viernes, 20 de noviembre de 2009

JOSÉ EMILIO PACHECO Y SU PLUMA SHEAFFERS




Raúl Hernández Viveros



Cuando apareció mi primer libro de relatos La invasión de los chinos, en 1972, con una nota de presentación de Jorge Rufinelli, le envié por correo postal un ejemplar a José Emilio Pacheco. Hasta este instante, no puedo olvidar sus comentarios que me hizo por la entonces acostumbrada vía epistolar, con la tinta verde de su pluma fuente Sheaffers. Recuerdo que con su caligrafía me recomendaba la importancia de leer El complot Mongol, de Manuel Bernal, novela de intriga policíaca. A los pocos días de esta lectura, nació en mí el interés por el conocimiento de este tipo de literatura. Hasta nuestros días conservo todavía la hoja amarillenta y el sobre con los timbres postales anulados por la fecha correspondiente, y las líneas de José Emilio Pacheco, porque resultó, efectivamente, para mí el primer respaldo hacia mis aspiraciones literarias.Al poco tiempo, lo invité a participar en el ciclo de lecturas “Aproximación a la poesía mexicana”. Fue hace varias décadas, y José Emilio Pacheco permaneció un fin de semana en nuestra ciudad, donde bastante emocionado compartió varias horas, en las cuales pudo asombrarme, y me sorprendió por su conocimiento de las letras universales. Hubo un largo paréntesis hasta que la Universidad Veracruzana le concedió el Doctorado Honoris Causa, y fundó el Premio de Poesía que lleva su nombre. En el transcurso de estos meses, José Emilio Pacheco celebró sus 70 años, que alcanzó su máximo reconocimiento a su larga trayectoria literaria con el Premio Reina Sofía.Dicho galardón me hizo volver a leer varios de sus libros, porque sentí la necesidad de escribir sobre algunos textos suyos que encontré entre mi biblioteca. Quedé profundamente cautivado por el interesante artículo sobre la relación de trabajo que mantuvo en las postrimerías de su juventud con el maestro Juan José Arreola. Se trata de un texto publicado en el número 93 de la revista Tierra Adentro[1], como homenaje en aquel momento por la conmemoración de los ochenta años del autor de Varia invención, Confabulario, La Feria, Palindroma y Bestiario.José Emilio Pacheco explicó entonces, en su trascendental reflexión, “Amanuense de Arreola”, la historia de cómo ayudó a la escritura de cada fragmento que recogió de las invenciones orales de Juan José Arreola, que armaron las páginas de Bestiario. La inmensa amistad entre ambos creadores, permitió la cercanía que abrió las puertas de la confianza para reconocer al verdadero discípulo, que participaba en sus reuniones editoriales, y reseñaba las aportaciones de sus colegas y miembros participantes en las páginas de la serie los Cuadernos del Unicornio. José Emilio Pacheco, orgullosamente, reconoció su papel de calígrafo de Arreola:“La historia se resume en una frase: Bestiario, obra maestra de la prosa mexicana y española, no es un libro escrito: su autor lo dictó en una semana. Algunos de sus textos, si la memoria no miente, son anteriores a esos días de diciembre de 1958. “Prólogo”, “El sapo”, “Topos”, y quizá haya alguno posterior como “Ajolotes”. Sin embargo, la mayoría resuena en mi interior como los escuché por primera vez, los escribí con pluma Sheaffers de tinta verde y los pasé a una máquina Royal para que Arreola los revisase. “El gran rinoceronte se detiene. Alza la cabeza. Recula un poco. Gira en redondo y dispara su pieza de artillería. Embiste como ariete, con un solo cuerpo de toro blindado, embravecido cegato, en arranque total de filósofo positivista”.[2]Frente a la precoz inteligencia del joven escritor que escuchaba y vigilaba cada una de las palabras y las enseñanzas del maestro, fue cuando José Emilio Pacheco se abrió a la sabiduría de una de las principales voces narrativas y promotores de las letras mexicanas. Por lo tanto, en estos encuentros pueden situarse los cimientos, la estructura y la forma de la escritura del poeta, narrador y crítico literario: José Emilio Pacheco. Por lo cual, conviene subrayar las siguientes líneas:“Tenía quince años cuando descubrí a Arreola en las clases de José Enrique Moreno de Tagle, maestro de tantos escritores mexicanos –recuerdo por ahora a Carlos Fuentes, Jorge Ibargüengoitia, Marco Antonio Montes de Oca– que hemos sido ingratos con él, a diferencia de los alumnos de Erasmo Castellanos Quinto y tantos otros. Moreno de Tagle nos dictaba una página diaria de la mejor prosa y nos incitaba a leer el libro completo. En la lejanísima librería del Fondo, que estaba en el campo entre México y Coyoacán y frente a un paisaje bucólico, adquirí Confabulario y Varia invención, en un solo volumen”.[3]También hace unos días pude ubicar entre mis papeles y textos antiguos su Antología del modernismo 1884-1921, publicada en dos tomos por la UNAM, en 1978. Al revisar el valioso e interesante prefacio, tuve la revelación de que desemboca en un verdadero estudio sobre dicho movimiento literario. Me asombré por la capacidad de enseñarnos no sólo el registro de los principales autores que participaron y promovieron la fuerza de las palabras para hacer que la poesía descendiera de su pedestal casi místico. Del escenario sagrado de los santos y vírgenes frente a las alturas de un Dios todopoderoso, hasta caer a un lado de los seres humanos. Este desenvolvimiento fue revisado como la evolución literaria e histórica, minuciosamente, por las líneas críticas de José Emilio Pacheco. Sin pensarlo recité las líneas de Agustín Lara: “Como un abanicar de pavos reales, / en el jardín azul de tu extravío, / con trémulas angustias musicales, / asoma a tus pupilas el hastío. / Es que quieren volver / tus amores de ayer / a inquietarte…”También fue cuando me vino a la mente el estudio de Arqueles Vela Teoría literaria del modernismo, ediciones Botas, 1949, como punto de partida y referencia obligada sobre la interpretación filosófica, estética y la forma literaria que emplearon los iniciadores de este tipo de lírica, que renovó la estética de las tendencias literarias en América Latina. A través de la lectura de la interesante antología, llegué a comprender la vital importancia de conocer y estudiar a cada uno de lo poetas propuestos por José Emilio Pacheco.No obstante, el crítico literario siempre preocupado y atento por el respeto y bajo la perspectiva de la historia que revisa el pasado para comprender lo actual y contemporáneo. Desde la mirada que impulsaba la observación, José Emilio Pacheco dejó la crónica del paso del siglo XIX al XX, con las constantes inquietudes sobre las vetustas estructuras políticas y falta de un proyecto de cultura moderna, igual como sucede con el desarrollo de México.Para mí otro libro indispensable de José Emilio Pacheco, es José Luis Borges, una invitación a su lectura, ediciones Raya en el agua, 1999. Libro que tuvo un tiraje de cien mil ejemplares. Me parece una joya de la crítica, la investigación literaria y verdadero culto a la imaginación, en donde mediante varios enfoques, el lector obtiene suficiente información bibliográfica sobre los vitales creadores y promotores de la literatura de América Latina, y España, como fueron Pedro Enrique Ureña, Alfonso Reyes, y Jorge Luis Borges.Un estudio de aprendizaje sobre el arte de la escritura; ensayo profundo acerca de los nacimientos de un autor moderno, que advirtió de la trascendencia y la inmortalidad de la literatura. Acto de fe y veneración al creador de misteriosos laberintos de la fantasía y enigmáticos textos. El amor sincero y el reconocimiento al placer de la lectura. Con la suficiente dosis de fina ironía, significa el reencuentro con el humor que persigue y destruye al lugar común de las letras hispanoamericanas.El ejemplo magistral de una asistente doméstica de Jorge Luis Borges, Fani Uveda, quien, entre otras cosas desempeñaba el papel de organizar el horno crematorio que aniquilaba miles de papeles, y materiales inservibles. Esta mucama llegó a quemar alrededor de quince mil libros que leía ella personalmente, porque debido a la ceguera, Jorge Luis Borges no podía ocuparse, y encargaba a la asistente tal menester. Sin embargo, la doméstica puntualmente escribía sus impresiones, que llenaban los informes completos realizados en voz alta delante de Jorge Luis Borges. Misteriosamente, José Emilio Pacheco pudo rescatar lo siguiente:“La sangre de Medusa por J. E. Pacheco. Pobre de El señor con su cauda de imitadores lamentables. Estos cuentitos mexicanos me dieron la impresión de leer la prosa de Borges con acento de Cantinflas."[4]Después de la lectura reciente de las creaciones, de José Emilio Pacheco, citadas anteriormente, vuelve a inquietarme por el hecho de aceptar y obtener aproximaciones y encuentros con la obra de uno de los más importantes poetas de México; narrador consumado sobre algunos aspectos de la esencia mexicana, estudioso de las letras universales, y maestro de varias generaciones de escritores, contemporáneo. Vale la pena insistir en la didáctica que se desprenden en algunas líneas de su discurso:“Como escribió Vicente Aleixandre, lo mejor que puede afirmarse acerca de uno cuando ya no esté aquí es: “Recogió la herencia del pasado y la trasmitió hacia el porvenir.” Una vez más la Universidad Veracruzana me honra sin medida al poner mi nombre al Premio Universitario de Poesía. El Honor es tanto más grande cuanto que acompaño en este privilegio a Carlos Fuentes y a Sergio Pitol, quienes han sido a lo largo de tantos años mis amigos y mis maestros”.[5]Debo rescatar y comentar algunas de sus recientes colaboraciones en la Revista de la Universidad de México:[6] “Un cuento en cinco actos y en verso”, o “Poemas inéditos”, porque insisten en recordar las enseñanzas de Pedro Henríquez Ureña, relacionada con “la práctica constante de un prosa cada vez más simple, fluida y exacta”. Al mismo tiempo que coincide con la visión y la estructura narrativa de su novela Morirás lejos[7]. Por lo cual es conveniente citar estas líneas:“Y eme, como se dijo, preferiría continuar indefinidamente jugando con las posibilidades de un hecho muy simple: A vigila sentado en la banca de un parque, B lo observa tras las persianas; pues sabe que desde antes de Scherezada las ficciones son un medio de postergar la sentencia de muerte[8]”.También destacar que en la brevedad de cada uno de sus versos, José Emilio Pacheco diseña la interpretación de su universo literario, define que “El mundo es teatro por un breve espacio/ Representamos nuestra farsa trágica”, como un espectáculo de la realidad de México. En donde existe sólo la posibilidad de encontrar: “El consuelo único/ De estar aquí/ Condenados sin culpa alguna/ A cadena perpetua en el zoológico”. Estos versos forman parte de su nuevo libro Como la lluvia.Dentro del misterio de la orfandad, a cada instante, José Emilio Pacheco enfrenta las dudas y preocupaciones de nuestro destino. La idiosincrasia del ser mexicano que oculta sus terribles dudas hacia el encuentro con aquella parte que se enfrenta hacia el interior de cada uno de nosotros. Las batallas perdidas de antemano frente a la fatalidad de nuestro propio, y único destino. Extraviados en el desierto de la aniquilación, la frustración y la impotencia que el escritor descubre por medio de la literatura en su lugar de origen. Con sus poemas, relatos y ensayos, José Emilio Pacheco representa, utiliza, e interpreta las características para identificar y especificar los vasos comunicantes, o las señas de identidad que definen y enfatizan las diferencias de la cultura mexicana.[1] Agosto-septiembre de 1998.[2] Revista Cit., p. 4[3] Revista Cit., p 4[4]Op. Cit., José Luis Borges, una invitación a su lectura, ediciones Raya en el agua, México, 1999.[5] La Palabra y el Hombre, enero-marzo 2005, no. 133, p. 151-152[6] Núm. 59, enero 2009. Núm. 64, junio 2009.[7] Joaquín Mortiz, México, 1968[8] Pacheco, José Emilio, Morirás lejos. SEP y Joaquín Mortiz, Lecturas Mexicanas, Segunda Serie, No. 65, México, 1986, pp. 48-49.
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