lunes, 15 de febrero de 2010

Teodoro Torres y La Patria Perdida




Raúl Hernández Viveros



Desde las páginas de la Historia de la literatura mexicana, de Julio Jiménez Rueda,[1] consideraba a un conjunto de escritores mexicanos como incomprendidos por no pertenecer a ningún grupo literario, y menos haber tenido recompensas premios o reconocimientos nacionales. Por la cual, el investigador literario colocó a Teodoro Torres, con su novela La Patria Perdida, a la cabeza de una lista de autores independientes y fuera de los espacios grupos literarios, que en ningún momento intentaron la búsqueda de la fama y tampoco participaron en certámenes de recompensas, atribuciones económicas, o premios otorgados por jurados amistosos y recomendados.
Antonio Castro Leal, en el prólogo a La novela de la revolución mexicana[2], ni siquiera llegó a mencionar a Teodoro Torres por la aportación literaria de La Patria Perdida[3]. No obstante, en sus notas introductorias se definieron las características de esta narrativa, principalmente en sus reflejos autobiográficos, descripciones de cuadros y episodios que se desprendieron de algunos hechos acontecimientos y acciones de la lucha revolucionaria en México. Con esta base épica se describieron episodios nacionales bajo la confirmación del carácter mexicano; fue el examen de la conciencia y las bases para recrear el sentido de la patria, como una revelación de nuestras conquistas sociales frente a la supuesta e imaginada redención del pueblo de México.
Sin embargo, también los vencidos, aquellos que fueron derrotados y expulsados del país, pudieron escribir sus crónicas y memorias durante el enfrentamiento con el exilio. La huida de México provocado por la llegada de los revolucionarios al poder, permitió que miles de familias emigraran hacia EEUU. Pocas obras literarias reflejaron las inquietudes y preocupaciones del éxodo hacia el enfrenamiento y descubrimiento de otros sentimientos lejos de las fronteras nacionales. Desarraigados abandonaron todo su pasado, y sintieron la nostalgia de la patria perdida, y el trasplante a otro territorio, la adopción de diferentes costumbres. Por supuesto intentaron el aprendizaje de otro idioma y el conocimiento de una historia norteamericana.
Alfonso Junco;[4] escribió en su comentario: «En mi sentir, brillan en La patria perdida tres calidades que le dan rango definitivo. Primero, enfoca un tema grande, punzador y caliente de humanidad y mexicanidad, no tocado hasta entonces por ningún novelista nuestro: la expatriación. Y habla Teodoro de lo que vio con sus propios ojos, palpó con sus propias manos, lloró con su propio corazón. Y así, la novela no remeda la vida: ¡es vida!»
Teodoro Torres en su novela La Patria Perdida, pudo ofrecer la visión de los derrotados por la Revolución mexicana. En sus páginas no existieron las descripciones de combates sangrientos y batallas memorables. Tampoco existió la mínima referencia a las persecuciones o asesinatos políticos. Por lo cual, el autor mantuvo la originalidad de aproximarse a la verdadera creación literaria, en donde se permitió abrir y mostrar las heridas de los sentimientos, al mismo tiempo que recrear los conflictos humanos que mostraron la crisis existencial de su protagonista.
Al escritor Teodoro Torres no le importó el contenido de la esencia épica. En todo caso, a través de su escritura consignó destacar los rasgos de la afirmación nacionalista. Debido a su experiencia de haber logrado ver el bosque desde afuera, desde la lejanía de su lugar de origen, Teodoro Torres ofreció profundas reflexiones sobre la esencia del ser mexicano. Después de escapar de la derrota, fundó su propio y original espacio en la hacienda Bellavista, en las cercanías de Kansas.
Durante el estallido de la Revolución Mexicana Luís se enfrentó como teniente de ingenieros, egresado del Colegio Militar con: «La sublevación de todo un pueblo contra el orden establecido, presenció horrores, injusticias, la resurrección de las viejas discordias y sintió el desconcierto de un creyente que ve caer en torno suyo las imágenes de los dioses que adoraba y juzgaba indestructibles», (p.13). De todas maneras, el protagonista participó en el ejército federal durante cuatro años. Por lo cual con sus ahorros y herencia, pudo comprar tierras en el estado de Missouri en los límites de Kansas.
Fue como la creación de un paraíso terrenal, rodeado de familias de trabajadores mexicanos, sueño maravilloso que finalizó en el momento que un médico le diagnosticó tuberculosis a su esposa Ana María, frente a esta situación trágica renacieron los sentimientos por regresar a México. Entonces la enferma, le exigió prometerle: «que si muero no me dejarás en esta tierra que no ha sido mala con nosotros, pero que no es la mía» (p. 19). Después de varias recaídas Ana María fue trasladada a un hospital de la ciudad de Kansas, para confirmarse la noticia de su gravedad.
Al poco tiempo, Luís la trasladó de regreso a Bellavista. Durante su enfrentamiento con la muerte, Ana María todavía recuperó fuerzas con la llegada del verano, y al poco tiempo coordinó las fiestas patrias que se organizaban cada año entre las familias mexicanas trabajadoras en Bellavista. Al poco tiempo, Ana María falleció, y fue sepultada en el cementerio memorial de Kansas. Por lo tanto, Luís decidió volver a México, en búsqueda de un lugar a donde imaginó llevar los restos de su esposa. Al llegar a San Antonio reconoció otra vez que: «A raíz del triunfo de la revolución constitucionalista y la disolución del ejército federal al que había pertenecido Luís, San Antonio fue un gran centro de refugiados. Millares y millares mexicanos que salieron de su país para ponerse a salvo de las represalias de un partido que se mostraba implacable con los vencidos, escogieron la ciudad tejana para vivir en ella. Sin saber por qué la consideraban el lugar indicado para reorganizarse y recuperar el poder perdido, para volver, en una contrarrevolución formidable a desalojar a quienes les habían echado. (p. 136).
El regreso hacia la patria resultó demasiado complicado porque en el consulado de México, Luís advirtió el rechazo por ser considerado con: «un aire de mártir y de héroe, de paladín de la buena causa, que iba a esperar el momento propicio para marchar con los suyos, a la gran batalla reaccionaria por la libertad y por la patria», (P. 137). Cuando Luís llegó a la frontera, en el instante de pisar tierra mexicana, sintió que el cielo estaba pintado de un verdadero y original color, transparente, y más hermoso que en Estados Unidos. Sin embargo el contraste con la vida de sus habitantes, le demostró la terrible realidad mexicana, de inmediato enseñándole el verdadero rostro de la pobreza, el atraso social y económico.
El viaje en tren de vuelta al territorio mexicano, significó como la devolución a un pasado inmovilizado por el abandono y marginación de sus habitantes, que al no encontrar un poco de bienestar sólo anhelaban escapar hacia el sueño americano. Luís hizo realidad el anhelo de volver a recorrer el lugar de sus orígenes en el estado de Michoacán, pero al descubrir las ruinas de su hacienda; decidió continuar hasta la ciudad de México. Por fortuna el paisaje mexicano impuso su belleza en el pensamiento del protagonista, y Teodoro Torres demostró en cada una de sus descripciones un inmenso amor a la tierra mexicana. En cambio, Luís el protagonista analizó los altos niveles de corrupción de los políticos y revolucionarios en el poder. En sus reflexiones sopesó la radiografía de la inseguridad y la violencia en México.
En la parte final de la novela La Patria Perdida, el personaje central decidió alejarse lo más pronto posible de la pesadilla posrevolucionaria y de nuevo formó parte de las largas filas de mexicanos que prefirieron irse a radicar a Estados Unidos, lejos del desastre de México. Dentro de la riqueza del material anecdótico, el discurso narrativo obtuvo una fuerza profundamente reflexiva sobre datos autobiográficos, que alternaron los valores de esta novela que fue rescatada,[5] hace tres décadas.
Teodoro Torres demostró el sentido de la arquitectura novelística y el valor de expresar los sentimientos individuales y nacionales sobre la tragedia mexicana. Su ambicioso tema sobre la mexicanidad abrió las puertas de la trascendencia hacia lo contemporáneo, que es el estudio de los seres humanos a través de la observación literaria. En el arte relacionado con los procedimientos de la memoria, La Patria Perdida constituyó una de las principales novelas mexicanas del siglo XX. Por medio de la evocación literaria se llegó a la nostalgia del reencuentro con las raíces.
«Un galopar furioso de la raza, a través de aquellos montes que se veían al frente, un ir y venir de los hombres agitados a veces por el amor de la patria, y otras por las pasiones bastardas. Un eterno vivir en el torbellino que no dejaba medrar el árbol nacido de misteriosas y fuertes cimientes, en la infancia de este mundo nuevo…» (p.286), expuso nostálgicamente en dicha reflexión el autor.
La Patria Perdida filtró una parte de la condición humana que continúa hasta nuestros días, bajo una interesante actualidad. En su galería de personajes evocó los recuerdos de un exiliado que no tuvo otra posibilidad y actitud insobornable, más que la de volver hacia el paraíso inventado por sus sueños de grandeza. Al lado del hijo norteamericano adoptado, como el protagonista que se reintegra al progreso, la armonía, y la vida con los suyos en la hacienda de Bellavista, en Kansas. Sin olvidar aquellos fragmentos de una canción que se repitieron en sus oídos: «A los mexicanos/que se van al extranjero/a sufrir por hallar pan…»
[1] Ediciones Botas, México, 1928
[2] Aguilar mexicana, México, 1960
[3] Ediciones Botas, México, 1935
[4] Semblanzas de Académicos. Ediciones del Centenario de la Academia Mexicana. México, 1975.

[5] SEP-Cultura-premiá Editora, en 1982.

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