el conocimiento. El calor recorría mis manos y temblé de emoción en el instante que volví a abrir los ojos. Era difícil aprobar que todos vamos a morir. A veces la muerte se presentaba encantadora, y ni siquiera permitía a uno reflexionar en las últimas actividades. Siempre acostumbraba llegar de sorpresa, nadie es capaz de cerrarle la puerta, porque ella tiene la llave maestra que puede abrir todo tipo de cerradura. De todas maneras logré intentar evadirla y esquivar sus movimientos silenciosos y exactos en el campo de batalla, en donde nadie tiene siquiera la mínima posibilidad de derrotarla, pero me agradó sentir su presencia fría y sin vida.
Luego mi cuerpo recuperó su temperatura normal, cuando logré evadirme de la soledad y el vacío de un espejismo en el desierto. De inmediato supe que me alejaba de aquel infierno. Emocionado escuché los timbrazos en la puerta, era alguien que anunciaba el final de esta historia. Fue cuando apareció en el umbral, la figura imaginada de Enrique Vila-Matas para anunciarme que era yo otro explorador del abismo. Entonces me dijo que lo acompañara a ser testigo de la muerte de las estatuas humanas que agonizaban aplastadas y sofocadas por el intenso calor. Al salir de la casa, sentí que había yo bajado de peso, en la piel me acariciaron las primeras gotas de la lluvia. Sin pensarlo, Enrique Vila-Matas me susurró al oído que le plagiaba el título de su libro Lejos de Veracruz. Y por supuesto le agradecí que me reconociera y aceptara como otro explorador del abismo.
Casi puedo asegurar que fue ayer el viaje que hicimos juntos. Carlos Trías al volante, a su lado Cristina, mientras iba yo medio dormido en la parte trasera. Resultó un fin semana inolvidable. Hasta ahora no he podido borrar las escenas de hace casi cuatro décadas. La figura espigada y firme acompañaba a su compañera de radiante mirada. Formaban parte ya de los recuerdos.
Años antes, lejos de Barcelona, ellos pasaron varios días en mi ciudad. Todo se pintó de alegría. Experimentamos noches enteras, instalados en lugares como “El rincón de los artistas”, donde existía una pasarela de viejos cantantes de tangos y boleros. Entre la apoteosis de la fiesta, cantaron y fumaron sin descanso. Desde aquel día llegué a creer que nos conocíamos desde tiempos inmemorables. Entonces me propusieron que fuera a visitarlos a Barcelona. Al mismo tiempo planeamos un viaje a Polonia. Sus palabras sensatas me empujaron a prometerles que sin falta a la primera oportunidad pasaría una temporada en su buhardilla de la avenida Balmes.
No sé cómo en ese instante recuperé las imágenes de alguna parte del pasado. Logré bucear en las profundidades abismales. En pleno día rescaté los instantes, que gracias a ellos, conocí a Julián Ríos cuando presentaba su novela Larva. También llegaron a mi mente los días que estuve refugiado en el departamento de Carlos Trías y Cristina Fernández Cubas. Después me trasladaron a un hermoso refugio en Cadaqués, propiedad de Beatriz Tusquets. Lo recuerdo porque fue la primera vez que comenzó a subir la temperatura, pero nada comparable con el calentamiento actual.
No importa cómo me enteré de la desaparición de Carlos Trías. Cumplía una década que pude hablar con él. Fue durante un salto relámpago a Barcelona. Creo que intentaba yo conocer a Jorge Herralde, me perdí muchas veces en búsqueda de la dirección de Anagrama. Fue un triunfo el haber llegado antes del medio día. La mujer que me atendió en la entrada se esmeró en disculparse, porque el director se encontraba en un congreso mundial de editores. Como despedida me obsequió las obras de Quin Monzó.
Me instalé en un céntrico hotel. Desde la habitación marqué el número de Carlos Trías. La voz metálica me pidió dejar el mensaje. Al día siguiente, al abandonar la habitación, una encargada gritó que había una llamada para mí. Carlos Trías me dijo que iba a pasar en la noche a recogerme, pero yo le hice ver que ya estaba con un pie en el avión, y en pocas horas regresaba a mi lugar de origen. Fue la última vez que sentí su voz.
A partir del lunes de la semana pasada, me entristeció la noticia de su muerte. Enfrenté la melancolía del fin de los sueños, en donde viajábamos por varios lugares del mundo. Murió el año pasado. No recordaba su novela El juego del lagarto, que desde hacía cuatro décadas la conservaba. En la oscuridad de mi biblioteca el azar hizo que apareciera otra vez su libro. A la media noche terminé de leerla, y en ese instante mis ojos descubrieron la hoja de papel doblada. El hallazgo de algo perteneciente a la eternidad, extraído de algún modo de la analogía. La reminiscencia era indispensable incluirla en esta narración. Me distrajo la idea de aquel mar de felicidad que nos bañó, tejiendo la pasión de una historia con nombres propios, a pesar de la creciente oscuridad que impedía las imágenes del recuerdo.
A lo lejos el golpe de los tambores africanos, y entre la selva las sombras danzaban frenéticamente, entonces el fuego consumió todos los laberintos de mi pensamiento. Al fin imaginaba la destrucción del abismo. Sin desearlo regresé al presente. La ligera sonrisa clonada de Enrique Vila-Matas, acompañó sus palabras:
-Te voy a llevar a mirar el precipicio que se puede contemplar desde el Palacio de Versalles, con esto se arreglará tu desmejoramiento.
Este viaje significaba emprender otra etapa de mi vida, y sin opción entramos al automóvil. Me senté resignado a lado de Enrique, el chofer sin decir nada se enfiló rumbo a la autovía. Aún me sentía desconcertado, sin la fuerza necesaria para tomar decisiones, cerré los ojos al percibir la velocidad en la carretera. Pude conciliar el sueño. Caí desconcertado en el desfiladero oscuro y misterioso.
Seguramente soñaba yo que el doble, la copia, el otro, el autor falsificado, bajo los efectos de la clonación duplicaba su imagen y voz, y recitó en voz alta, reproduciendo la voz de Oscar Wilde:
-La ambición es la última etapa del fracaso.
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2 comentarios:
¿La revista no tiene página en internet?
¿pueden tener, al menos, la educación elemental y contestar?
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