LA CATEDRAL
DE OCTAVIO PAZ
Por Raúl
Hernández Viveros
Desde su juventud,
Octavio Paz Lozano, quien nació el 31 de marzo de 1914, en la Ciudad de México;
comenzó a construir una catedral como un templo de la sabiduría dedicado a la
diosa Poesía, en donde sus feligreses asistieran a las puntuales adoraciones religiosas que
impartía el maestro pontífice. A diferencia de nuestros antepasados que dejaron
su impronta sobre las pirámides,
códices, esculturas extraordinarias y registraron su filosofía en cada una de
sus cantares narrados oralmente en los diversos idiomas de los pueblos
originales de Mesoamérica, la adoración sagrada se dedicaba a infinidad de
dioses.
Los más
distinguidos intelectuales contemporáneos siempre anhelaron la evolución y estudio del castellano y la imposición de
la religión católica. Alfonso Reyes se identificó con los antiguos griegos, y
los miembros del grupo Contemporáneo divulgaron el conocimiento de otros
proyectos literarios a nivel mundial. Octavio Paz Lozano desde muy joven viajó
a Yucatán, y en poco tiempo descubrió la sorprendente cultura maya.
En el extranjero
experimentó la mirada de contemplar y admirar los árboles desde afuera de la
alameda. Constantemente recorrió países y fue representante nuestro en muchas
capitales. Donde mantuvo el seguimiento de autores, libros y movimientos
culturales que marcaron el rumbo de las letras de América Latina frente al
viejo mundo. En sus libros ensayó sus ideas y conceptos acerca de lo que
observó en tierras europeas. Desde el
principio encontró el camino hacia la poesía, el ensayo y fundó revistas
literarias y colecciones de libros.
A principios de los
años 40 recorrió algunos lugares de España, durante el enfrentamiento de la
guerra civil y la derrota republicana. Los años que vivió en los Estados
Unidos, pudo comprender y analizar la idiosincrasia
del mexicano en Los Ángeles y San Francisco; dejó sus impresiones en El laberinto de la soledad. Luego se
trasladó a Europa donde fue contemporáneo de los intelectuales que soportaron
la crisis cultural y económica de la postguerra; reunió informaciones sobre
los campos de concentración nazis y de
Siberia.
Después fue nuestro
embajador en la India, donde permaneció
más de una década hasta su renuncia, luego de la masacre estudiantil de 1968,
en Tlatelolco. Sin embargo, la experiencia
de los años en Oriente, significó un profundo conocimiento de las
civilizaciones y pueblos antiguos de aquella parte del mundo. Esta inspiración
lo impulsó a proponer una poesía diversa, plural y transparente. También logró
mirar hacia las profundidades del pensamiento: “Ser tiempo es la condena,
nuestra pena es la historia”.
El poder de
concentración a través de las palabras implica la multiplicidad del verbo con
que se enfrentó al misticismo oriental; “Yo estoy clavado aquí como el baniano
entretejido por su pueblo de raíces, pero podría estar allá en otro ahora –que
sería el mismo ahora-. Cada tiempo es
diferente cada lugar es distinto y todos son el mismo, son lo mismo. Todo es
ahora”. En El mono gramático (algunas
fotos fueron realizadas por Eusebio Rojas Guzmán),
entroncó casualmente, tal vez sin advertirlo, con las raíces prehispánicas que ya había interpretado en el prólogo a Magia de la risa, publicado por la
Universidad Veracruzana y también a través
de sus estudios sobre la Coatlicue, la diosa de la tierra, madre de
Huitzilopochtli y dadora de maíz.
En 1990 obtuvo el
Premio Nobel de Literatura. Antes de su fallecimiento el 19 de abril de 1998,
en el discurso de la feria del libro de Fráncfort, Alemania, 1994; reconoció
que: “Para nosotros la realidad india es, simultáneamente, un pasado y un
presente un fantasma que nos desvela y una presencia que nos interroga.
Presencia secreta, escondida, olvidada o enterrada, que aparece de pronto con
la violencia de las revelaciones”.
Aquel mismo 1994, señaló que: “El cristianismo,
sobre todo en la forma del catolicismo romano es la religión de los indígenas
de Chiapas”, con motivo del alzamiento del movimiento neo zapatista, que logró
el reconocimiento a la autonomía de los pueblos originales de México. Al final
creyó en la utopía de la transición democrática
y el sueño de la libertad. Pero acertó en su observación de que:
“Nosotros estamos encerrados en esa cárcel de espejos y de ecos que son la
prensa, la radio y la televisión que repiten desde el amanecer hasta la media
noche, las mismas imágenes y las mismas fórmulas”.
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