lunes, 31 de marzo de 2014

La Catedral de Octavio Paz




LA CATEDRAL DE OCTAVIO PAZ

Por Raúl Hernández Viveros


Desde su juventud, Octavio Paz Lozano, quien nació el 31 de marzo de 1914, en la Ciudad de México; comenzó a construir una catedral como un templo de la sabiduría dedicado a la diosa Poesía, en donde sus feligreses  asistieran  a las puntuales adoraciones religiosas que impartía el maestro pontífice. A diferencia de nuestros antepasados que dejaron su impronta sobre las  pirámides, códices, esculturas extraordinarias y registraron su filosofía en cada una de sus cantares narrados oralmente en los diversos idiomas de los pueblos originales de Mesoamérica, la adoración sagrada se dedicaba a infinidad de dioses.
Los más distinguidos intelectuales contemporáneos siempre anhelaron la evolución  y estudio del castellano y la imposición de la religión católica. Alfonso Reyes se identificó con los antiguos griegos, y los miembros del grupo Contemporáneo divulgaron el conocimiento de otros proyectos literarios a nivel mundial. Octavio Paz Lozano desde muy joven viajó a Yucatán, y en poco tiempo descubrió la sorprendente cultura maya.
En el extranjero experimentó la mirada de contemplar y admirar los árboles desde afuera de la alameda. Constantemente recorrió países y fue representante nuestro en muchas capitales. Donde mantuvo el seguimiento de autores, libros y movimientos culturales que marcaron el rumbo de las letras de América Latina frente al viejo mundo. En sus libros ensayó sus ideas y conceptos acerca de lo que observó en tierras europeas.  Desde el principio encontró el camino hacia la poesía, el ensayo y fundó revistas literarias y colecciones de libros.
A principios de los años 40 recorrió algunos lugares de España, durante el enfrentamiento de la guerra civil y la derrota republicana. Los años que vivió en los Estados Unidos,  pudo comprender y analizar la idiosincrasia del mexicano en Los Ángeles y San Francisco; dejó sus impresiones en El laberinto de la soledad. Luego se trasladó a Europa donde fue contemporáneo de los intelectuales que soportaron la crisis cultural y económica de la postguerra; reunió informaciones sobre los  campos de concentración nazis y de Siberia.
Después fue nuestro embajador  en la India, donde permaneció más de una década hasta su renuncia, luego de la masacre estudiantil de 1968, en Tlatelolco.  Sin embargo, la experiencia de los años en Oriente, significó un profundo conocimiento de las civilizaciones y pueblos antiguos de aquella parte del mundo. Esta inspiración lo impulsó a proponer una poesía diversa, plural y transparente. También logró mirar hacia las profundidades del pensamiento: “Ser tiempo es la condena, nuestra pena es la historia”.
El poder de concentración a través de las palabras implica la multiplicidad del verbo con que se enfrentó al misticismo oriental; “Yo estoy clavado aquí como el baniano entretejido por su pueblo de raíces, pero podría estar allá en otro ahora –que sería el mismo ahora-. Cada  tiempo es diferente cada lugar es distinto y todos son el mismo, son lo mismo. Todo es ahora”. En El mono gramático (algunas fotos fueron realizadas por Eusebio Rojas Guzmán), entroncó casualmente, tal vez sin advertirlo, con las  raíces prehispánicas  que ya había interpretado en el prólogo a Magia de la risa, publicado por la Universidad Veracruzana y también a través  de sus estudios sobre la Coatlicue, la diosa de la tierra, madre de Huitzilopochtli y dadora de maíz.
En 1990 obtuvo el Premio Nobel de Literatura. Antes de su fallecimiento el 19 de abril de 1998, en el discurso de la feria del libro de Fráncfort, Alemania, 1994; reconoció que: “Para nosotros la realidad india es, simultáneamente, un pasado y un presente un fantasma que nos desvela y una presencia que nos interroga. Presencia secreta, escondida, olvidada o enterrada, que aparece de pronto con la violencia de las revelaciones”.
Aquel  mismo 1994, señaló que: “El cristianismo, sobre todo en la forma del catolicismo romano es la religión de los indígenas de Chiapas”, con motivo del alzamiento del movimiento neo zapatista, que logró el reconocimiento a la autonomía de los pueblos originales de México. Al final creyó en la utopía de la transición democrática  y el sueño de la libertad. Pero acertó en su observación de que: “Nosotros estamos encerrados en esa cárcel de espejos y de ecos que son la prensa, la radio y la televisión que repiten desde el amanecer hasta la media noche, las mismas imágenes y las mismas fórmulas”.




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