lunes, 12 de octubre de 2009

Rafael Delgado





Raúl Hernández Viveros


Recuerdo que hace muchos años, tuve la oportunidad de asistir casi todas las tardes, como estudiante a la Escuela Secundaria y de Bachilleres Nocturna de Orizaba, Veracruz. Nunca pude olvidar la fotografía sepia de Rafael Delgado que se distinguía enganchada a la entrada de la biblioteca con el nombre del autor de La Calandria. Para mí resultó un verdadero misterio, el tratar de investigar algunos datos sobre aquel rostro con bigote, ojos iluminados y frente ancha que advertía sobre la firmeza de una vital y terrible inteligencia. Desde luego, Rafael Delgado impartió cátedras en el entonces llamado Colegio Preparatorio de Orizaba, donde se desempeñó como director y promotor de varias generaciones de estudiantes, en sus aulas fomentó la divulgación de autores universales.
Al poco tiempo, me enteré de que a la ciudad, la bautizó como Pluviosilla. En aquella época, cuando éramos jóvenes, nos referíamos a ella como el pueblo de las aguas alegres, por sus lagunas y ríos todavía transparentes. Después, entre los libros de la biblioteca descubrí varios ejemplares de la revista trimestral “Universidad Veracruzana”. En el número 2, Año II, Abril-junio de 1953, me aproximé por primera vez a la lectura y conocimiento de un cuento; género literario que hasta la fecha representa una de mis vitales preocupaciones frente a la creación que me agobia cada día, en mi trabajo cotidiano de narrador.
Tal vez en aquel instante nació mi decisión por entregarme a la creación literaria. Leí varias veces el cuento “La chachalaca”. Entre lagrimas y sollozos llegué al final de las descripciones bajo la cita seleccionada por Rafael Delgado: “El pensamiento humano, / como el mar, sus cadáveres arroja.” Sin duda alguna, la comprensión de cada párrafo me llevó a enfrentarme con la experiencia juvenil, la inocencia infantil, el interés o curiosidad más bien por los asuntos de la vida, delante de la perversidad que a cada instante brota en los seres humanos.
La desgracia de navegar entre la vida de los adultos y el papel del frágil paso de la infancia a la adolescencia, me hizo descubrir las verdaderas delicias del interés por las mujeres, los libros y las aguas alegres elaboradas en la cervecería Moctezuma. No puedo olvidar el final de aquella pequeña obra maestra de la narrativa mexicana: “Esta es la historia, amigo mío. Cuando la recuerdo, y la recuerdo todos los días, y siempre con dolor y remordimientos crueles, me pregunto: -¿Qué sentirá el asesino cuando le ponen delante de su victima?”.
En otra ocasión, revisé el sumario del número siguiente de “Universidad Veracruzana”. Mi asombro llegó a alturas infinitas, al encontrar páginas dedicadas en homenaje a Rafael Delgado; fue una revelación hacia el amor por el autor de Los parientes ricos, Historia vulgar, y Angelina. En dicha monografía se recogieron excelentes ensayos que estudiaron la obra literaria, con motivo de la celebración centenario de este autor, quien nació en Córdoba, 1853, y murió en Orizaba, 1914. Por lo cual se organizaron eventos culturales, y concursos literarios a nivel internacional. También la Universidad Veracruzana editó las Obras completas, de Rafael Delgado, con los volúmenes: “Poesías”, “Conversaciones literarias”, “Estudios literarios”, “Discursos”, y “Lecciones de literatura”, (en dos tomos).
Fue para mi trascendental la ubicación de las líneas de Federico Gamboa: “…un caballero de buen pergeño oscuro, de poblado mostacho de mirar hondo y expresivo, de voz opaca y tarda, parco en ademanes y sonrisas, armada la diestra de cigarrillo de papel cuya lumbre adquiría relieve y cuerpo en las crecientes y tercas agonías crepusculares…” Por su parte, Amado Nervo hizo la extraordinaria descripción: “Delgado era un hombre de mediano estatura, de regulares carnes, de inteligente cabeza, coronada por cabellos ligeramente rubios y en la cual se advertía insipiente calvicie, ojos de sincera mirada, correcta nariz y boca de expresión bondadosa”.
Toda esta información actuó en mi espíritu, un conocimiento para abrir las puertas a la imaginación, y aceptar el mundo de la fantasía. Ahora me pregunto qué aconteció si mis días adolescentes, hubieran pertenecido a otra historia. Existía la necesidad de comunicarme con experiencias fuera de la vida provinciana, y me llamó la atención que a pesar de la pequeñez en el ambiente provinciano, Rafael Delgado logró su propia y original trascendencia a través de sus libros.
En un rincón de la biblioteca, muy cerca de los libros de textos preparatorianos, con bastante asombro pude alcanzar el libro Lecciones de Litera­tura (Estilo y composición), obra editada por la imprenta del Gobierno del Estado de Veracruz, en 1904. Comencé el recorrido por el análisis y estudio del estilo y la composición, propuesto por el autor de La Calandria. Para mi representó una enciclopedia sobre el arte de la escritura, desde el punto de vista de un verdadero escritor, y un mentor que transmitía su experiencia literaria, mediante la lectura crítica de sus autores preferidos y admirados.
Se trataba de apuntes que Rafael Delgado dictaba a sus alumnos en la Escuela Preparatoria de Xalapa, los cuales fueron posteriormente recogidos en el mencionado un libro. Comprendí que significaron el proyecto de escribir bien porque con ello se identificaban el talento, el alma y el gusto literario. Con suficientes fragmentos y citas de sus autores seleccionados, Rafael Delgado demostró que fue un contemporáneo de los escritores de su tiempo, y además manifestó su amor por el contacto con otros idiomas, en diversas traducciones suyas Desgraciadamente, la segunda parte “Retórica y Poética”, no pudo salir a la luz pública, y sólo permanecieron algunas hojas amarillentas de sus apuntes, olvidadas en un rincón de la biblioteca de Orizaba.
Sin embargo, la lectura de Lecciones de Litera­tura (Estilo y composición), me permitió aproximarme al arte de escribir, a buscar la técnica del estilo literario, que se puede aprender y perfeccionar. Mi encuentro con las obras de Rafael Delgado, lentamente abrió las posibilidades del recurso a la descripción; de cómo se puede escribir para rescatar infinidad de recuerdos o historias inolvidables, amores imposibles y derrotas sentimentales, como lo advirtió Rafael Delgado en estos versos: “ella empieza a vivir y nada sabe! / él sabe todo y a olvidarlo empieza!”.
Este autor veracruzano se llegó a incluir y considerar como parte de una trilogía de novelistas realistas, al lado de Emilio Rabasa y José López Portillo y Rojas. Puede consultarse la nota crítica de Carlos González Peña, en su Historia de la literatura mexicana, Editorial Porrúa, 1928. Escribió poemas, cuentos, novelas y breves obras de teatro. Fue apreciado como un amante que describió el paisaje maravilloso y real de su lugar de origen, en el centro del estado de Veracruz.
También destacó como uno de los creadores e impulsores de las formas del realismo literario, en base a la observación profunda y minuciosa de las relaciones humanas, y principalmente por su amor a cada una de las cosas de su lugar de origen o vivencias dentro de la exuberante naturaleza veracruzana. Del romanticismo enlaza a un costumbrismo que es ampliamente superado en la concepción directa de los conflictos y ambiciones; planteó y proyecto la conciencia de los seres humanos arraigados en la tranquilidad, falsa ingenuidad y cinismo de la vida provinciana.
Toda esta experiencia del hecho de vivir, lo impulsó hacia las meditaciones retrospectivas de personajes agobiados por su profunda cimentación religiosa frente a la preocupación de las cosas materiales, las mujeres y las bebidas alegres de Pluviosilla. Rafael Delgado obtuvo el impulso de la comprensión y análisis de escritores que le fueron contemporáneos, y ahondó en las fuentes extraordinarias de las propuestas literarias de Cervantes, Shakespeare y Flaubert. Por lo tanto, su escritura exploró diversos temas, vivencias y hechos significativos entre las frustraciones y victorias del espíritu creador.
A su muerte, Salvador Díaz Mirón escribió: “El alto varón murió en la fuerza de la edad, consumido por su genio como un cirio por su llama”. Luego de realizar un recorrido en caballo de Jalapa a Orizaba, falleció al intentar imitar a su personaje Gabriel, quien “pretendía ser muy hábil en su oficio, y se preciaba de consumado jinete”, p.44, en La Calandria, cuarta edición, “Clásicos mexicanos agotados, 1931”. Pocas veces la palabra escritor se logró unificar con la de maestro. Un poeta por obra y gracia de la naturaleza. Un narrador con un misticismo persistente, pero alejado de los dogmas, y arraigado en el escenario provinciano, amor y respeto por el paisaje veracruzano.



No hay comentarios: