miércoles, 26 de enero de 2011

Rubén Darío en Veracruz

Por Raúl Hernández Viveros
Con el respaldo académico de nuestro recordado amigo, investigador literario y docente magistral: Luis Mario Schneider, quien en los años sesenta estuvo a cargo de varias cátedras en la Facultad de Letras de la Universidad Veracruzana. Entonces pude aproximarme a la lectura y al conocimiento de las obras de Rubén Darío. Un poco antes, Luis Mario Schneider también llevó a cabo un estudio sobre el movimiento estridentista. Después centró su interés por la búsqueda de materiales bibliográficos relacionados sobre la visita del creador de la Escuela Modernista, los pocos días que recorrió algunas calles del puerto de Veracruz, Xalapa, y Teocelo. En el archivo Histórico de la capital veracruzana, se ubicaron algunos recibos de consumiciones de Rubén Darío en bares céntricos de la ciudad y algunas fotografías de la población cercana de Teocelo. Realmente no hubo otra información acerca de esta extraordinaria presencia. Años más tarde, la revista Cultura de VeracruZ, organizó un encuentro que tuvo como escenario la casa de la familia Vicuña, en donde se realizó un banquete en recuerdo de tan distinguida visita. Hay que mencionar que Rubén Darío llegó al Puerto de Veracruz en septiembre de 1910, como invitado de honor a la celebración del centenario de la Independencia de México. Desembarcó en el puerto de Veracruz, mientras su gobierno nicaragüense fue derribado, y entonces Porfirio Díaz se negó a recibir al escritor en la capital azteca, lugar que celebraría de los festejos del centenario de la Independencia. Sin embargo, fue recibido triunfalmente por el pueblo veracruzano, y varios representantes de la literatura nacional que se trasladaron a darle la bienvenida. Demostraron su reconocimiento al poeta. Rubén Darío escribió en su autobiografía: “Por la primera vez, después de treinta y tres años de dominio absoluto, se apedreó la casa del viejo Cesáreo que había imperado. Y allí se vio, se puede decir, el primer relámpago de la revolución que trajera el destronamiento.” Por su parte, Alfonso Reyes definió que: “La aparición de Rubén Darío se juzgó imprudente; y este nuevo Cortés, menos aguerrido que el primero, recibió del nuevo Moctezuma indicaciones apremiadas de no llegar al valle de México”. Es conveniente la lectura completa, sobre este acontecimiento histórico, de los textos profundos de Alfonso Reyes, que fueron recogidos en los libros: Tertulia de Madrid, (Colección Austral, México, 1950), y Visión de Anáhuac (Lecturas mexicas, México, 1983). Feliz Rubén García Sarmiento, (Metapa, Nicaragua, 1867-León, Nicaragua, 1916), vivió en Chile, España, Francia, y viajó por varias partes del mundo. Fue uno de los escritores “raros”, como él mismo definió a los autores fuera de serie. Con su visión universal innovó la poesía y la narrativa. Su herencia cultural llegó a cualquier rincón de las naciones hispanoparlantes. Propuso el Modernismo frente a los estertores del romanticismo, y revisó las profundidades del ser latinoamericano. Entre el nacionalismo recalcitrante abrió las puertas y ventanas a las propuestas vanguardistas. Las intensas búsquedas de otra estética literaria permitieron aportaciones desconcertantes en aquel momento de la literatura universal. Desde la nostalgia de la cultura antigua y clásica, hasta la revitalización del pensamiento a través de los sentimientos que permitieron la actitud de contemplar a las cosas y a los seres humanos desde la mirada del Modernismo. Rubén Darío, retó a la memoria: “Decidme si he de alzar voces altivas, / ensalzando el espíritu moderno, / o, si echando al olvido estas edades / me abandone a merced de los recuerdos”. Al mismo tiempo, pudo el poeta gozar con la aparición de los sentidos a la seducción femenina: “Con el fuego interior todo se abrasa; / se triunfa del rencor y de la muerte”. La visita mágica de Rubén Darío a la ciudad de las flores transcurrió en la languidez del atardecer delante de copas servidas en los principales bares del centro de Xalapa. Sólo quedó estampada su firma en recibos que fueron pagados en la tesorería del gobierno del Estado de Veracruz. El 9 de septiembre de 1910, fue invitado a conocer Teocelo, donde la familia Vicuña le ofreció un banquete en su honor. Durante la investigación literaria fueron encontradas fotografías del evento, y otras en que se ve a Rubén Darío recorrer las calles principales de Teocelo. Rubén Darío estuvo sin poder ir a la Ciudad de México, la tierra de Manuel Gutiérrez Nájera, quien fundó la revista Azul, y murió igualmente destruido por el alcoholismo. Tampoco pudo conocer los escenarios de Luis G. Urbina quien escribió: “Triunfa el azul en su gloria; triunfa el azul tramado / de argentos y de oros, como imperial brocado; /es el azul profundo que baña de luz pura”. También se perdió la oportunidad de visitar la tierra don Ramón López Velarde, quien nació en 1888 año de la aparición del libro Azul, de Rubén Darío, y confesó: “Yo no sé ni por que quiero llorar: / Será tal vez por el pesar que escondo, / Tal vez por mi infinita sed de amar”. Por supuesto, con motivo del centenario de esta visita maravillosa, hasta este momento ninguna autoridad federal o estatal, y menos los burócratas de la incultura, se atrevieron a organizar algún evento internacional que pudiera recordar y conmemorar la llegada de Rubén Darío a esta parte de México. Tampoco existe la propuesta de realizar un congreso literario sobre el recorrido breve del creador del Modernismo, al estado de Veracruz, principalmente a Xalapa y Teocelo. Vale la pena recordar la anécdota atribuida a Miguel de Unamuno cuando invitó a Rubén Darío a conocer Salamanca, y le pidió que no olvidara llevar su penacho de indio. El sagrado maestro del Modernismo le contestó que con una sola pluma de su penacho enfrentaría y acabaría con las mejores plumas de España. Hasta nuestros días su escuela literaria continúa con firmeza y rebeldía como una de las máximas aportaciones en lengua castellana. La literatura actual se ha transformado en objeto mercantil, en cambio la trascendencia modernista prosigue con sus emanaciones trascendentales que le dan forma y representatividad a la vida y a las culturas de nuestros pueblos. Dentro de las canciones mexicanas todavía se escuchan los resabios de Agustín Lara: “Cuando yo sentí de cerca tu mirar / de color de cielo de color de mar / mi paisaje triste se vistió de azul / con ese azul que tienes Tu / Era un día nublado / era un día sin sol / era un no me olvides / convertido en flor / azul como una ojera de mujer / como un listón azul de amanecer…” Agustín Lara fue considerado uno de los últimos modernistas de México. Tal vez, fue la propuesta renovadora y provocativa de Rubén Darío que se atrevió a señalar el reconocimiento de que: “Todos hechos de carne y aromados de vino”, o el amor que produce: “Vida, luz y verdad, tan triple llama / produce la interior llama infinita…” Todavía en el escenario de la imaginación navegan las imágenes posibles y nunca realizadas del encuentro entre Rubén Darío y el vate veracruzano Salvador Díaz Mirón. Creo que los dos poetas llegaron a comprender plenamente la sentencia de Séneca: “La tristeza aunque esté siempre justificada, muchas veces sólo es pereza. Nada necesita menos esfuerzo que estar triste”.

No hay comentarios: